Patente de corso | Web oficial de Arturo Pérez Reverte https://www.perezreverte.com Thu, 25 Apr 2024 13:31:57 +0100 FeedCreator 1.7.2 Patentes de corso de Arturo Pérez-Reverte https://www.perezreverte.com/articulo/patentes-corso/1091/patentes-de-corso-de-arturo-perez-reverte/ El Bar de Zenda, la sección de Arturo Pérez-Reverte en zendalibros.com, incluye los lunes, después de su publicación en XLSemanal, las columnas encabezadas por el título Patente de corso del escritor y académico. En este enlace están disponibles: zendalibros.com/tag/patente-de-corso/

Columnas de Arturo Pérez-Reverte



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Web oficial de Arturo Pérez Reverte Sun, 19 Jun 2016 23:00:00 +0100
Imágenes muy duras https://www.perezreverte.com/articulo/patentes-corso/1086/imagenes-muy-duras/ Es cada vez más frecuente que los informativos de la tele, sobre todo TVE, antes de mostrar alguna imagen relacionada con alguna tragedia, dispongan que el presentador o presentadora pongan cara muy seria, hagan una pausa dramática, y acto seguido digan: «Les advertimos que las imágenes que van a ver son muy duras». Y cuando en casa, alarmado por la advertencia, el espectador se apresura a sacar a los niños de la habitación, tapar los ojos de su esposa y retener aire en los pulmones él mismo, apartando la vista de la pantalla o poniendo a mano una caja de kleenex, o bien, en otro tipo de sensibilidades, todo cristo en la casa se agolpa ante el televisor, expectantes, disfrutando de antemano con lo que suponen una orgía de violencia y sangre, el telediario de turno va y muestra desde muy lejos, en un video de aficionado, cómo un policía mata a un delincuente, o al revés, pegándole un tiro, con la precaución previa de haber pixelado, o emborronado, o como se diga, la pistola del policía y la figura del fiambre. O pasan las imágenes de casas reventadas por un atentado terrorista con sólo una manchita de sangre en el suelo. O un niño llorando ante una alambrada turca. Cosas así. Y después de haber emitido tan duras y bestiales imágenes, a salvo ya la conciencia social de la tele de turno, pasa el telediario y ya se pueden emitir, sin problemas ni sensibilidades heridas de nadie, una película de zombies antropófagos, la secuencia inicial de Salvando al soldado Ryan o a la heroica chusma lancera de Tordesillas acuchillando impunemente al desamparado toro de la Vega.

No voy a preguntarme si nos hemos vuelto gilipollas, porque la respuesta ya la conozco. Y buena parte de ustedes, también. En efecto, nos hemos vuelto gilipollas. Y vamos a más. Pero incluso en la gilipollez hay grados y matices. Y en esto de la dureza de las imágenes televisadas, como en tantas otras cosas, nos estamos pasando varios pueblos y una gasolinera. Porque la vida -y me refiero a la vida real, no a la que algunos tontos del ciruelo se empeñan en vendernos como tal- es bronca de cojones. A lo mejor no es así en el metro de Barcelona, o en las terrazas de la Castellana, ni en la tomatina de Buñol. Vale. Yo me refiero a los sitios donde la vida está verdaderamente próxima a lo que es: un lugar incierto de horror y azar donde a cada momento puede salir tu número. Ese lugar, o sea, la vida tal como es, se encuentra lleno de imágenes duras, o muy duras, como dicen los de la tele. Lo que pasa es que no queremos verlas. Preferimos mantenernos en la nube aséptica mientras podamos, cerrando los ojos, o entornándolos, para no aceptar el hecho contundente de en qué mundo de mierda vivimos. Para no herir nuestra...

