Uso de cookies. Utilizamos cookies para mejorar tu experiencia. Si continúas navegando, aceptas su uso. Nota legal sobre cookies.

Cerrar


Textos sobre Pérez-Reverte

Textos sobre el escritor y su obra. Revertianos.

Personajes singulares de El capitán Alatriste

JOSÉ LUIS MARTÍN NOGALES - 20/11/2007

Hace unos años, recién publicado El caballero del jubón amarillo, leía yo el primer capítulo de aquel libro, que empieza contando que "a Diego Alatriste se lo llevaban los diablos", porque "había comedia nueva en el corral de la Cruz, y él estaba en la cuesta de la Vega, batiéndose con un fulano de quien desconocía hasta el nombre" (Pérez-Reverte 2003: 11). Estrenaba comedia Tirso y toda la ciudad estaba en el teatro. Y por supuesto, Íñigo Balboa, sentado junto a Quevedo. Sobre el escenario apareció la actriz María de Castro, "hembra briosa, de buenas partes y mejor cara: ojos rasgados y negros, dientes blancos como su tez, hermosa y proporcionada boca. Las mujeres envidiaban su belleza, sus vestidos y su forma de decir el verso. Los hombres la admiraban en escena y la codiciaban fuera de ella; asunto éste al que no oponía reparos su marido, Rafael de Cózar" (Pérez-Reverte 2003: 25). ¡Rafael de Cózar! -volví a leer-. Porque este nombre no me era desconocido.

Me acordé entonces de algunos soldados que habían peleado con Alatriste en Flandes: el malagueño Curro Garrote, el vascongado Mendieta, el mallorquín José Llop, el aragonés Sebastián Copons, el gallego Rivas. Me pregunté: ¿quiénes son todos estos personajes que conviven con Quevedo, con Góngora, con Felipe IV, con el conde-duque de Olivares, con Lope, Calderón y Tirso, con Íñigo de Balboa, con el capitán Alatriste? ¿En quiénes se inspiró Pérez-Reverte para retratarlos? ¿Podemos identificar a esas personas? ¿Quiénes son esos personajes de hoy que se pasean por las calles del siglo XVII y luchan en los tercios de Flandes junto al capitán Alatriste?

La serie de novelas protagonizadas por Alatriste es un magnífico fresco narrativo de la España de los Siglos de Oro. Así lo ha destacado siempre la crítica, porque es evidente. En esos libros están los personajes, los ambientes, la monarquía, la Iglesia, la guerra, el teatro, el lenguaje de aquel tiempo. Ésa fue la intención del autor cuando comenzó a escribir esta serie, como declaraba en 1997: "A través de él [Íñigo Balboa] y del personaje cuya historia nos narra [Alatriste], he querido intentar que se entienda la España de verdad, la de ahora y la de siempre, con lo bueno y lo malo y lo oscuro, que aún fue más" (Pérez-Reverte 1997).

Pero hay un aspecto de esos libros que no siempre se ha destacado como se merece. Arturo Pérez-Reverte ha dicho del capitán Alatriste que lo inventó "para cumplir con un propósito, todavía no sé muy bien si novelesco o sentimental, que acaricié durante años y que me ha divertido muchísimo escribir. Y que, a juzgar por los resultados del primer volumen, también ha divertido a unos cuantos lectores. Cuando pienso en el modesto primer objetivo que tuve al planear estas aventuras -un juego histórico a medias con mi hija Carlota-, y los espectaculares resultados que, según mis editores, ha alcanzado la primera entrega de esta serie, no puedo dejar de sorprenderme" (Pérez-Reverte 1997). El objetivo primero que se propuso el autor era ése: escribir un juego histórico. Y en varios momentos ha repetido esta misma idea: "Era un desafío divertido, y por eso me lo planteé", dijo en una entrevista por esas fechas, cuando comenzaba a publicar el primer volumen de la serie. Y cuando el personaje era ya un fenómeno editorial, que sumaba continuas reediciones y traducciones en numerosos países, Pérez-Reverte insistía: "Alatriste empezó como un divertimento, como un capricho personal. Me dije: «Bueno, para desengrasar y para jugar, voy a hacer una novela de aventuras». El éxito que ha tenido me ha obligado a replanteármelo, pero lo que no quiero es volverlo serio. Quiero mantener su tono lúdico".

Ese carácter de divertimento de la literatura de Pérez-Reverte es una de sus señas de identidad, aunque sus personajes tengan que vivir en un mundo de fango. Y en ese contexto se sitúan los guiños que el autor dirige a los lectores.