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Textos sobre el escritor y su obra. Revertianos.
FRANCISCO RICO | ELPAIS.COM - 23/5/2009
Ensayo. No basta
decir que el Pérez-Reverte de Alatriste (o el Alatriste de
Pérez-Reverte) es ya un clásico: conviene precisar que lo es por más de
una razón.
En su inmoderada y zigzagueante
admiración por Quevedo, creía Jorge Luis Borges que si a don Francisco
no acostumbraba a otorgársele el rango que le correspondería entre los
supremos escritores europeos era porque no había creado ningún
personaje de veras memorable. Cierto: los nombres de los grandes
escritores van con especial frecuencia asociados a los de unos héroes
de ficción; y cuando no es así, como ocurre sobre todo con los poetas,
el autor mismo acaba por ser contemplado como personaje. Cervantes es
don Quijote; Quevedo, el jodido cojo de las chocarrerías que
constituyen la parte menor de su literatura.
El reverso de la
medalla está en que la vinculación de un escritor con un determinado
personaje hace a menudo que el resto de su obra quede un tanto
ensombrecido. Con toda justicia, el capitán Alatriste ha alcanzado una
notoriedad sin parangón, hasta el punto de ser la única figura de la
novela española de los últimos tiempos que se deja identificar en
cualquier versión gráfica no ya por los rasgos físicos y la
indumentaria, sino hasta por la mera silueta. No por ello concluirá
nadie de buen criterio que los de Alatriste sean los libros de más
valor o mayor envergadura de Pérez-Reverte. (El reciente Un día de cólera, sin ir más lejos, se me antoja un logro absoluto). Pero el dato
subsiste: a ojos de los más, Pérez-Reverte es en primer lugar el
creador de Alatriste.
Un clásico no sólo es, sino que también está: está en el repertorio de iconos y referencias, en l'imaginaire común a una infinidad de lectores. Por calidades novelescas y por
presencia pública, el capitán de Reverte es, pues, un clásico. Pero lo
es además, de otra manera, por la formidable medida en que el relato de
sus aventuras se hace eco de los clásicos españoles por excelencia. La
literatura del Siglo de Oro, en efecto, está presente por todas partes
y en todas las formas: aludida, aducida, presentada en acción,
incorporada a la fábula, como trasfondo tácito... Alatriste lleva
consigo "todo el Rivadeneyra y aledaños". Y con la literatura, la vida,
la historia pequeña y la gran historia de la España de entonces, en una
interpretación personal (no siempre es la mía) pero no tramposa.
Digámoslo
claro: nunca se agradecerá bastante a Reverte haber hecho entrar a
tantos lectores en esa literatura y esa historia cautivándolos con unas
narraciones apasionantes y, por la fascinación que produce el héroe,
implicándolos como coprotagonistas. Al igual que una cierta Edad Media
nórdica y germánica es la Edad Media de Tolkien, que a su vez ha
reclutado (me consta) a medievalistas de primera fila, el Siglo de Oro
español es para quién sabe cuántos el Siglo de Oro de Reverte. (El
peligro acaso esté ahora en que después de prendarse de la criatura del
escritor moderno las de los antiguos les resulten menos atractivas).
Las
historias de Alatriste están contadas y ambientadas de acuerdo con una
impecable documentación. Sucesos, personas y cosas aparecen siempre
cuando, donde y como les correspondía en la época (o en vano he
intentado pillar a Arturo en un renuncio). Pro domo, la duda
que inquieta al filólogo y al historiador es si la puntualidad al
nombrar las realidades de antaño no entorpece la comprensión del lector
de a pie. ¿Qué puede éste entender cuando se habla de un sujeto ahigadado, se cita el latinajo "Aio te vincere posse" o se evoca la "jornada de las Querquenes"?
En
rigor, bien poco. La astucia de Reverte estriba en conseguir que esas
referencias, de hecho recónditas, se vuelvan transparentes no tanto
siquiera gracias al contexto cuanto por la naturalidad con que
funcionan en la trama. Probablemente el lector no llega a descifrarlas
en su plena literalidad, pero capta el sentido que tienen dentro de la
acción o en boca de un personaje. Es el mismo principio que preside el
estilo: un lenguaje moderno, lejanísimo de cualquier fabla o
pastiche, en el que el elemento clásico (lo subrayaba últimamente Pedro
Gimferrer) "está en lo narrado y no es preciso que redundantemente
aluda a ello el registro verbal empleado, salvo en aquello que no
permita otra resolución".
Si no para la lectura, sí para la
relectura, se echaba en falta sin embargo un trabajo como el que ahora
ofrece Alberto Montaner: la edición anotada de cuando menos la primera
entrega de las andanzas de Alatriste. Era ése el tercer escalón que
tenía que subir el capitán para reunir todos los requisitos del
clásico. La condición de tal se adquiere cabalmente cuando un texto es
objeto no sólo del fervor de los lectores, sino también de los estudios
y, en particular, las ediciones de los expertos. La bibliografía al
respecto contaba ya con centenares de páginas en forma de doctos
ensayos y con media docena de volúmenes monográficos, a los que acaba
de sumarse felizmente el recién compilado por José Belmonte y J. M.
López de Abiada (Alatriste. La sombra del héroe, Alfaguara); y
la edición anotada (aunque yo hubiera preferido calificarla de
"comentada") viene a culminar por el momento el ciclo ideal de un
clásico.
La responsabilidad de la tarea ha recaído en Alberto
Montaner, cuya singular, espantable erudición ha puesto en claro muchas
páginas de la antigua literatura española, comenzando por las del Cantar del Cid en una monumental edición. Montaner traza en la introducción las
grandes coordenadas novelescas e históricas en que se inscribe el
personaje de Reverte. Punto por punto va ilustrando después, en notas
al calce, todos los aspectos por los que el lector, como he señalado,
pasa sin problema pero que se vería en un brete si tuviera que
dilucidar: palabras, costumbres, acontecimientos, alusiones...
Especialmente sabrosas son las acotaciones destinadas a seguir la
trayectoria alatristiana y revertesca de los personajes secundarios,
con Íñigo Balboa en cabeza. À tout seigneur, en suma, tout honneur.