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Críticas sobre los libros de Arturo Pérez-Reverte y su trayectoria literaria.
PILAR CASTRO | El Cultural - 08/11/2000
Somos muchos los que saltamos por encima de barreras generacionales a la
hora de defender nuestra pasión por la literatura sumando a tal defensa
-en palabras del propio Pérez Reverte- "el gusto por el olor, la
textura, el peso de un libro", pero hay acontecimientos como éste, en el
que se nos brinda, por primera vez en Europa -el único precedente es la
novela de Stephen King en Estados Unidos-, la posibilidad de acceder a
través de Internet a una novela en lengua española -la cuarta entrega de
las aventuras de ese personaje ya mayúsculo que es Alatriste- ante los
que hay que rendirse. Porque, al margen de debates que nada tienen que
ver con asuntos literarios, y sí con esta forma de distribución de
libros tan necesaria y tan poco convencional, plantean lo que Santos
Sanz Villanueva (en un imprescindible artículo sobre estas cuestiones,
publicado en la revista Leer) calificó de "alternativa
razonable".
Arguía éste que no es la primera vez que "la Humanidad afronta el reto
de unas circunstancias revolucionarias" frente a los "recelos" de
muchos; que ya "la invención de la imprenta" los tuvo porque puso al
alcance de todos lo que sólo unos cuantos privilegiados podían
disfrutar; y aunque el tiempo y las circunstancias no son los mismos lo
cierto es que esta fórmula rompe también barreras, geográficas y
culturales, al brindar posibilidades insospechadas a grupos o individuos
que de otra forma no accederían a la cultura, al abrir "un horizonte
inédito sin distancias entre minorías selectas y mayorías marginadas". Y
otra razón de peso: porque la alternativa no se ofrece en lugar del
libro, sino además de.
En fin, consideraciones aparte, lo que aquí realmente importa es la
novela. Inevitable presentarla con la fría fórmula de "cuarta entrega",
porque lo es. Inevitable adjudicarle a Pérez-Reverte el ya indiscutible
mérito de haber llenado una ausencia en nuestra narrativa: el de las
novelas de aventuras. Inevitable, también, reincidir en el asombro que
provoca asistir a esta nueva historia, pensada, trabada, recreada con
tal inventiva y capacidad verbal que si ante el nuevo canal de
distribución nos rendíamos no cabe menos ante su versión de esa "época
bronca, violenta y fascinante" que es "la España de Alatriste".
Y es que esta nueva novela, fabulosa y embaucadora de principio a fin,
que además de satisfechos nos deja expectantes, reafirma su destreza
para envolvernos en una aventura que, en esta ocasión, reúne en Sevilla a
Alatriste con viejos conocidos y antiguos enemigos en torno a "un
asunto de espada" salpicado de lances, emboscadas y una excelente
selección de tipos "expertos en mojadas, tajos y chirlos" reclutados
para una acción digna de las mejores novelas de piratería. En estas
mañas y en "todos los etcétera que componen la panoplia" de este
formidable fresco de acciones, acompañadas de un intachable rigor
documental a la hora de referir hechos políticos, sociales y culturales,
son las que Pérez-Reverte suele lidiar con apabullantes estocadas. Las
que merecen frases tomadas de su invención, como "buen lance y bien
jugado".
Pero aquí la tensión humana, la densidad del tono y las reflexiones de
ese narrador que aprendió la vida del lado de Alatriste, que en esta
aventura iba camino de los dieciséis años y se iniciaba en las primeras
"zozobras amorosas" y descubría en los movimientos del capitán el
ejemplo de los "dogmas" que hizo suyos para "ordenar el aparente caos de
la vida mientras el siglo XVII cumplía su "primer cuarto".
Ese tono alienta una novela llena de hondura y de realismo. Porque la
aventura vale por sí misma, pero también como excusa para acercarnos a
ese tiempo y a ese escenario "que ni pintado" para ilustrar usos, modas,
modos, dichos y costumbres de una ciudad del Barroco, que miraba a
América y a Flandes. Que brillaba con los sarcasmos de Quevedo, bullía
entre pícaros y maleantes, mientras "España se iba al diablo" atenazada
entre acciones de "soborno y corrupción". Un retablo social, una crónica
cultural y un personaje cuya grandeza crece al ritmo de sus hazañas.
Que morirá, seguro, en otra historia, peleando "por su verdadera
religión", la lealtad. Entre tanto a su autor aún le quedan "dientes y
zarpas" para seguir escribiendo.