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Textos sobre el escritor y su obra. Revertianos.
JUAN CRUZ | El País - 18/6/2008
Vestido de negro, con camisa blanca, abierta, subió de
un salto al estrado, le devolvió a su presentador, el crítico José María
Pozuelo Yvancos, su móvil y un bolígrafo que éste se había dejado sobre
la mesa, y se lanzó a dar mandobles; no dejó títere con cabeza Arturo
Pérez-Reverte. Contra esto y aquello, parecía el Capitán Alatriste,
aunque alguna vez tuvo ráfagas de El pintor de batallas, su
creación más melancólica y, si esto se puede decir, más tierna, más
interior, más reposada.
Fue la última sesión del ciclo Lecciones y maestros.
Pérez-Reverte fue precedido en la serie por Mario Vargas Llosa (que habló de sí mismo como un
contador de historias), y por Javier Marías (que al fin y al cabo se calificó de
la misma manera). Y Arturo hizo lo propio, "soy un contador de
historias", cuando le tocó referirse a la pasión que va con él desde que
nació para la lectura. Y nació pronto, a los seis años, junto a una
biblioteca enorme, la de su familia; fue una suerte y un desafió; se
leyó todos los libros, y lo hizo con denuedo, entrando en ellos como si
le fuera la vida en la lectura. Hace unos años le pidió su amigo Julio
Ollero, editor, que le escribiera una lista con sus cien libros
preferidos, "y resultó que casi todos los leí antes de cumplir los
veinte años".
Esos libros, en los que están desde Robert L. Stevenson hasta
Mika Waltari o Agatha Christie, y en fechas más recientes John Le Carré
y hasta Ken Follett, hicieron de Pérez-Reverte un lector, y sobre todo
un lector de batallas, "un best seller europeo", como dijo el
periodista Sergi Vila Sanjuán. Los especialistas que hablaron de su
obra, después de su discurso, ahondaron en esa experiencia del autor de El
maestro de esgrima, como hizo el presentador, Pozuelo Yvancos. Ese
bagaje de lector le quitó a Pérez-Reverte la timidez del autor, que en
la época en la que él nació a la escritura (y fue, dijo, un escritor
tardío) estaba casi obligado a escribir más como Julio Cortázar o como
Juan Benet que a escribir batallas como las que había leído.
El discurso de Pérez-Reverte fue una reivindicación de ese
origen de su vocación, que tiene su emblema. Cuando aún no había
publicado ningún libro, es decir, antes de que se publicaran El
húsar o El maestro de esgrima, se encontró que iban
apilándose en su biblioteca (la suya ya, atrás quedaba la de la familia)
las revistas o los suplementos literarios, que llegaban a la altura
física de los Balzac, Dumas o Conrad que tenía entre los libros que leía
y releía. Y encima de esos libros, junto a la resma de periódicos o
revistas, había clavada una frase que le marcaba un modo de ser: "Dios
bendiga las lejanas islas donde nunca llegan las órdenes de captura...".
Afrontó el periodismo (que ahora le parece un mal sueño) y se
adentró para siempre en la literatura huyendo de las órdenes de
captura, sobre todo literarias? Su discurso, que en algún momento
recordó algunos de esos instantes de refriega que le dan sentido a las
últimas páginas de La Reina del Sur, constituyó una defensa de
esa actitud y de aquellas herencias literarias. Pozuelo Yvancos había
dicho que El pintor de batallas era un punto y aparte en su
dedicación novelística; aunque es una historia como las que
Pérez-Reverte reivindica, supone también una inflexión: entra ese Arturo
reflexivo, que atiende el eco de los héroes cansados que constituyen,
en el fondo, la materia narrativa de su obra completa.
Pero ese Pérez-Reverte, que existe, y que aflora, como dijo
su editor italiano Marco Tropea, en la conversación y en la mirada, no
fue el que surgió hoy por la mañana en estas jornadas de Santillana; fue
más bien el autor de El capitán Alatriste o el de ese otro
libro, La Reina del Sur, e incluso el autor de La piel del
tambor o de Territorio comanche; él escribe, dijo,
sabiendo que el lector está ahí, y quiere una historia, no está para
atender los lloriqueos de los escritores que se hacen pajas mentales con
los problemas de su ombligo? Él no quiere ser "ni un referente moral ni
un partero moral", él es un contador de historias que no tiene nada que
ver con el pesado -así lo dijo- que le echa la culpa al mercado de que
no exista gusto literario...
La crítica no se libró de su invectiva; demasiado deudora de
las modas y de los modos, ha preferido dedicarse al lado solemne de la
literatura y se ha centrado en decir cómo se deben escribir los libros
que ellos no escriben antes que atender a lo que realmente se escribe.
Ante eso, ante los críticos y ante los pesados, él afronta la vida
literaria como un trabajador (y como un lector), trabajando entre ocho y
diez horas diarias, y teniendo en cuenta un único método de escritor:
escribir una novela, contó, es contar una historia, partiendo de la A
para llegar a la C, que es el desenlace, pasando por la B, que es el
nudo? "Hasta la fecha no he encontrado método mejor". El método hay que
seguirlo poniendo bien los puntos y las comas, escribiendo y no
quejándose luego "de que el mundo no me comprenda".
Más deudor de Quevedo que de Ferlosio o Cortázar,
Pérez-Reverte escribe "porque soy lector"; no entiende que haya
escritores que se quejan de su sacrifico, "pues no escribas, tío"; él lo
hace para divertirse, "divertirse es imprescindible, no lloriquear";
para seguir creyendo en las historias, sigue atendiendo más a las
novelas del siglo XIX y principios del XX que lo que luego mandaron las
modas; eso fue conformado "el territorio en el que se fue asentando el
novelista que yo no tenía ni idea de que un día iba a aparecer...". Él
iba a contar las historias del héroe, del combate, del tesoro?, lejos
siempre de "esos pajilleros de la vacuidad inane".
Después de esa diatriba, Arturo recogió sus artes de matar lo
que no le gusta, se sentó entre Vargas Llosa y Marías y atendió el
coloquio que dirigió Rosa Junquera. Muchos de los especialistas en su
obra le arrancaron la risa y la sonrisa, e incluso intervino a veces;
hablaron de sus artículos, de sus libros, se refirieron con mucha
minuciosidad a ese libro, El pintor de batallas, como para
fijar un Pérez-Reverte más secreto (como Negra espalda del tiempo en el caso de Marías): su editor italiano dijo que en ese libro se
habían juntado "la gran literatura europea y el testimonio de este
tiempo; e incluso se mostró (lo mostró Óscar López, uno de sus más
frecuentes entrevistadores) un decálogo para periodistas que quieran
entrevistar a Pérez-Reverte y pretendan tener éxito en el empeño...
Annie Morvan, su editora francesa, dijo que ahora en Francia el
paradigma español ya no es Carmen sino Alatriste?, y hablando de sus
artículos José Luis Martín Nogales dijo que Pérez-Reverte "es el Larra
de nuestro tiempo..."
Pérez-Reverte había dicho, en su discurso, "me importa un
rábano el futuro de la novela". No es un teórico, eso dijo también; pero
sus libros, dijo su amigo Pepe Perona, son una suma de libros, un punto
de partida para leerle a él y para no dejar de leer esa larga
bibliografía que le contempla desde que cumplió seis años.