Sigue leyendo]]> Web oficial de Arturo Pérez Reverte Sat, 23 Apr 2016 23:00:00 +0100 Una historia de España (LXI) https://www.perezreverte.com/articulo/patentes-corso/1085/una-historia-de-espana-lxi/ Y de esa triste manera, señoras y caballeros, después de perder Cuba, Filipinas, Puerto Rico y hasta la vergüenza, reducida a lo peninsular y a un par de trocitos de África, ninguneada por las grandes potencias que un par de siglos antes todavía le llevaban el botijo, España entró en un siglo XX que iba a ser tela marinera. El hijo de la reina María Cristina dejó de ser Alfonsito para convertirse en Alfonso XIII. Pero tampoco ahí tuvimos suerte, porque no era hombre adecuado para los tiempos turbulentos que estaban por venir. Alfonso era un chico campechano -cosa de familia, desde su abuela Isabel hasta su nieto Juan Carlos- y un patriota que amaba sinceramente a España. El problema, o uno de ellos, era que tenía poca personalidad para lidiar en esta complicada plaza. Como dice el escritor Juan Eslava Galán, «tenía gustos de señorito»: coches, caballos, lujo social refinado y mujeres guapas, con las que tuvo unos cuantos hijos ilegítimos. Pero en lo de gobernar con mesura y prudencia no anduvo tan vigoroso como en el catre. Lo coronaron en 1902, justo cuando ya se iba al carajo el sistema de turnos por el que habían estado gobernando liberales y conservadores. Iban a sucederse treinta y dos gobiernos en veinte años. Había nuevos partidos, nuevas ambiciones, nuevas esperanzas. Y menos resignación. El mundo era más complejo, el campo arruinado y hambriento seguía en manos de terratenientes y caciques, y en las ciudades las masas proletarias apoyaban cada vez más a los partidos de izquierda. Resumiendo mucho la cosa: los republicanos crecían, y los problemas del Estado -lo mismo les suena a ustedes el detalle- alentaban el oportunismo político, cuando no secesionista, de nacionalistas catalanes y vascos, conscientes de que el negocio de ser español ya no daba los mismos beneficios que antes. A nivel proletario, los anarquistas sobre todo, de los que España era fértil en duros y puros, tenían prisa, desesperación y unos cojones como los del caballo de Espartero. Uno, italiano, ya se había cepillado a Cánovas en 1897. Así que, para desayunarse, otro llamado Mateo Morral le regaló al joven rey, el día mismo de su boda, una bomba que hizo una matanza en mitad del cortejo, en la calle Mayor de Madrid. En las siguientes tres décadas, sus colegas dejarían una huella profunda en la vida española, entre otras cosas porque le dieron matarile a los políticos Dato y Canalejas (a este último mirando el escaparate de una librería, cosa que en un político actual sería casi imposible), y además de intentar que palmara el rey...

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Web oficial de Arturo Pérez Reverte Sat, 16 Apr 2016 23:00:00 +0100
Un tipo duro https://www.perezreverte.com/articulo/patentes-corso/1084/un-tipo-duro/ Una planta de oncología de un hospital no es el lugar más divertido del mundo. Sin embargo, el renacuajo está ahí, en su camilla, y las enfermeras y auxiliares sonríen, y a veces hasta sueltan una carcajada. También ríen otros pacientes. No pueden evitarlo. Leo tiene cuatro años y sobre el pijama lleva puesto un traje de espadachín, con capa, sombrero y espada de plástico. Una vez más, otro día de los pocos que hasta hoy ha vivido, el enano aguanta estoicamente las siete horas periódicas de quimio y radioterapia mientras espera -su familia y los médicos, en realidad, son quienes lo esperan- encontrar a un donante con una médula compatible. El crío no para en la camilla. Blande en alto la espada una y otra vez tirando ágiles estocadas al aire. Luchando contra enemigos imaginarios, o no tanto. Batiéndose contra el cáncer. Y a cada momento, como un mantra, una y otra vez, repite algo que -es demasiado joven para haberlo leído- alguien, un familiar, una enfermera, ha debido decirle: «No era el hombre más honesto ni el más piadoso, pero era un hombre valiente».

A su lado están sus abuelos. Una pareja encantadora de médicos, que cuentan la historia de Leo. Un bebé prematuro de veintitrés semanas que logró sobrevivir peleando por su vida como un minúsculo jabato. Abandonado por su madre, una cría de 17 años a la que le gustaba coquetear peligrosamente con el alcohol, las drogas y los chicos, embarazada sin saber de quién. Incapaz de soportar la responsabilidad de ser madre soltera, en cuanto se recuperó del parto puso pies en polvorosa. Hasta hoy. No se ha vuelto a saber de ella. Tampoco es que sus padres la echen de menos. Los dos coinciden en afirmar que lo mejor de sus vidas es su nieto. Ese pequeño Alatriste que blande su espada de plástico en la camilla. Leo.

