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Columna que Arturo Pérez-Reverte publica en XL Semanal.
ARTURO PÉREZ-REVERTE | El Semanal - 31/12/2006
Mi viejo amigo Barlés, intrépido navegante cibernético, acaba de felicitarme las fiestas con un excepcional documento de
creación propia, donde demuestra que el poeta Miguel Hernández,
fascista notorio, sucio machista donde los haya, hombre reaccionario y
partidario del lenguaje falócrata, sexista y casposo -de no haber
muerto a tiempo en una cárcel sería hoy, supongo, académico de la RAE-,
habría mejorado mucho su Vientos del pueblo si hubiera tenido la
decencia lingüística de escribirlo según lo que exigen el Instituto de
la Mujer, las feministas galopantes, el Gobierno español, la Junta de
Andalucía entre otras muchas juntas, y sus brillantes asesores
filólogos y filólogas. Quod erat demostrandum: «Vientos del pueblo me
llevan, / vientos del pueblo me arrastran, / me esparcen el corazón / y
me aventan la garganta. Los bueyes y las bueyas doblan la frente, /
impotentemente mansa, / delante de los castigos: / los leones y las
leonas la levantan / y al mismo tiempo castigan / con su clamorosa
zarpa. No soy de un pueblo de bueyes y bueyas, / que soy de un pueblo
que embargan / yacimientos de leones y leonas, / desfiladeros de
águilas y águilos / y cordilleras de toros y vacas / con el orgullo en
el asta. / Nunca medraron los bueyes y bueyas / en los páramos de
España. ¿Quién habló de echar un yugo / sobre el cuello de esta raza? /
¿Quién ha puesto al huracán / jamás ni yugos ni trabas, / ni quién al
rayo detuvo / prisionero en una jaula? Asturianos y asturianas de
braveza, / vascos y vascas de piedra blindada, / valencianos y
valencianas de alegría / y castellanos y castellanas de alma, /
labrados y labradas como la tierra / y airosos y airosas como las alas;
/ andaluces y andaluzas de relámpagos, / nacidos y nacidas entre
guitarras / y forjados y forjadas en los yunques / torrenciales de las
lágrimas; / extremeños y extremeñas de centeno, / gallegos y gallegas
de lluvia y calma, / catalanes y catalanas de firmeza, / aragoneses y
aragonesas de casta, / murcianos y murcianas de dinamita / frutalmente
propagada, / leoneses, leonesas, navarros, navarras, dueños y dueñas /
del hambre, el sudor y el hacha, / reyes y reinas de la minería, /
señores y señoras de la labranza. / Hombres y mujeres que entre las
raíces, / como raíces gallardas, / vais de la vida a la muerte, / vais
de la nada a la nada: / yugos os quieren poner / gentes y gentas de la
hierba mala, / yugos que habéis de dejar / rotos sobre sus espaldas. /
Crepúsculo de los bueyes y bueyas / está despuntando el alba. Los
bueyes y bueyas mueren vestidos y vestidas / de humildad y olor de
cuadra: / las águilas y los águilos, los leones y leonas / y los toros
y las vacas de arrogancia, / y detrás de ellos, el cielo / ni se
enturbia ni se acaba. / La agonía de los bueyes y bueyas / tiene
pequeña la cara, / la del animal varón, hembra u homosexual / toda la
creación agranda. Si me muero, que me muera / con la cabeza muy alta. /
Muerto o muerta y veinte veces muerto o muerta, / la boca contra la
grama, / tendré apretados los dientes / y decidida la barba y las cejas
depiladas o sin depilar. Cantando espero a la muerte, / que hay
ruiseñores y ruiseñoras que cantan / encima de los fusiles / y en medio
de las batallas».
Y sí, la verdad. Una vez matizado que las bueyas no
existen, pero si hace falta se inventan como tantas otras cosas y
santas pascuas, hay que reconocer que esta versión del poema, pasada
por el filtro de la España de 2007 que tenemos en puertas,
desfalocratiza mucho al tal Hernández. Tanto es así, que va siendo hora
de plantearse, también, una revisión del Quijote -para machista y
antiguo, Cervantes- adecuada a la cosa: «En un lugar de la nación de
Castilla-La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho
tiempo vivía un hidalgo, aunque lo mismo podía haberse tratado de una
hidalga, de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín o rocina
flaco o flaca y galgo o galga corredor o corredora. Una olla de algo
más vaca o toro que carnero o carnera (véase bueyas), salpicón las más
noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún
palomino o palomina de añadidura los domingos, consumían las tres
partes de su hacienda...».