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Columna que Arturo Pérez-Reverte publica en XL Semanal.
ARTURO PÉREZ-REVERTE | El Semanal - 20/2/2005
Supongo que recordarán ustedes la magnífica película Los tramposos, de Pedro Lazaga, en la que Tony Leblanc y Antonio Ozores, en una
secuencia antológica del cine español, le dan el timo de la estampita a
un paleto en la estación de Atocha. Y si no la recuerdan, o son
demasiado jóvenes para conocerla, deberían comprar el vídeo, o el
deuvedé, o lo que sea. La película es de finales de los cincuenta, y
cualquiera diría que ese mundo desapareció del todo. Pero no. Quedan
flecos. Aunque parezca mentira, aún hay pringaos a los que endiñársela,
como dice mi amigo Ángel Ejarque Calvo, de quien varias veces he
hablado en esta página: ex estafador y ex trilero que dejó la calle
hace ya quince años -cómo pasa el tiempo, colega- y trabaja
honradamente, lo que no le impide seguir siendo, más que mi tronco, mi
plas. Mi hermano. El caso, como digo, es que la última víctima del timo
de la estampita, hace unas semanas, fue pringá, y de Chiclana. Una
entrañable ancianita de 77 tacos. Y el proceso táctico del timo se
desarrolló como mandan los cánones. Delicioso, de puro ortodoxo. Se lo
cuento.
La mujer se vio abordada por una joven que,
haciéndose pasar por deficiente mental, preguntaba por un convento de
monjas. Después de un ratito de parla, la joven hizo creer a la anciana
que acababa de encontrar un fajo de billetes. Estampitas, claro. Más
sobado, imposible. Y a estas alturas. Pero la abuela entró a por uvas.
Entonces apareció el gancho: una segunda estafadora que propuso a la
anciana engañar a la presunta deficiente, darle algo de viruta a cambio
del fajo y repartírselo entre las dos. Así que con la intervención de
un tercer cómplice, supuesto taxista que se ofreció a llevar a la
víctima a su casa y luego al banco, sacaron tres mil euros que la
abuela tenía encalomados en la cartilla, o en donde fuera. Resumiendo:
cuando la anciana abrió el sobre, descubrió que era chungo. Que sólo
había recortes de periódicos y que los estafadores le habían pulido los
ahorros de toda la vida; y además, antes de abrirse, las cuatro joyas
que tenía. Clavadito a la copla: le dije a mi chiclanera hasta mañana,
y me fui.
Dirán algunos de ustedes, conmovidos en sus nobles sentimientos: pobre viejecita ingenua. Pues no. Discrepo como discrepa mi consorte
Ángel. De pobre y de ingenua, nada. A la abuela chiclanera le salió el
chino mal capado porque se lo ganó a pulso. Así que lástima, la justa.
Cuando el otro día le comentaba la cosa a mi plas, bebiéndonos unas
garimbas en un bar de Leganés, el antiguo rey del trile enarcó una
ceja, como suele hacer, con esa cara de boxeador currado -el Potro del
Mantelete- que tiene, se apoyó en el mostrador y dijo muy serio: la
codicia, colega. Parece mentira que aún te aligeren de esa manera,
cuando todo cristo sabe lo del timo. Pero la codicia es mala que te
rilas. Te pone un trapo en el careto y no ves más que lo que te
interesa. Y los viejos más que más, oyes, porque algunos, con los años
y los achaques y la artrosis -yo empiezo también con la artrosis,
colega, hay que joderse-, se vuelven egoístas que no veas, y todo es
amarrar para ellos. Y claro, como a pesar de los tiempos que corren, y
de la chusma que hay suelta, aún quedan artistas de la calle, a veces
llega gente fina, con arte y labia, y les da el tiznao. Como en mis
tiempos del cuplé.
Después de decir eso, Ángel encendió un Marlboro -todavía lo llama rubio americano, porque es un clásico-, le dio un
sorbo a la garimba y se quedó pensativo. Y en cuanto a los abuelos,
añadió de pronto, qué quieres que te diga. Pensamos que los puretas,
por la edad y las canas y la experiencia, son todos buenos, sabios y
tal. Pero los abuelos son como los demás, colega. Pueden ser unos
marrajos de mearse y no echar gota. Un delincuente, un estafador, un
trilero, cualquiera que se busca la vida en la calle por necesidad o
por vicio, puede ser, como te digo, un golfo o un obligao por las
casualidades. Cada uno es cada cual, y ahí no me meto. Pero entre la
gente que se llama decente, muchos lo son porque no tienen más remedio,
o nunca tuvieron ocasión de tocar otro registro, o no tienen huevos
para currárselo. Hasta que de pronto creen que salta la liebre, y que
sale gratis. Ésta es la mía. Y claro. Se aprovechan. Pero no te hagas
ilusiones, tronco. Lo mismo entre los jóvenes que entre los abuelos hay
perros a punta de pala. Lo de sinvergüenza es una de las pocas cosas
que no se quitan con la edad.