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Columna que Arturo Pérez-Reverte publica en XL Semanal.
ARTURO PÉREZ-REVERTE | El Semanal - 19/3/2006
Una comisión del parlamento andaluz a la que se encomendó revisar el «lenguaje sexista» de los documentos de allí, se ha dirigido a la Real Academia Española
solicitando un informe sobre la corrección de los desdoblamientos tipo «diputados y diputadas, padres y madres, niños y niñas, funcionarios y funcionarias», etcétera. Como suele -recibe cinco mil consultas mensuales de todo el
mundo-, la RAE respondió puntualizando que tales piruetas lingüísticas
son innecesarias; y que, pese al deseo de ciertos colectivos de
presentar la lengua como rehén histórico del machismo social, el uso
genérico del masculino gramatical tiene que ver con el criterio básico
de cualquier lengua: economía y simplificación. O sea, obtener la
máxima comunicación con el menor esfuerzo posible, no diciendo con
cuatro palabras lo que puede resumirse en dos. Ésa es la razón de que,
en los sustantivos que designan seres animados, el uso masculino
designe también a todos los individuos de la especie, sin distinción de
sexos. Si decimos los hombres prehistóricos se vestían con pieles de animales o en mi barrio hay muchos gatos, de las referencias no quedan excluidas, obviamente, ni las mujeres prehistóricas ni las gatas.
Aún se detalló más en la respuesta de la RAE: que precisamente la oposición de sexos, cuando se utiliza, permite
destacar diferencias concretas. Usarla de forma indiscriminada, como
proponen las feministas radicales, quitaría sentido a esa variante
cuando de verdad hace falta. Por ejemplo, para dejar claro que la proporción de alumnos y alumnas se ha invertido, o que en una actividad deportiva deben participar por igual los alumnos y las alumnas. La pérdida de tales matices por causa de factores sociopolíticos y no
lingüísticos, y el empleo de circunloquios y sustituciones inadecuadas,
resulta empobrecedor, artificioso y ridículo: diputados y diputadas electos y electas en vez de diputados electos, o llevaré a los niños y niñas al colegio o llevaré a nuestra descendencia al colegio en vez de llevaré a los putos niños al colegio. Por ejemplo.
Pero todo eso, que es razonable y figura en la respuesta de la Real Academia, no coincide con los deseos e intenciones de la
directora del Instituto Andaluz de la Mujer, doña Soledad Ruiz. Al
conocer el informe, la señora Ruiz se quejó amarga y públicamente. Lo
que hace la RAE, dijo, es «invisibilizar a las mujeres, en un lenguaje tan rico como el español, que tiene masculino y femenino». Luego no se fumó un puro, supongo, porque lo de fumar no es
políticamente correcto. Pero da igual. Aparte de subrayar la simpleza
del argumento, y también la osada creación, por cuenta y riesgo de la
señora Ruiz, del verbo «invisibilizar» -la estupidez aliada con
la ignorancia tienen huevos para todo, y valga la metáfora machista-,
creo que la cosa merece una puntualización. O varias.
Alguien debería decirles a ciertas feministas contumaces, incluso a las que hay en el Gobierno de la Nación o en la Junta de
Andalucía, que están mal acostumbradas. La Real Academia no es una
institución improvisada en dos días, que necesite los votos de las
minorías y la demagogia fácil para aguantar una legislatura. La RAE
tampoco es La Moncloa, donde bastan unos chillidos histéricos en el
momento oportuno para que el presidente del Gobierno y el ministro de
Justicia cambien, en alarde de demagogia oportunista, el título de una
ley de violencia contra la mujer o de violencia doméstica por esa
idiotez de violencia de género sin que se les caiga la cara de
vergüenza. La lengua española, desde Homero, Séneca o Ben Cuzmán hasta
Cela y Delibes, pasando por Berceo, Cervantes, Quevedo o Valle Inclán,
no es algo que se improvise o se cambie en cuatro años, sino un largo
proceso cultural cuajado durante siglos, donde ningún imbécil
analfabeto -o analfabeta- tiene nada que decir al hilo de intereses
políticos coyunturales. La RAE, concertada con otras veintiuna
academias hermanas, es una institución independiente, nobilísima y
respetada en todo el mundo: gestiona y mantiene viva, eficaz y común,
una lengua extraordinaria, culta, hablada por cuatrocientos millones de
personas. Esa tarea dura ya casi trescientos años, y nunca estuvo
sometida a la estrategia política del capullo de turno; ni siquiera
durante el franquismo, cuando los académicos se negaron a privar de sus
sillones a los compañeros republicanos en el exilio. Así que por una
vez, sin que sirva de precedente, permitan que este artículo lo firme
hoy Arturo Pérez-Reverte. De la Real Academia Española.