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Columna que Arturo Pérez-Reverte publica en XL Semanal.
ARTURO PÉREZ-REVERTE | El Semanal - 30/10/2005
Vade retro. Cuidado con esas alegrías y esos sobos. También está mal visto tocarles el culo a las señoras, incluida la
propia. Hace unos días, las feministas galopantes se subieron por las
paredes a causa de un anuncio publicado en la prensa -«La puerta de atrás del cine», decía el texto- donde una foto de espaldas de la pareja formada por un
presentador y una actriz, posando frente a los fotógrafos, mostraba la
mano de él situada sobre el trasero de ella. Pese a que la imagen
-publicada en El País- fue elegida por un equipo de marketing
compuesto por ocho mujeres y dos hombres, todos por debajo de los
cuarenta años de edad, las furiosas críticas hablaron de atentado
contra la dignidad de la mujer, de incitación a la violación, de «dar por supuesto que las mujeres están para satisfacción sexual de los varones», y de publicidad ilícita por utilizar el cuerpo femenino, o parte del mismo, «como mero objeto desvinculado del producto que se pretende promocionar». Tela. Cómo sería la cosa, que incluso la directora general del
Instituto de la Mujer tomó cartas en el asunto, asegurando que la
imagen de ese anuncio era «vejatoria para las mujeres», y las reducía «a un simple objeto sexual al servicio de los hombres, claramente ofensivo para las lectoras». Por supuesto, el apabullado diario en cuestión, por tecla de su
defensor del lector, dio en el acto la razón a las feministas y pidió
disculpas. No era nuestra intención. Cielo santo. No volverá a ocurrir,
etcétera. Y las niñas de la matraca se apuntaron otra. Así van ellas de
crecidas. Que se salen.
A ver si nos aclaramos. Una cosa
es que las erizas, cabreadas con motivo y en legítimo ejercicio de
autodefensa, marquen con claridad las reglas del juego: intolerancia
absoluta frente a machismo y violencia sexual. Eso es lógico y
deseable, y ningún varón decente puede oponerse a ello. Por lo menos,
yo no puedo. Ni quiero. Pero otra cosa es que, jaleadas por demagogos
oportunistas, acatadas sin rechistar sus exigencias por quienes no
desean buscarse problemas, una peña de radicales enloquecidas mezclen
de continuo las churras con las merinas, empeñadas en someternos a la
dictadura de lo socialmente correcto, retorciendo el idioma para
adaptarlo a sus atravesados puntos de vista, chantajeándonos con
victimismo desaforado, acorralando el sentido común hasta el límite de
la más flagrante gilipollez. Y al final conseguirán que retrocedamos en
el tiempo, que no se distinga socialmente el acoso sexual del simple
ligoteo de toda la vida, que un amante se convierta en violador y deba
avergonzarse de sus gestos en público, y que todo cuanto tiene que ver
con la belleza de los cuerpos y la deliberada, consentida, gratificante
y necesaria relación física entre hombres y mujeres, produzca recelo y
se rodee de un ambiente sórdido y clandestino. Esa panda de tontas de
la pepitilla va a lograr que todo parezca malo y obsceno otra vez, y
que a los críos se los eduque de nuevo en la hipocresía de hace
cuarenta años, cuando en los cines se censuraban escotes, faldas cortas
y escenas de besos, y los obispos de turno -también diciendo velar por
la dignidad de la mujer- le ponían a todo la etiqueta del pecado.
Respecto a los culos de señoras en concreto, qué quieren que les diga. Que me fusilen las talibanes de género y
génera, pero he puesto la mano en alguno, como todo el mundo. Y creo
recordar que no sólo la mano. La verdad es que nunca se me quejó nadie.
Incluso, puestos a echarnos flores, lo que también hicieron algunas
señoras fue poner la mano en el mío, con perdón, sin que nadie las
obligara. En el mío como en el de cualquier varón normalmente
constituido que les apetezca, supongo, y con el que exista la intimidad
adecuada para el caso. Porque afortunadamente -y que no decaiga, vive
Dios- también ellas se las traen, cuando quieren traérselas. Además, no
sé por qué diablos dan por supuesto las integristas de los huevos que
todas las mujeres se sienten, como ellas, ofendidas cuando un hombre
les pone la mano en el culo. Sobre todo si ese hombre lo hace seguro
del terreno que pisa, y con consentimiento expreso o tácito del culo en
cuestión. El sexo es una calle de doble sentido, y ahí precisamente
radica la maravilla del asunto. En el toma y daca. A ver qué tiene que
ver el culo con las témporas. Coño.