Prensa > Patente de corso
Columna que Arturo Pérez-Reverte publica en XL Semanal.
ARTURO PÉREZ-REVERTE | El Semanal - 13/3/2005
Acabo de leer un libro que todavía no está publicado. La amistad
tiene obligaciones ineludibles; algunas se asumen con gusto y otras, a
regañadientes. Ésta es de las primeras; de las que son un privilegio.
Alguna vez he hablado aquí de mi amigo Juan Eslava Galán, uno de los
novelistas más prolíficos y cultos que honran el paisaje. Juan es de
los pocos escritores que conozco capaces de reivindicar sin complejos
nuestra actividad profesional -dignamente mercenaria cuando se tercia y
se cobra-, como trabajo honorabilísimo y estupendo, sin necesidad de
aderezarla con justificaciones éticas, estéticas, psicosomáticas, y
demás mariconadas al uso, tan del gusto de ciertos cantamañanas de la
tecla. (Como, por cierto, un tal Álvaro Delgado-Gal, intelectual de
oficio y sobre todo de beneficio, cuyo último libro-ensayo, Buscando el cero,
les recomiendo encarecidamente que lean -no se quejará de que no le
hago publicidad, mi primo-, pese al espantoso esfuerzo que supone, a
fin de comprobar hasta qué punto se puede ser retórico y pedante en 265
páginas, y medrar en España a base de farfolla y cuento chino.)
Pero a lo que iba. El libro que acabo de calzarme y que todavía no pueden leer ustedes es
el manuscrito recién parido de una historia de la guerra civil
española. Un texto que no se parece a ninguno de los que conozco -los
hay excelentes-, y cuyo título dice mucho: Una historia de la guerra civil que no le va a gustar a nadie.
No sé cuándo saldrá. En primavera, supongo. Así que no consideren esto
la promoción de un amigo por parte de un amigo; aunque también lo sea,
claro, un poco adelantada. Se trata, en realidad, de confiarles mi
satisfacción. Ya tenía yo ganas, en estos tiempos en que, pese a cuanto
ha llovido, seguimos mirando hacia atrás con las orejeras puestas, de
tropezarme con un relato de nuestra guerra civil donde el papel de hijo
de la gran puta estuviese, como corresponde, puntual y equitativamente
repartido por todos y cada uno de los rincones de nuestra geografía
nacional.
Mientras leía despacio y con ganas el manuscrito de Juan, pensé otra vez que el viejo Goya nos pintó mejor que nadie: dos gañanes
enterrados hasta las corvas, matándose a garrotazos. La sombra de Caín
es ancha en la triste España. Lo fue siempre, y aquella guerra fue
prueba de ello. El error sería creer que pertenece al pasado. Cuando
lees sobre la destrucción de la segunda república -ya nos habíamos
cargado la primera y dos monarquías- en manos de los de siempre, te
estremeces estableciendo siniestros paralelismos con la infame clase
política de ahora, aún más arrogante, iletrada y bajuna que aquélla. Y
así, Juan desgrana una actualísima historia trágica, violenta,
retorcida en ocasiones hasta el esperpento, con esos trágicos quiebros
de humor negro que también, inevitablemente, son ingredientes de
nuestra ibérica olla.
Todo estaba a punto, es la primera evidencia. Una república desventurada en manos de irresponsables, de timoratos y
de asesinos, un ejército en manos de brutos y de matarifes, un pueblo
despojado e inculto, estaban condenados a empapar de sangre esta
tierra. Luego, prendida la llama, la chulería de los privilegiados, el
rencor de los humildes, la desvergüenza de los políticos, el ansia de
revancha de los fuertes, la ignorancia y el odio hicieron el resto. No
bastaba vencer; era necesario perseguir al adversario hasta el
exterminio. Murió más gente en la represión que en los combates; en
ambos lados, analfabetos presidiendo tribunales gozaron de más poder
que magistrados del Supremo. Hubo valor, por supuesto. Y decencia. Y
lecciones de humanidad e inteligencia. Pero todo eso quedó sepultado
por las pavorosas dimensiones de una tragedia que todavía hoy necesita
reflexión y explicaciones. Este libro cuyo manuscrito acabo de leer se
aventura a ello, y lo consigue con amenidad y con una extraordinaria,
abundante y rigurosa documentación que -es su principal virtud- ni
siquiera se nota. Juan lo ha escrito a su manera humilde, como suele.
Como quien no quiere la cosa. Y, como decía antes, sin buenos ni malos.
Las dos Españas mamaron veneno de la misma sucia leche. Abran los
periódicos de hoy mismo y reconózcanlas. Estas páginas lo ponen de
manifiesto de forma estremecedora. Por eso se trata de una historia de
la guerra civil que no le va a gustar a nadie. Ya era hora.