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Columna que Arturo Pérez-Reverte publica en XL Semanal.
ARTURO PÉREZ-REVERTE | El Semanal - 22/1/2006
Por encima de tanto marear la perdiz, tanto cuento y tanta murga, la única realidad real es la siguiente: mi amigo José Manuel es madrileño, técnico de sonido,
tiene veintisiete años y una novia en Cataluña. La novia se vendría a
vivir con él a Madrid, de no mediar un problema: ella trabaja en
Barcelona. Así que llevan un año intentando que el chico encuentre algo
allá arriba, porque, como él dice, tampoco es cosa de chulear a la
churri. El problema es que José Manuel no parla una palabra de catalán,
y su trabajo tampoco le deja tiempo para ampliar horizontes
lingüísticos. No pucha del catalán más que bona nit y bona tarda; y eso, con acento de Leganés. Con tales antecedentes, supongo que nunca
adivinarían ustedes lo que ocurre cada vez que busca trabajo en
Barcelona. ¿Verdad que no? Me juego el sillón de la letra T a que no se
les hubiera ocurrido jamás: no le dan trabajo porque no sabe catalán.
Qué me dice, caballero, se admirará alguno -el presidente del Gobierno,
por ejemplo-. No me puedo de creer ese déficit de buen rollito.
Etcétera.
Y bueno. Mientras tecleo esta página no sé cómo terminará el intento ultranacionalista de situar el catalán como única lengua
oficial y obligatoria en el nuevo Estatuto de allí. Me gustaría añadir
que ni lo sé ni me importa, y que cada cual hable como le salga de los
cojones. Pero es que se trata precisamente de eso: de que en España la
gente no puede hablar como le sale de los cojones. Aquí la gente tiene
que hablar como le sale de los cojones al cacique de su pueblo. Y lo
más grave es que el Estado, que debe velar porque todos seamos iguales
y con las mismas oportunidades, nación de ciudadanos y no putiferio
insolidario donde cada perro se lama su ciruelo, se inhibe de manera
criminal, dejando al personal indefenso y con el cuello en el tajo.
Pero atención. Eso no sólo lo hace el Pesoe con sus enjuagues bajo la mesa y sus resabiados barones que, aun
disconformes, pastelean para que siga el negocio. Una nueva vuelta de
tuerca lingüística en Cataluña no haría sino cuajar sobre el papel lo
que hace tiempo es allí una realidad irreversible: la persecución
oficial del bilingüismo, la asfixia burocrática del idioma común
español, alentada por un sistema de delación, chivatos y policía
lingüística, cuyo único vínculo con la palabra democracia es que todo
esto ocurre en una España que, además de afortunadamente democrática,
es desafortunadamente gilipollas y se lo traga todo por miedo a que la
llamen facha. O lo que es lo mismo: la ilegalización factual del
español -una herramienta de comunicación compartida por cuatrocientos
millones de personas, algo de lo que no estoy seguro sean conscientes
todos los españoles- como paso previo al proyecto lengua-nación-estado
catalán que esta vez, por suerte para todos y gracias a la Constitución
que tanto le incomoda, la peña independentista lleva tiempo
materializando sin disparar un tiro, sin tener que hacerse súbditos de
Luis XIV y sin que Felipe V o Franco bombardeen Barcelona. Y ojo. El
problema no son sólo cuatro paletos caraduras que después de escupir
sobre la opresión española se van a cenar a Lucio. Pregúntenselo a ese
Pepé meapilas que tanto se indigna hoy con grititos de doncella
ultrajada, después de dos legislaturas puesto así, como el amigo
Oswaldo, mientras silenciaba a sus insurrectos catalanes -a los que
ahora, por cierto, tiene la tentación de quitar el polvo y sacar de la
fosa- para que no le hicieran olitas en la piscina del consenso. Y
tampoco olvidemos a esa Izquierda Unida del Circo Price que, olvidando
que lo suyo es la defensa de todos los trabajadores, no se ha mojado
nunca el culo ni dicho esta boca es mía por tantos funcionarios,
maestros, fontaneros, albañiles, mecánicos, estudiantes, discriminados
por el idioma; y lo único que se le ocurre, en plena movida lingüística
y por boca de su pintoresco secretario general, es la imbecilidad de
que la monarquía debe someterse a referéndum, etcétera, como si no
hubiera cosas más urgentes que llevarse a la urna.
En fin. Nacionalistas, fariseos de corbata fosforito y cantamañanas aparte, tenía previsto alargarme un poco más,
detallándoles de paso el desprecio y la ofensa contumaz del actual
Gobierno hacia la lengua española. Que es la de Cervantes y
-modestamente- la mía. Pero entre unas cosas y otras, ya no me cabe:
las mentadas de madre requieren sus adjetivos, sus adverbios y su
espacio. Así que lo dejaremos para otro día. Si Dios quiere.