Y son ellos, Carmen y Michael, los abuelos, quienes cuentan despacio, sonriendo con frecuencia, la heroica biografía del diminuto espadachín. Leo es un niño superdotado, que va a un centro educativo especial para niños como él. Asiste allí con puntualidad, menos cuando, como ahora, el intenso tratamiento médico lo deja hecho polvo. Y no es que carezca de fuerza de voluntad, sino al contrario. Nadie más vital, con más energía. Con más ilusión por ver, por conocer, por mirar. Por vivir. A los cuatro años de edad lee perfectamente, pues aprendió él solo antes de cumplir los tres. Tiene un vocabulario riquísimo y su sintaxis es perfecta. Habla el inglés con tanta naturalidad como el castellano, y entiende el francés. Le encantan los libros, hasta el punto de que es un lector rápido, inteligente y...

Sigue leyendo]]> Web oficial de Arturo Pérez Reverte Sat, 09 Apr 2016 23:00:00 +0100 Hoteles vivos y muertos https://www.perezreverte.com/articulo/patentes-corso/1083/hoteles-vivos-y-muertos/ Entre mi trabajo de ahora y la vida que llevé, he pasado medio siglo alojándome en hoteles. Y los conocí de todas clases: antros miserables en Damasco, Jartum o Nairobi, donde las cucarachas te corrían por encima al apagar la luz, y lugares espléndidos, donde por la ventana contemplabas una bella ciudad colonial de Hispanoamérica, el golfo de Nápoles o la isla de San Giorgio de Venecia. Quiero decir con esto que poseo cierta memoria hotelera desde finales de los años 60 hasta ahora, y que en ella hay de todo, pensiones infectas y establecimientos míticos en los que entraba por primera vez con la emoción de haberlos admirado antes en libros y películas.

Con el tiempo, algunos de esos hoteles se convirtieron en lugares habituales; residencias de ésas donde, si las frecuentas y vives lo suficiente, acabas viendo a camareros, mozos y botones convertidos en maîtres o recepcionistas. Eso crea vínculos estrechos y tranquiliza mucho, pues pocas cosas son tan gratas, para mí, como llegar a un lugar lejos del domicilio habitual, cansado del viaje, y que te reciban sonrisas conocidas e incluso amigas; gente en la que puedes confiar casi a ciegas, lazos de complicidad hechos de años de conversaciones, comentarios, confidencias de barra del bar o mostrador de recepción, propinas adecuadas y discretas, favores mutuos y cosas así. 

Se lo he contado a ustedes otras veces. Si todos, en general, tenemos cosas de las que sentirnos orgullosos, que nos enorgullecen, yo lo estoy del afecto y la lealtad, la amistad incluso, de ciertos hombres y mujeres que así conocí a lo largo de mi vida; más del respeto de un camarero que de un director de hotel, igual que uno prefiere el del sargento al del general. Esos espléndidos subalternos. Y a muchos de ellos, a veces con sus propios nombres, rendí homenaje en mis artículos y mis novelas. A algunos debo, incluso, favores personales o recuerdos magníficos. La lista es, para mi ventura, enorme: María José, la telefonista del hotel Colón de Sevilla; Maurizio, conserje del Danieli; otro conserje, Eric, que una noche me salvó de un apuro en el Negresco de Niza; Adolfo, el barman del Reina Cristina de San Sebastián... La relación sería interminable. Mis agradecimientos, infinitos. Ellos hicieron posible, y lo hacen todavía, los que aún no han muerto o se jubilaron, que esos lugares de paso fueran siempre, para mí, hogares agradables.

El problema, cuando llegas a una edad, es que también los lugares, los hoteles en este caso, mueren o se jubilan. O cambian hasta lo desconocido. Algunos, cada vez más, ceden a la tentación de renovarse dejando de ser lo que son, y a veces eso mata la esencia de lo que fueron. Es cierto que los tiempos...

