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Textos sobre Pérez-Reverte

Textos sobre el escritor y su obra. Revertianos.

Colega hasta en un bote del Titanic

ALFONSO ROJO | El Mundo - 21/2/2001

Es el tipo que uno escogería como compañero en el bote salvavidas del Titanic. Hay muchas razones que justifican la elección. Una de ellas -la más evidente- es que es fiable. Arturo Pérez-Reverte está fabricado de acero y jamás deja tirado a un amigo. Tienes la garantía de que no intentará salvarse a solas si la nave se va a pique.

Como Alejandro, Cortés, Pizarro o ese encallecido pero enternecedor Don Jaime Astarloa, es de los que creen que el jefe debe liderar espada en mano el asalto de la trinchera enemiga y cubrir a pecho descubierto la retirada de sus hombres cuando las cosas se tuercen.

Siempre ha sido así. Lo era siendo adolescente y reporteando en el infierno de El Líbano para el fenecido diario Pueblo y le salía por los poros hace justo una década, cuando deambulaba al frente de una troupe televisiva por las escabrosas montañas yugoslavas y comenzaba a sonreírle el éxito como novelista.

Otra razón por la que cualquiera lo elegiría como compañero de fatigas en un naufragio es que sabe navegar. Tiene un barco precioso y una semana al mes, cuando no escribe, navega.

Arturo fue un lector precoz y creció en una casa llena de libros, dominada por un padre que inculcó en su alma la idea de que se puede admirar a mucha gente pero que no se debe idolatrar a nadie ni tener un modelo vivencial exclusivo.

Arturo tiene muchas facetas. Es un soñador impenitente, un lector voraz, un aventurero desbocado, un padre entusiasta y en cierto sentido un asceta, una especie de monje cartujo aferrado a una estricta disciplina. Parte de su atractivo estriba en que es un jefe nato, un aventurero de tomo y lomo, que planifica las cosas con pulcritud militar.

"Cuando se ha vivido tantos años en el caos como lo he hecho yo, necesitas algo de orden", se excusa, si le interrogas sobre sus costumbres cotidianas, tratando de desvelar el secreto de la fórmula que le permite vender millones de ejemplares, ser traducido a decenas de idiomas, publicar en docenas de países, recibir un rosario de prestigiosos premios internacionales y -a despecho de algún crítico miope- ser sin discusión en el autor español más explosivo de la década: la anterior y lo que llevamos de esta.