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Textos sobre el escritor y su obra. Revertianos.
JOSÉ BELMONTE SERRANO | El País - 24/1/2003
Cuando
decidí organizar un congreso internacional dedicado, monográficamente,
a la obra literaria y periodística de Arturo Pérez-Reverte, hubo gente
que me dijo que estaba loco. Loco de atar. A quién se le ocurre. En
este país, alentados, incluso, por las más altas instituciones, estamos
demasiado acostumbrados a no hacer ni puñetero caso a los que aún
siguen vivos, a los escritores y artistas que están en activo. Y más
locos aún si, además, se trata de un creador que vende muchos libros,
aquí y en el resto del mundo; un tío famoso al que la gente, incluso la
más humilde, la que lee sus artículos periodísticos, suele parar por la
calle -yo lo he visto- para decirle: "Dales caña, Reverte, dales caña".
Pero salió bien. Estuvieron los que tenían que estar
(incluido Juan Marsé, al que casi nadie suele sacar del exilio
voluntario en su propia casa), y se dijo, unánimemente, que, pese a
quien pese, incluso yendo en contra de nuestra particular idiosincrasia
y nuestra historia cainita y fratricida, Pérez-Reverte ya es un
clásico, un autor al que nunca podremos pagar del todo lo que ha hecho
por la literatura, creando un nuevo tipo de lector interesado por la
aventura, a la vieja usanza, a lo Conrad, a lo Melville; por una
historia con principio, medio y fin, como en los tiempos de Galdós y de
don Pío; y en cuanto a la forma, sujeto, verbo y predicado, y las comas
en su sitio. No hay más secretos para la coctelera revertiana, aunque
luego resulte imposible copiar la fórmula, como han intentado hacer
tantos otros.
A Arturo Pérez-Reverte le mueve, fundamentalmente, su fe en la vida (su
concepto de la vida daría para un capítulo aparte, pero bastaría
escuchar con detenimiento las palabras de Lucas Corso en El club Dumas, o de Jaime Astarloa en El maestro de esgrima (para darse por enterado) y también en la literatura. Cualquier otro,
después de haber escrito y publicado, en 1986, una de sus mejores
novelas, El húsar, sin que nadie le hiciera caso (una única
reseña fue escrita por entonces, a pesar de tratarse de un reportero de
guerra bien conocido), hubiera desistido y arrojado por la borda todas
sus esperanzas.
Su suerte, su gran suerte, y la suerte de
todos los que le seguimos, es que, como él mismo ha reconocido, se
trata de un lector que, circunstancialmente, escribe novelas. De ahí
que no le preocupara el primer fracaso, el silencio de la crítica, la
ausencia de lectores por aquellos años aún no lejanos. No le afectó
demasiado el golpe, y continuó escribiendo lo que a él le apetecía, sin
tener que rendir cuentas a nadie, sólo a su propia historia, a su
propia conciencia, a su mirada de lobo solitario, de héroe cansado. Y
fueron surgiendo El maestro de esgrima, La tabla de Flandes y El club Dumas.
El éxito no le ha cambiado en absoluto. Y eso le honra. Sólo que ahora,
gajes del oficio y de la fama, apenas lo dejan -lo dejamos- en paz,
cuando lo que a él realmente le gusta es leer, escribir y navegar,
charlar con los amigos y tomarse un cortado con sus paisanos.
A Reverte le daba vergüenza que se organizara un congreso a él
dedicado. ¿Qué he hecho yo para merecer esto? Asistía, como espectador,
sin advertirlo nadie, camuflado entre la gente, mezclado entre los
estudiantes. Da la sensación -me decía- de que la cosa no va conmigo,
que es de otro escritor del que habláis. Incluso no reconozco del todo
lo que yo mismo he escrito. Y lo decía con la misma emoción que un
joven que acabara de publicar su primera novela, cuando él ya llevaba a
sus espaldas, en apenas quince años, casi una veintena de obras, y sus
libros eran leídos y estudiados en los países más remotos, en las
universidades más prestigiosas de todo el mundo.
De ahí que no sea un advenedizo, un impostor cualquiera al que, de
momento, como ha sucedido con tantos otros, le sonríe la fama. Reverte
se lo ha currado él solito y nada le debe a nadie. Escribe bien, casi
como los ángeles, se deja la piel en cada libro y luego vende montones
de ellos. Y, a pesar de todo, aún cree, en los tiempos que corren, en
el honor, en la honradez y la amistad, sin dejar de ser generoso,
incluso, con sus enemigos. Más no se puede pedir.
(José Belmonte Serrano fue presidente del Congreso Internacional La
obra narrativa y periodística de Arturo Pérez-Reverte, que se celebró
en noviembre de 2002 en la Universidad de Murcia)