Prensa > Patente de corso
Columna que Arturo Pérez-Reverte publica en XL Semanal.
ARTURO PÉREZ-REVERTE | El Semanal - 29/6/2008
A la ministra española de Igualdad y Fraternidad, Bibiana Aído, que pasará a los anales de la estupidez nacional por lo
del miembro, la miembra y la carne de miembrillo, le han dado en las
últimas semanas las suyas y las del pulpo, así que no quiero ensañarme.
Podría, puesto a resumir en dos palabras, llamarla tonta o analfabeta.
Supongo que, ateniéndonos a su estólida contumacia cuando fue llamada
al orden por gente respetable y docta, a esa ministra podrían irle como
un guante ambos epítetos. Pero no lo creo. Quiero decir que no tengo la
impresión de que Bibiana Aído sea tonta ni analfabeta. Por lo menos, no
del todo. O lo justo. Lo que pasa es que está muy mal acostumbrada.
Bibiana Aído, que es de Cádiz, procede de esa nueva casta política de feministas crecida en Andalucía a la sombra del régimen
chavista; que así, dándoles cuartelillo, las tiene entretenidas y
goteando agua de limón. Esas pavas, que han convertido una militancia
respetable y necesaria en turbio modo de vida y medro, no tienen otra
forma de justificar subvenciones y mandanga que rizar el rizo con
piruetas cada vez más osadas, como en el circo. La lengua española, que
en este país miserable ha resultado ser arma política útil en otros
ámbitos, les viene chachi. Por eso están embarcadas en una carrera de
despropósitos, empeñándose, cuatro iletradas como son, en que
cuatrocientos millones de hispanohablantes modifiquen, a su gusto, un
idioma donde cada palabra es fruto de una afinada depuración práctica
que suele ser de siglos, para adaptarlo por la cara a sus necesidades
coyunturales. A su negocio.
Lo que pasa es que, en el cenagal de la política española, cualquier cosa viene de perlas a quienes buscan votos de minorías que,
sumadas, son rentables. Sale baratísimo. Sólo hay que destinar unas
migajas de presupuesto y darle hilo a la cometa. Así andan las Bibianas
de crecidas, campando a su aire en una especie de matonismo
ultrafeminista de género y génera donde, cualquiera que no trague,
recibe el sambenito de machista. Y así andamos todos, unos por cálculo
interesado y otros por miedo al qué dirán. Los doctos se callan con
frecuencia, y los ignorantes aplauden. Incluso hay quienes, después de
cada nueva sandez, discuten el asunto en tertulias y columnas
periodísticas, considerando con gravedad si procede decir piernas
cuando se trata de extremidades en una mujer, y piernos cuando se trata
de un hombre. Por ejemplo.
En todo esto, por supuesto, la Real Academia Española y las veintiuna academias hermanas de América y Filipinas son enemigo a
batir. Según las feminatas ultras, las normas de uso que las academias
fijan en el Diccionario son barreras sexistas que impiden la igualdad.
Lo plantean como si una academia pudiera imponer tal o cual uso de una
palabra, cuando lo que hace es recoger lo que la gente, equivocada o
no, justa o no, machista o no, utiliza en su habla diaria. «La Academia
va siempre por detrás», apuntan como señalando un defecto, sin
comprender que la misión de los académicos es precisamente ésa: ir por
detrás y no por delante, orientando sobre la norma de uso, y no
imponiéndola. Voces cultas, y no sólo de académicos -Alfonso Guerra se
unió a ellas hace poco-, han explicado de sobra que las innovaciones no
corresponden a la RAE, sino a la sociedad de la que ésta es simple
notario. En España la Academia no inventa palabras, ni les cambia el
sentido. Observa, registra y cuenta a la sociedad cómo esa misma
sociedad habla. Y cada cambio, pequeño o grande, termina siendo
inventariado con minuciosidad notarial, dentro de lo posible, cuando
lleva suficiente tiempo en uso y hay autoridades solventes que lo
avalan y fijan en textos respetables y adecuados. De ahí a hacerse eco,
por decreto, de cuanta ocurrencia salga por la boca de cualquier tonta
de la pepitilla, media un abismo.
Así que tengo la obligación de advertir a mis primas que no se hagan ilusiones: con la Real Academia Española lo tienen crudo.
Ahí no hay demagogia ni chantaje político que valga. Ni Franco lo
consiguió en cuarenta años -y mira que ése mandaba-, ni las niñas
capricho del buen rollito fashion lo van a conseguir ahora. En la RAE
somos así de chulos. Y lo somos porque, desde su fundación hace
trescientos años, esa institución es independiente del poder ejecutivo,
del legislativo y del judicial. Su trabajo no depende de leyes, normas,
jueguecitos o modas, sino de la realidad viva de una lengua
extraordinaria, hermosa y potente que se autorregula a sí misma, desde
hace muchos siglos, con ejemplar sabiduría. De forma colegiada o
particular, a través de sus miembros -que no miembras-, siempre habrá
en esa Docta Casa una voz que, con diplomacia o sin ella, recuerde que,
en el Diccionario, la palabra idiotez se define como «hecho o dicho
propio del idiota».