Prensa > Patente de corso
Columna que Arturo Pérez-Reverte publica en XL Semanal.
Tengo un joven amigo paleta, o sea, albañil de toda la vida, que
lleva un rato largo sin trabajo. Y el otro día, que coincidimos en torno
a unas cañas, le pregunté cómo iba la cosa. Dijo que tirando, con pocas
posibilidades inmediatas, pero con el recurso temporal de cobrar el
paro, que le permite aguantar el tirón hasta que vengan tiempos mejores.
«Pues tengo entendido -comenté, ingenuo- que con la reforma laboral que
nos quieren encasquetar, tendrás obligación de hacer cursos de
formación.» Me miró, guasón, mojó los labios en la cerveza y dijo: «Ya
he hecho uno, ¿cómo lo ves?». Le dije que lo veía bien, pero que me
contara, para verlo mejor. Y se encogió de hombros. «Una semana
aprendiendo informática, colega -dijo-. Con dos cojones.» Quise saber
para qué necesita un curso de informática un albañil en paro, y me lo
explicó con la justificación oficial: «Para que aprenda a escribir mi
currículum».
Nos despedimos -se empeñó en pagar las cañas, rumboso- y
me quedé pensando. Haciendo cuentas sobre a quién aprovecha lo del curso
informático: si a mi amigo paleta, o a un Gobierno que puede así
camuflar estadísticas, vendiendo otro paripé en plan nos encargamos de
todo y los tenemos ocupados, y a unos sindicatos apesebrados y
sobornados que viven del cuento y por la cara; que así -y no quiero
pensar de qué otras maneras- justifican lo que han estado trincando
hasta hoy para mantener mudas sus boquitas pecadoras, cuya succión
sistemática y cómplice a las partes pudendas del poder político
pretenden ahora disimular, a toro pasado, con una huelga general
inoportuna, inútil y perfectamente idiota. A ver, me pregunté, cuánta
pasta se habrá quedado por el camino, en sueldos a liberados y en
pegatinas sindicales, antes de que, con lo que queda, esos paladines del
trabajador español le paguen un curso de informática a un albañil para
que escriba su currículum.
Pensaba en todo eso, digo. Pero como no sé mucho de sindicatos ni de reformas laborales, y menos de informática, me dije:
«Tranquilo, Arturete. Seguramente no lo has entendido bien». Así que
decidí olvidar el asunto y puse la tele, a ver si veía un ratillo a
Jorge Javier Vázquez. Que, pese a pastorear gentuza y telebasura a tope,
y a cierto puntito maricón excesivo por su parte cuando le salta el
automático, debo reconocer que lo hace de puta madre, y que maneja la
coreografía del directo como nadie en España -puestos a ello, que me la
endiñe un profesional-. Zapeando en su busca, como digo, me topé en otro
programa con una ex presidente de parlamento insular español, balear me
parece, metida hasta el chichi en un cenagal de malversación de fondos
públicos, prevaricación, falsedad documental, negociaciones ilícitas,
delito electoral y cohecho -que se dice en dos líneas-, que por lo visto
está en libertad bajo fianza y tiene la obligación de presentarse dos
veces al mes en los juzgados de su pueblo. Y la torda paseaba tan
campante por la calle, con absoluto desparpajo, maquilladísima sobre el
careto terso de quirófano, con ropa, zapatos y bolso supermegapijo a la
última de Filipinas, echando besos con todo su morro a las cámaras y a
unos cuantos vecinos que la saludaban con mucho afecto y la llamaban
guapa. Y me dije: hay que joderse. Esto sí que es telemierda, y no lo de
Jorge Javier, que a fin de cuentas suministra con admirable eficacia lo
que pide la parroquia. Sin embargo, la presunta golfa apandadora de la
isla va por la calle feliz de haberse conocido, después de haber robado a
mansalva, sola o en compañía de otros presuntos hijos de la gran puta. Y
la gente, la misma que tira besos a Belén Esteban y a Karmele, saluda a
la pava del bolso de Gucci y los zapatos de Manolo Blahnik, comprados
mediante fianza de 350.000 euros o cárcel, y dos coma cinco millones de
euros por responsabilidades civiles, y le dice adiós bonita y le tira
besos, en vez de correrla a hostias en cuanto asoma el hocico a la
calle.
Pero claro, concluyo. Sólo se trata de corrupción. De eso
que, en este país de parados a los que se imponen cursos de informática
para que puedan escribir su currículum, criticamos con airadas maneras
hasta que tenemos oportunidad de meterle mano al pastel. Entonces todo
se vuelve normal, tolerable, vive y deja vivir. Nadie forra a gorrazos a
esa presunta sinvergüenza corrupta -me encantan esos deliciosos
presuntos que salpimentan la vida pública y privada española-, porque en
realidad no es tan grave. Otra cosa sería tener por vecino a un
violador, un terrorista o alguien así. Le pegarían pancartas en la
puerta. Pero un corrupto es otra cosa. Adiós, bonita. Smuac, smuac. Te
queremos. A ver quién no tiene un corrupto a mano. A ver quién se
resiste a un constructor o un político que se lo trajinen. A ver quién
no sueña con organizar cursos de informática para albañiles en paro.