Sigue leyendo]]> Web oficial de Arturo Pérez Reverte Sat, 02 Apr 2016 23:00:00 +0100 Una historia de España (LX) https://www.perezreverte.com/articulo/patentes-corso/1082/una-historia-de-espana-lx/ Y así llegamos, señoras y señores, al año del desastre. A 1898, cuando la España que desde el año 1500 había tenido al mundo agarrado por las pelotas, después de un siglo y pico creciendo y casi tres encogiendo como ropa de mala calidad muy lavada, quedó reducida a casi lo que es ahora. Le dieron -nos dieron- la puntilla las guerras de Cuba y Filipinas. En el interior, con Alfonso XII niño y su madre reina regente, las nubes negras se iban acumulado despacio, porque a los obreros y campesinos españoles, individualistas como la madre que los parió, no les iba mucho la organización socialista -o pronto, la comunista- y preferían hacerse anarquistas, con lo que cada cual se lo montaba aparte. Eso iba de dulce a los poderes establecidos, que seguían toreando al personal por los dos pitones. Pero lo de Cuba y Filipinas acabaría removiendo el paisaje. En Cuba, de nuevo insurrecta, donde miles de españoles mantenían con la metrópoli lazos comerciales y familiares, la represión estaba siendo bestial, muy bien resumida por el general Weyler, que era bajito y con muy mala leche: «¿Que he fusilado a muchos prisioneros? Es verdad, pero no como prisioneros de guerra sino como incendiarios y asesinos». Eso avivaba la hoguera y tenía mal arreglo, en primer lugar porque los Estados Unidos, que ya estaban en forma, querían zamparse el Caribe español. Y en segundo, porque las voces sensatas que pedían un estatus razonable para Cuba se veían ahogadas por la estupidez, la corrupción, la intransigencia, los intereses comerciales de la alta burguesía -catalana en parte- con negocios cubanos, y por el patrioterismo barato de una prensa vendida e irresponsable. El resultado es conocido de sobra: una guerra cruel que no se podía ganar (los hijos de los ricos podían librarse pagando para que un desgraciado fuera por ellos), la intervención de Estados Unidos, y nuestra escuadra, al mando del almirante Cervera, bloqueada en Santiago de Cuba. De Madrid llegó la orden disparatada de salir y pelear a toda costa por el honor de España -una España que aquel domingo se fue a los toros-; y los marinos españoles, aun sabiendo que los iban a descuartizar, cumplieron las órdenes como un siglo antes en Trafalgar, y fueron saliendo uno tras otro, pobres infelices en barcos de madera, para ser aniquilados por los acorazados yanquis, a los que no podían oponer fuerza suficiente -el Cristóbal Colón ni siquiera tenía montada la artillería-, pero sí la bendición que envió por telégrafo el arzobispo de Madrid-Alcalá: «Que Santiago, San Telmo y San Raimundo vayan delante y os hagan invulnerables a las balas del...

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Web oficial de Arturo Pérez Reverte Sun, 27 Mar 2016 00:00:00 +0100
El caso Rufián https://www.perezreverte.com/articulo/patentes-corso/1081/el-caso-rufian/ Durante uno de los últimos debates de investidura brilló con luz propia una nueva estrella parlamentaria: el diputado Gabriel Rufián, de Esquerra Republicana de Cataluña. Nieto de un albañil de Granada y de un taxista de Jaén, el joven independentista, nacido en Santa Coloma de Gramanet, milita en un catalanismo radical del que se nutrió toda su intervención en la tribuna: un discurso a medio camino entre la retórica de Paulo Coelho y el humor de Tip y Coll; con el detalle terrible de que allí, en el Parlamento, el joven diputado catalán estaba hablando en serio. O lo pretendía. Para definir el estilo y al individuo, nada más exacto que el comentario publicado en La Vanguardia por el periodista Sergi Pàmies: «Una cursilería low cost con toques de confucianismo de bazar que, si el espectador supera los primeros momentos de vergüenza ajena, puede degenerar en ternura».

«Soy lo que ustedes llaman charnego», empezó diciendo Rufián, y siguió por ahí. Sentado ante el televisor, asistí fascinado a su intervención. A menudo el joven diputado aludía a cosas de contenido social con las que estoy completamente de acuerdo. Pero lo embarullaba su discurso sesgado, zafio, pobre de sintaxis, hasta el punto de que llegué a preguntarme si se había preparado antes de subir a la tribuna con algún reconfortante volátil o espirituoso. Pero al poco comprobé que nada de eso. Negativo. Aquél era el estilo propio, el tono auténtico. El individuo.

Me quedé de pasta de boniato. Y acto seguido, lo dije en Twitter: «La España que sentó en el parlamento a Gabriel Rufián merece irse al carajo». No me refería a la España catalana votante de ERC, sino a la España en general, en la que me incluyo. «La España de Aznar, de Zapatero, de Rajoy», precisé. Pero como de costumbre, la habitual falta de comprensión lectora hispana motivó una racha de comentarios irritados -«Pérez-Reverte manda al carajo a Cataluña» y cosas por el estilo-, entre ellos uno del propio Rufián: «No se preocupe, que ya nos vamos». Zanjé por mi parte el asunto con un último comentario: «A usted no le llaman charnego en España, sino en Cataluña. Y ése es el problema, creo. Su necesidad de que no se lo llamen».

Y sí. Lo sigo creyendo y lo creo cada vez más. En la biografía de Gabriel Rufián, semejante a la de otros jóvenes independentistas, hay una línea clave: cuando él mismo afirma que descubrió la...

