Prensa > Textos sobre Pérez-Reverte
Textos sobre el escritor y su obra. Revertianos.
SANTOS SANZ VILLANUEVA - 31/1/2003
Arturo Pérez-Reverte publica en 1986 su primer libro, El húsar, y ya entonces sabe muy bien lo que quiere. No es de los autores que manifiesten dudas o incertidumbres en sus comienzos y luego las despejen con una maduración intelectual o estética. Su ideario, su visión de la vida, está sintetizada en esa opera prima, en la cual se hallan patentes asimismo sus fidelidades literarias. Resumiendo ambos aspectos en una formulación escueta que nos sirva para plantear, de entrada, sin rodeos, las generales de la ley de su literatura, diremos que ésta se centra en la búsqueda y defensa de valores auténticos, y que se apoya en una concepción tradicional del relato.
En ese planteamiento ha perseverado hasta la fecha y, como haciendo bueno ese dicho repetido por Cela según el cual, en España, el que aguanta, gana, Pérez-Reverte inicia el nuevo siglo con una de las situaciones más favorables que puedan rodear a un escritor. Tiene decenas de millares de lectores que refrendan su confianza en él obra tras obra, sean éstas de más envergadura o de menos pretensiones. Los medios de comunicación le atienden con solicitud, según se comprueba, más que en las inevitables recensiones de cada nuevo título, en la abundancia de entrevistas que le hacen y en las informaciones que le dedican. Parece, en este sentido, un creador en estado de gracia, uno de los pocos a quienes siguen y miman todos los medios importantes, uno de los escasos que se libran de las inclusiones y exclusiones motivadas por la presente polarización de nuestra prensa, que arrastra también a la cultura.
En fin, por no prolongar mucho este marco de la gloria de Pérez-Reverte, ha conseguido vencer -y esto no sé si ha ocurrido por convicción o por táctica de los afectados- los reparos que un tipo de literatura como la suya despierta en la institución cultural y en su mediación más relevante, la crítica. Para la felicidad del autor, hasta los críticos alaban sus novelas y le admiten -también sospecho que algunos mirándole un poco con el rabillo del ojo- en el censo de los novelistas con mayúscula.