Uso de cookies. Utilizamos cookies para mejorar tu experiencia. Si continúas navegando, aceptas su uso. Nota legal sobre cookies.

Cerrar


Textos sobre Pérez-Reverte

Textos sobre el escritor y su obra. Revertianos.

La novela histórica revertiana

XLSemanal - 09/10/2019

Me gusta definir la novela histórica como una historia ambientada en el pasado. Sin más aditamentos. Además, aprendí de los escritores británicos que toda buena novela histórica habla del presente a través del pasado. Porque la ambición, el afán por el poder, el resentimiento, el amor, la lealtad y la amistad son constantes humanas, pasiones replicadas desde la Antigüedad hasta nuestros días. Y si hay un novelista que desde hace años sobresalga en el magistral manejo de las pasiones en la narrativa histórica para hacernos viajar al pasado con billete de vuelta es Arturo Pérez-Reverte, pues ha creado un territorio literario propio, el revertiano, universalmente reconocible.

En Soy revertiano ¿Pasa algo? esbocé mi visión de la narrativa de este académico, pero ahora quiero hacer hincapié en su novelística histórica por varias razones: la creación de personajes incardinados en un código ético trasplantable de una época a otra, la elección de periodos turbulentos o de aceleración histórica, la habilidad para plasmar el espíritu cervantino, quevedesco y galdosiano en diferentes obras; y por su esforzada lucha consigo mismo para, lejos de acomodarse en fórmulas narrativas de probado éxito, buscar en cada libro algo distinto, novedoso. Esta última característica de reinventarse en cada novela sin salirse de un aquilatado mundo literario la tiene también otro compañero de sillón de la RAE: Mario Vargas Llosa.

Todo novelista tiene tres vidas que cuecen en su mente a partes desiguales: la vivida, la imaginada y la recreada a través de sus lecturas. La singular vida vivida de Pérez-Reverte como corresponsal de guerra y el acopio de lecturas de los clásicos decantaron su literatura, acaso sin proponérselo, por la senda de la narrativa histórica, y siempre con unas características esenciales: el predominio de lo literario sobre lo histórico (lo contrario hace naufragar esta novelística), la carnalidad de los personajes y el profundo conocimiento del tiempo histórico novelado. Todo ello, además, empapado de un espíritu fordiano. Del cine de John Ford.

El húsar (1986), su primera narración, se anticipa a todo al salirse del canon de la novela histórica practicada en España hasta ese momento. Es un relato antibelicista por su evolución narrativa, pues el idealismo inicial teñido de heroísmo romántico deviene en un realismo dramático. Como si La rendición de Breda de Velázquez acabase en los Desastres de la guerra de Goya. El húsar tiene como protagonista a un joven subteniente francés en la Guerra de la Independencia, lo que introduce un cierto revisionismo histórico en nuestro panorama narrativo por elegir como protagonista a alguien del bando napoleónico, algo que también haría Juan Antonio Vallejo-Nágera con su excelente Yo, el Rey, novela ganadora del Planeta. La fascinación revertiana por la figura de Napoleón queda patente en la novela breve La sombra del águila (1993), ambientada en la campaña de Rusia de 1812, donde el sentido del humor -que no la guasa, algo muy diferente- es introducido a borbotones, porque toma como materia prima un suceso real de chaqueteo de españoles enrolados en la Grande Armée y lo transmuta en un acto heroico que emociona al Emperador. En La sombra del águila subyace el rigor documental con unas proporciones de iceberg (la mayoría de la masa de hielo se mantiene oculta pero sabemos que está ahí), porque en la realidad muchos españoles del Regimiento José Napoleón lucharon con valentía en la batalla de Borodino y en la retirada, al cruzar el río Niemen, sólo lo hicieron catorce oficiales y cincuenta soldados. Fueron los supervivientes.

El maestro de esgrima (1988) es una obra de estirpe galdosiana enclavada en una época fascinante, el Sexenio Democrático (1868-1874), un periodo de oportunidades perdidas y malbaratadas. El Madrid retratado, con sus ardorosas tertulias y unos personajes de gran enganche, traza lo que constituirá la genética de la obra del cartagenero: unos diálogos fluidos donde aflora la personalidad de los protagonistas (en lo que dicen y callan), unos personajes femeninos de mayor complejidad, fortaleza y riqueza psicológica que los hombres, una concepción cinematográfica de las escenas y una deliberada búsqueda de momentos históricos apasionantes (nacientes o crepusculares) que permite desplegar una voz narrativa poderosa.