Sigue leyendo]]> Web oficial de Arturo Pérez Reverte Mon, 21 Mar 2016 00:00:00 +0100 Cervantes, Shakespeare y Rajoy https://www.perezreverte.com/articulo/patentes-corso/1080/cervantes-shakespeare-y-rajoy/ No hace mucho, el primer ministro británico, David Cameron, pronunció un discurso y escribió un artículo, distribuido en todo el mundo, sobre Shakespeare y el cuarto centenario de su muerte, que estos días está a punto de cumplirse. En su discurso y su artículo, Cameron subrayó la importancia universal del autor inglés, expresó el orgullo de saberse su compatriota, y demostró que las tareas de gobierno no sólo se refieren al pasteleo político, a cobrar impuestos y todo eso, sino que incluyen, y hasta lo exigen, apoyar y difundir el rico patrimonio nacional que a cada uno le tocó en suerte, rindiendo homenaje a la cultura y la memoria.

Y ahora, oigan, con un acto de poderosa voluntad, imaginemos a Mariano Rajoy Brey -que no sé si a estas alturas seguirá siendo presidente en funciones o se habrá ido a tomar por saco-, pronunciando un discurso o escribiendo un artículo sobre los cuatrocientos años, que también se cumplen ahora, de la muerte de Miguel de Cervantes. Imaginen si pueden -yo, la verdad, no puedo- a Rajoy, con ese agudo punto cultural que tiene, dejando a un lado el Marca y la camiseta de ciclista para ocuparse, por una vez en su puta vida, de algo relacionado con la palabra cultura. Imaginen -insisto que con titánico esfuerzo, quien sea capaz- a ese estólido estafermo, a ese pétreo don Tancredo, a ese primer presidente de gobierno que en cuatro años de mandato nunca visitó la Real Academia Española, del que no consta una foto en un estreno teatral, un concierto, una sala de cine, una librería, contándonos cómo le emocionan las peripecias del ingenioso y desdichado hidalgo, sus diálogos con Sancho Panza, la ternura heroica de la ensoñación y el fracaso. Recordándonos, como Cameron con Shakespeare, que el hombre que escribió la más moderna y más espléndida novela de todos los tiempos era español. Rindiendo homenaje a ese hombre extraordinario, soldado en Lepanto, oscuro funcionario de ventas y caminos, autor inmenso que va a hacer ahora cuatro siglos justos murió pobre, ninguneado, más respetado en el extranjero que por sus ingratos, miserables compatriotas. 

He dicho alguna vez, o varias, que si la mayor parte de los gobiernos españoles desde la democracia se mostraron indiferentes con la cultura, el de Mariano Rajoy ha pasado cuatro años agrediéndola directamente. Su desprecio absoluto llega a la bofetada ruin, al escarnio infame. La campaña de extorsión económica dirigida por el ministro Montoro contra escritores, músicos y cineastas, la canallada de la ministra Fátima Báñez al retirar las pensiones e imponer multas a los escritores...

Sigue leyendo]]> Web oficial de Arturo Pérez Reverte Sun, 13 Mar 2016 00:00:00 +0100 Los polis bastardos de Stefano Sollima https://www.perezreverte.com/articulo/patentes-corso/1078/los-polis-bastardos-de-stefano-sollima/ Stefano Sollima es uno de mis directores italianos actuales favoritos. Quizá el que más. De entrada me era simpático por familia, pues su padre, Sergio Sollima, dirigió las películas de Sandokán, entrañable personaje de Emilio Salgari. De Stefano había visto hasta ahora los veintidós episodios de la serie Romanzo Criminale y, sobre todo, los siete de la primera parte de la extraordinaria Gomorra, cuya segunda temporada sigo esperando con mal contenida avidez. Sin embargo no conocía toda su obra, pese a ser poco abundante. En cine, desde luego, no había visto nada suyo. Hasta que, por casualidad, huroneando de caza por la Feltrinelli de Nápoles, di con una película rodada en 2012 cuyo título es ACAB (All Cops Are Bastards). Después de verla, mi afecto por Sollima se ha vuelto veneración. No por lo buena que es la peli, que también. Sino por su atrevimiento. Por sus cojones.

