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Textos sobre el escritor y su obra. Revertianos.
ALBERTO DIAZ VILLASEÑOR | Diario de Córdoba - 28/1/2003
El
fantasma del capitán Alatriste subió desde el viejo alcázar de Madrid
hasta la calle que lleva el nombre del que fue su Rey, Felipe IV. El
capitán o su espectro bordearon el gran parque que el valido de su
Majestad regaló a éste para sus esparcimientos; el valido era el
entonces todavía sólo conde de Olivares y el jardín, el Retiro. El
capitán ya no reconocía nada de aquel Madrid que era éste, pero aún se
detuvo por la Cuesta Moyano rebuscando entre los tenderetes de los
libros de viejo alguno de su pendenciero amigo Francisco de Quevedo.
El capitán Alatriste pasó delante de la plaza de la
Lealtad. Como hidalgo castellano sintió un poco de repugnancia por el
edificio de La Bolsa y lo que ella representaba, porque aunque hubiese
dado uno de sus mejores lances de Flandes o Italia por tener la suya
llena, no dejaba de sentir cierto desprecio por el apego por la bolsa
que sienten los villanos y mercaderes.
Conforme se acercaba al edificio cuyo estilo no
reconocía y que le esperaba, el capitán Alatriste se sorprendió (una
vez más en este periplo) por ver el nombre de su Rey en una placa azul
en la calle que transitaba. Allí le dieron todos la bienvenida (bueno,
una decena de desalmados pagados sin duda por su rival Gualterio
Malatesta quisieron armar una pequeña zapatiesta que no tuvo
importancia). Alatriste de pronto fue pasto de un encanto, sus ropas de
espadachín, sus botas altas y su gran chambergo se trocaron en traje y
corbata, y, al entrar en la Real Academia Española de la Lengua ya no
le llamaban por su nombre de guerra sino por el de Arturo Pérez
Reverte. Deslizó una mirada veloz y desconfiada entre el gentío, no vio
al inquisidor Bocanegra, ni a su joven amigo y escudero Iñigo Balboa,
ni al taimado Luis de Alquézar. Le hicieron sentarse entre aplausos, en
un sillón que tenía una letra del alfabeto (¿kábala, nigromancia?), y
cuando se puso a hablar ya era otro y lo hacía en otro lenguaje.
Algo estaba claro, desde ahora defendería la lengua española a golpes de sable.