/upload/fotos/noticias/202002/elmaestrodeesgrima.jpg

La Guerra de la Independencia volverá a ser abordada en dos ocasiones: Un día de cólera (2007) y El asedio (2010). La densidad histórica de la jornada del Dos de Mayo de 1808 es novelada en Un día de cólera desde el prisma de la historia desde abajo, es decir, a través del decisivo y momentáneo protagonismo de los sectores populares que, junto a un puñado de militares, se alzaron en Madrid contra las tropas imperiales. Esta original y arriesgada decisión de situar la narración a pie de calle ha tenido continuadores, como por ejemplo, Éric Vuillard en su novela 14 de julio (Tusquets, 2019). Y El asedio no sólo introduce una doble visión de los acontecimientos a través de un protagonista español y otro francés, sino que se hermana con Un día de cólera en la exhaustiva recreación de una ciudad: Cádiz en una novela y Madrid en la otra. Este interés revertiano por reconstruir los planos urbanos hace que todas sus ciudades literarias lo sean por una elección sentimental; él las ama y paseamos por ellas con un sentido de la bilocación temporal, porque nos desdoblamos entre el pasado y el presente y reconocemos en ellas la huella de la historia así se trate de Cartagena, Nápoles, Madrid, Cádiz, Venecia, París o Tánger. Y es que en la literatura revertiana la historia no es algo fosilizado sino viviente, y lo antiguo nunca desaparece del todo sino que se superpone, como lo hace en nuestra memoria todo cuanto hemos vivido.

El historiador Fernand Braudel publicó en 1949 un ensayo que revolucionó la historiografía: El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, en el que le concedía al Mare Nostrum la cualidad de sujeto histórico. Esto bien lo sabe Pérez-Reverte, pues su faceta de navegante le ha permitido escribir algunas de sus obras teniendo como protagonista al mar, y no sólo para reflejar su querencia marinera, sino porque el Mediterráneo y el Atlántico han hecho que las costas que bañan sean palimpsestos históricos y literarios, lugares que almacenan en estratos la memoria de las sucesivas civilizaciones que los habitaron. Aquí encajan Cabo Trafalgar (2004), la alatristesca Corsarios de Levante (2006) y El asedio, novelas injertadas en el espíritu de la saga literaria marítima de Patrick O'Brian, o en Master and Commander, la mejor película de barcos de guerra jamás rodada.

/upload/fotos/noticias/202002/detalleundiadecolera.jpg

La Historia del Tiempo Presente es el periodo que estudia el pasado próximo, cuyo arranque podemos establecer en 1989, lo cual permitiría considerar El pintor de batallas (2006) como una novela histórica, porque su protagonista, un antiguo fotógrafo de guerra reconvertido en pintor para exorcizar sus fantasmas internos, revive en su mente el carrusel de horrores de la guerra de los Balcanes en la desmembrada Yugoslavia que él cubrió como profesional de la cámara. En esta desgarradora, melancólica y nihilista narración, Pérez-Reverte utiliza como arcilla literaria la memoria y la historia oral para componer un retablo de capítulos y escenas de tal intensidad que dejan una muesca en el corazón del lector.

Ya resuenan los tambores, se alzan las picas y humean los arcabuces. Alatriste. Sólo por la encarnadura novelesca de este soldado de los tercios Pérez-Reverte merecería entrar en la fama de la novela histórica. El vertiginoso éxito de los libros del capitán Alatriste se debe a un cóctel literario agitado, no batido: un protagonista con costurones en el alma dotado de un incombustible código de lealtades, la recreación del mundo hispánico del Siglo de Oro, la simbiosis de élites y tipos populares, el paladeo sin resaca del castellano antiguo y la tintura quevedesca que impregna sus páginas. Pero no sólo porque Francisco de Quevedo es uno de los más logrados personajes de la saga, sino porque la melancolía, mala leche y bizarría de sus sonetos y la picaresca del Buscón que radiografiaron el imperio español también están presentes en los libros de Alatriste. Novelas, por cierto, que han hecho más por acercar la literatura del Siglo de Oro a las generaciones jóvenes que los desquiciados y aborregados planes de estudio que padecemos dentro de los muros de la patria mía, si un tiempo fuertes ya desmoronados...

