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Textos sobre el escritor y su obra. Revertianos.
AGUSTÍN DÍAZ YANES - 29/7/2004
Arturo Pérez-Reverte vuelve al cine, esta vez de la mano de un director que, con tan sólo dos películas, Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto y Sin noticias de Dios,
ha irrumpido con fuerza en las pantallas españolas: Agustín Díaz Yanes.
El rodaje de la película, una coproducción de España (Origen S.L),
Francia y Estados Unidos que él mismo va a dirigir, con un coste de 20
millones de dólares, comenzará en septiembre de 2004
En su extraordinario y divertidísimo-como todo lo suyo- Diccionario del Cine,
Fernando Trueba nos avisa de que el gran riesgo de las películas de
época (como Alatriste) es perderse en la reconstrucción, enredarse en
las cortinas...
Enredarse en las cortinas. Ése fue mi primer miedo
cuando, muy generosa y muy insensatamente, Arturo Pérez-Reverte y su
productor, el no menos generoso e insensato Antonio Cardenal, me
ofrecieron en una comida no sólo escribir, sino, lo que es peor,
dirigir Alatriste.
Naturalmente, a pesar del miedo a enredarme en todo
tipo de cortinas dije inmediatamente que sí. Un director de cine que se
precie, sobre todo siendo español y haciendo cine en España, no puede
desperdiciar la oportunidad de hacer una película de las dimensiones
históricas, sentimentales y cinematográficas de Alatriste. Porque,
aunque nadie se atreve a decirlo públicamente, un director español
siempre es una mezcla explosiva de fatalismo e irresponsabilidad.
Así que dije que sí y seguí comiendo tranquilamente
hasta que descubrí en Arturo una mirada entre febril y ansiosa que me
traspasó. Entonces descubrí la magnitud del problema. Para Arturo,
Alatriste es su novela, y Diego Alatriste y Tenorio, su hijo más
querido. Y nadie en su sano juicio debe atreverse a jugar con los
sentimientos de un padre. Y más si ese padre es Arturo Pérez-Reverte.
Del primer asalto no he salido mal. El guión le ha
gustado tanto al productor como al autor. He tenido que fundir las
cinco novelas en un guión de cien páginas. He procurado mantener el
espíritu de la saga y no traicionar al autor, quien, por cierto, jamás
se ha inmiscuido en mi trabajo y se ha dedicado, en cambio, a invitarme
a comer, prestarme libros y a resolver algunas de mis dudas con
respecto a tratamientos y vocabulario de la época. Por su parte, el
productor también se ha mantenido a una prudente distancia, ayudándome
como sólo puede ayudar un productor: pagando religiosamente, y en su
fecha, los plazos del guión. (También me ha invitado a comer.)
Pero si Arturo y Antonio Cardenal han sido pacientes y
generosos conmigo no puedo decir lo mismo de los numerosísimos
revertistas, fanáticos de Alatriste, que al enterarse de que iba a
llevar al cine las aventuras del capitán me han machacado con sus
consejos -bienintencionados- sobre cómo y de qué manera tengo que rodar
la película.
He detectado entre ellos cierto nerviosismo sobre la
elección del actor protagonista. Todos tienen su favorito y la lista
sería interminable. Recibo las sugerencias con un educado silencio.
También he recibido numerosas advertencias -éstas no
sé si bienintencionadas- sobre los peligros de una versión
cinematográfica de Alatriste. Todas ellas apuntan a la "dificultad" que
tenemos los directores españoles para hacer películas de época. Todos
me remiten al cine inglés, algunos al francés y los más pijoteros me
hablan de El Gatopardo, Barry Lyndon y joyas parecidas. A éstos los escucho en silencio -esta vez no tan educado- y procuro evitarlos siempre que puedo.
Sólo salgo de mi mutismo cuando alguien me pregunta cómo de larga va a
ser la película. Para estos amigos y amigas sí tengo respuesta, y les
remito a la página 113 del Diccionario de Trueba. A la voz "Duración", que dice así:
"La duración de una película debe estar directamente relacionada con la
resistencia de la vejiga humana" (Alfred Hitchcock), o "Todas las
películas son largas y todas las pollas son cortas" (Billy Wilder).
Sin más, le deseo toda la suerte del mundo a Arturo
con su nueva novela de la saga de Alatriste. Novela que Arturo me fue
pasando, capítulo a capítulo, mientras la iba escribiendo para que yo
pudiera utilizarla en mi guión. A un acto tan generoso, y tan impropio
de un escritor, sólo se puede corresponder intentando hacer una
película de la que él se sienta tan orgulloso como de su hijo, el
capitán don Diego Alatriste y Tenorio.