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Textos sobre el escritor y su obra. Revertianos.
RAUL DEL POZO | El Mundo - 17/8/2000
Los jóvenes admiran a Arturo Pérez-Reverte como a un capitán de los boy-scouts. Le veneran porque navega, desprecia la política y porque creen que los reporteros de guerra han estado de verdad en las trincheras. Es verdad que siempre va buscando un nido de águilas, pero también estudia cartografía o esgrima y zarpa por los textos de Conrad para escribir del mar o por los de Balzac para conocer que no hay nada más desinteresado que un adulterio. Como Borges, no escribe novelas, incurre en ellas. Hace novela de argumento y los héroes son pocos y los mismos, Bovary, un penacho tremolante, un argonauta guiado por Jasón o por el código de la caballería que sale a buscar peligros. Ahora han robado sus novelas del paredón de Lugo (proyecto Cumulum: rodear la ciudad con la muralla de piedra y de medio millón de libros). El lo entiende: "Si algún día no pudiera leer me pegaría un tiro". Todos hemos robado ejemplares fascinantes y eso debiera estar despenalizado. El libro es una herramienta para la conspiración, la seducción y el robo y el asesinato. El escritor siempre confía en que el lector haga realidad sus pensamientos. Arturo tiene todas las luces para el idioma. Lo mismo conoce el lenguaje de un navajero que el de un soldado de Flandes. En la hora y en la moda de la literatura de excursiones a Harvard, de ternurismo de tampax y de cajitas de bombones, surgió el novelista que dio una patada al tinglado. Le conocí en la redacción de Pueblo y cuando le vi contar historias sabía que iba a acabar con nosotros. El que sabe contar historias, las cuenta lo mismo en las 600 palabras de un reportaje o en las 60 o 100.000 de una novela. Los alelados críticos que se negaban a aceptar las novelas de periodistas no pudieron regatear los méritos del navegante indómito de Cartagena, porque ya está en la cuadra mediática más poderosa.