ACAB, que se basa en la novela homónima de Carlo Bonini, es una película dura y real. Cuenta un largo momento de las vidas de cuatro celerini, agentes de la Célere, la brigada antidisturbios de la policía italiana: cuatro elementos cuyo trabajo consiste en golpear a manifestantes, apoyar desahucios, actuar, en suma, como brazo brutal de un Estado represor donde las palabras equidad, justicia y decencia hace mucho se fueron al carajo. Ellos son esbirros del sistema, perros de presa, y como tales actúan en su vida profesional y proyectan las consecuencias en su vida privada. Alguno de ellos, como Cobra -el magnífico actor Pierfrancesco Favino-, no oculta sus simpatías filofascistas, y hasta decora su salón con un retrato de Mussolini. Son hombres duros que se ven a sí mismos como legionarios en las fronteras del Imperio, defendiendo éstas contra las hordas bárbaras: grupos antisistema, neonazis, inmigrantes violentos y delincuentes en general. Y esa idea, la de soldados de Roma que defienden el limes, no es casual. Una de las más espectaculares secuencias de la película muestra, precisamente, cómo los celerini, equipados con cascos, protecciones, porras y escudos, actúan ante los manifestantes más violentos, después de un conflictivo partido de fútbol, con una táctica cerrada idéntica a la de las legiones romanas.

Con todo eso, lo admirable de la película es que muestra a seres humanos. El espectador puede pensar por su cuenta. Compartir o no los puntos de vista de esos hombres, participar o no de sus emociones y problemas, aprobar sus métodos o sentirse horrorizado por ellos; pero lo indiscutible, y ahí reside el valor de la película, es que en todo momento se trata de personajes...

Sigue leyendo]]> Web oficial de Arturo Pérez Reverte Sun, 06 Mar 2016 00:00:00 +0100 Un día de felicidad https://www.perezreverte.com/articulo/patentes-corso/1077/un-dia-de-felicidad/ Les habrá ocurrido muchas veces. En ocasiones, una simple palabra, un aroma, una imagen, desencadenan una sucesión de recuerdos gratos o ingratos. En este caso fueron gratos. Me ocurrió ayer mismo, cuando un amigo dijo que tenía a su hijo de nueve años en la cama, en pijama y sin ir al colegio, porque estaba resfriado. Con un catarro. Y el comentario me salió de forma automática: «Un día de felicidad», dije. Luego, tras un instante, caí en la cuenta de que no para todos es así. Que para muchos no lo fue nunca. Pero mi primera asociación de recuerdos, la imagen que conservo, las sensaciones, responden a eso. Yo fui un niño afortunado, y aquéllas fueron horas dichosas. También fui un adulto afortunado, supongo. Más tarde, la vida iba a darme momentos formidables, buenos recuerdos que conservo junto a los malos y los atroces. Que de todo hubo, con el tiempo. Pero nada es comparable con aquello otro. Un día en casa, griposillo, acatarrado, con nueve años y en pijama, era -lo sigue siendo en mi memoria- lo más parecido a la felicidad.

Estabas resfriado, tenías fiebre. Décimas. Una mano entrañable se posaba en tu frente y escuchabas las palabras mágicas: «Hoy no vas al colegio». Tu hermano, vestido, repeinado y con la corbata puesta -aquellas odiosas corbatas con el nudo hecho y un elástico en torno al cuello-, te miraba con envidia mientras cogía la cartera y se iba camino del colegio. No podías levantarte, ni salir a la calle, ni corretear jugando por casa. Pero en tu cuarto, junto a la cama, había un armario lleno hasta arriba de libros, pues el día de la primera comunión tu madre había pedido a los amigos y la familia que no te regalasen más que eso: libros. 

De ese modo, entre los ocho y los nueve años habías reunido ya una primera y aceptable biblioteca propia: Quintin Durward, Ivanhoe, El talismán, Un capitán de quince años, Robinson Crusoe, Dick Turpin, Canción de Navidad, Los apuros de Guillermo, Con el corazón y la espada, Cuentos de hadas escandinavos, Hombrecitos, La isla del tesoro, Moby Dick, Cinco semanas en globo, Corazón, La vuelta al mundo de dos pilletes... Había medio centenar, sobre todo de aquellas estupendas Colección Historias y Cadete Juvenil, y a eso había que añadir los tebeos que cada domingo comprabas con tu pequeña asignación semanal: historietas de personajes que todavía hoy, cuando los encuentras por ahí, regalas a tu compadre Javier Marías, que compartió los mismos territorios: Dumbo, TBO, Hazañas Bélicas, El Jabato, El capitán Trueno, Pumby, Hopalong Cassidy, El Llanero...

Sigue leyendo]]> Web oficial de Arturo Pérez Reverte Sun, 28 Feb 2016 00:00:00 +0100