/upload/fotos/noticias/202002/escenadealatriste_1.jpg

La serie detectivesca de Falcó es una aleación de novela negra e histórica, una feliz coyunda que también han realizado Philip Kerr con su comisario Bernie Gunther y Benjamin Black con su patólogo forense Quirke. La trilogía de Falcó es un paso más en la literatura revertiana: una artesanía de lujo que busca la eficacia narrativa por medio de una escritura depurada, la creación de un peligroso protagonista atractivo y achulado que sabe desenvolverse en el mundo refinado (y en sitios de mala nota) de los años treinta y, también, por situarse en la guerra civil española y en escenarios tan cosmopolitas como Tánger o París. La desenvoltura como escritor de Pérez-Reverte tiene momentos sublimes como en Sabotaje (2018), donde Marlene Dietrich, con su voz sombreada y movimientos de pantera, le planta un beso en la boca a Lorenzo Falcó. Qué bárbaro.

Hombres buenos (2015) es una novela cervantina, porque los protagonistas, dos académicos de la RAE, son muy distintos entre sí pero acaban anudando una amistad genuina en el aventurado viaje que emprenden desde Madrid hasta París para hacerse con una colección de la Enciclopedia; y también, porque ambos ilustrados encarnan los mejores valores de una España heredera de las virtudes que supo captar Cervantes en su tiempo. La doble estructura cronológica del libro entre el siglo XVIII y el XXI es mucho más que un jugueteo metaliterario: es la confirmación de que la historia pervive en el presente de variadas formas, de que la literatura, los viajes y las amistades enriquecedoras nos hacen revivir tiempos que no llegan a extinguirse porque aún hay gente que los recuerda. Como sucede con quienes hemos querido y murieron.

Y, por último, Sidi (2019), el relato de frontera hispánico donde nace la leyenda del Campeador, el western medieval en el que podemos intercambiar espadas y ballestas por Colts y Winchester y el aplomado carisma de Ruy Díaz por el de John Wayne. Pérez-Reverte vuelve a hacerlo, a dar una vuelta de tuerca a su obra, pues resetea la literatura fronteriza (de larga tradición narrativa en España) al trasladar el enfoque épico del cine de John Ford al personaje del Cid. Y funciona de maravilla.

Nací en una casa en la que una surtida biblioteca la convertía en El Álamo, porque los libros de historia y las novelas históricas, colocados en estanterías y apilados, eran el baluarte que impedía que las miserias y rutinas del mundo exterior conquistasen el mundo interior de quienes vivíamos allí. Aprendí que la literatura era evasión, disfrute, riqueza y defensa. Crecí leyendo bajo la luz amarillenta de una lámpara de pie o bajo el sol que se filtraba por las ventanas mientras en el tocadiscos sonaba la música que ponían mis padres. En la Navidad en la que estudiaba COU compré la antes citada Yo, el Rey porque la novela histórica me había conquistado en una incruenta guerra relámpago y regalarla fue una demostración de amor. Vinieron a mi vida diferentes autores de este género literario, algunos al trantrán, otros recomendados y de otros me despedí a la francesa porque nada me aportaban. Hasta que, en tromba, llegó a mi vida la literatura de Arturo Pérez-Reverte. Y vino para quedarse, como en un bolero.

/upload/fotos/noticias/202002/ladespedidasidiperezreverte.jpg

Desde entonces compartí con mis amigos lectores las novelas revertianas recién salidas de las tripas de las imprentas, hablábamos de ellas con pasión encendida (la pasión de hielo es propia de críticos envidiosos), las prestaba como quien entrega unas credenciales diplomáticas, diciendo "éste es mi mundo", y las disfrutaba mientras a veces la emoción se licuaba en mis ojos, como también ocurre en el cine. Y en la vida.

Si Juan Eslava Galán es el padre de la nueva novelística histórica española, Arturo Pérez-Reverte es su gran difusor a nivel internacional. La narrativa revertiana no es apátrida, sino que trasciende fronteras por haber destilado la mejor tradición española (cervantina, quevedesca y galdosiana) e incorporado una visión del mundo para universalizar su concepción de la historia a través de los libros. Sólo la finezza intelectual de Sergio Vila-Sanjuán es capaz de glosar de manera insuperable la literatura histórica del cartagenero: "La combinación de memoria cultural, vivacidad narrativa y aventura como norma de conducta brindan las claves de su enorme y merecido éxito".Mientras tengamos en las manos una novela histórica de Pérez-Reverte nuestro mundo interior quedará a salvo de banalidades y mediocridades, The Brothers Four cantarán The Green Leaves of Summer y El Álamo no volverá a caer.