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Textos del escritor aparecidos en diversas publicaciones. El cementerio de los barcos sin nombre.
ARTURO PÉREZ-REVERTE | Interviú - 28/4/1977
Tessenei
es un pequeño rincón olvidado del mundo, una ciudad que apenas figura
en los mapas. Está en Eritrea, la provincia más septentrional de
Etiopía, asolada por la guerra de secesión que desde hace quince años
enfrenta a los guerrilleros nacionalistas con las tropas de Addis
Abeba. En el curso de una ofensiva desencadenada en las últimas
semanas; los eritreos capturaron Tessenei a los etíopes, tras treinta y
cinco horas de feroces combates. "Interviú" estaba allí.
La batalla por Tessenei comienza a las 4,30 de la madrugada del día 4
de abril, Lunes Santo en España, cuando un millar de guerrilleros
eritreos salen de los bosques y avanzan hacia la ciudad, guarnecida por
mil quinientos soldados etíopes. Con las últimas sombras antes de
amanecer, pequeños grupos de comandos se infiltran en las calles
desiertas, degollando a los centinelas etíopes. Cuando suenan las
primeras ráfagas y el grueso de los asaltantes cruza el lecho seco del
río, irrumpiendo en el cinturón de posiciones defensivas enemigas, un
centenar de sus camaradas lucha ya dentro de la ciudad por el control
de la central eléctrica y el edificio de Telecomunicaciones, la Banca
etíope y el aeropuerto.
"Quiero que te mantengas pegado a mí y agaches la
cabeza". Kibreab sonríe como los niños, tras su hermosa barba abisinia.
Su grupo está compuesto por treinta guerrilleros, ninguno de los cuales
cuenta más de veinte años, cuyos pantalones cortos y rostro imberbe les
dan un aspecto de "boy-scouts". Han permanecido seis horas inmóviles,
tendidos de bruces en la arena, esperando este momento. Prohibido
fumar, prohibido hablar. Atentos a las órdenes de su jefe, al que
veneran como a un dios. Porque Kibreab tiene treinta y seis años y sabe
hacer la guerra.
"Nos vamos. El primero que pise el puente tendrá derecho a la mejor arma capturada".
El puente que comunica Tessenei con la carretera de Asmara está
protegido por un blocao de sacos terreros. Los guerrilleros corren
entre los arbustos que cortan como navajas, la arena ahoga sus pasos.
Pero los etíopes ya están alerta. Una ametralladora crepita delante y
las balas trazadoras arrancan chispas anaranjadas a los arbustos. En la
oscuridad, gritando "Eritrea" a pleno pulmón, los chiquillos de Kibreab
saltan como sombras sobre un decorado irreal de humo y llamaradas. El
estallido de una granada ilumina durante un segundo cuerpos acurrucados
en el suelo. Un crío, herido o asustado, está llorando ahí delante. Su
gemido, miedo o dolor queda rápidamente ahogado por otra llamarada
sobre la que se recorta la silueta de alguien que corre enloquecido.
El primer eritreo que cruza el puente no recibe su
trofeo. Está muerto. Del grupo de Kibreab, sólo diecinueve guerrilleros
se mantienen en pie. Hay cadáveres por todas partes, etíopes y eritreos
se han vuelto idénticos ante la muerte. Su aspecto no es agradable, y
tú te sientas un momento con los ojos cerrados, la boca seca y una
extraña sensación aferrada en el estómago. Un sudor frío te pega la
camisa a la espalda. En algún lugar a miles de años luz de aquí la
gente va al cine, al trabajo, fabrica niños. Aquí acaban de morir
veinte hombres por un puente que ni siquiera figura en los mapas. Pero
la guerra es esto, compañero. Y te pagan por hacer un trabajo. Los
lectores esperan que les muestres cómo es la guerra, y tú no puedes
defraudarles. Van a quedar hartos. Por eso tomas aliento, compruebas la
abertura del diafragma, el enfoque y comienzas a tomar fotografías. Que
Dios te perdone, pero estos muertos no van a quedar bien si utilizas
película de 64 ASA. Hay todavía muy poca luz. Clic. Foto. ¡Qué limpia
es la guerra en el cine! Allí no se ven críos de dieciocho años con las
tripas al aire. Clic. Foto. Menudo oficio el tuyo, compañero.
A media mañana, la batalla por Tessenei continúa en
todo su ardor. Los guerrilleros han capturado todos los puntos claves
de la ciudad a excepción de un campo atrincherado y la Banca de
Etiopía. Donde los etíopes continúan resistiendo. Media ciudad está en
llamas y la población civil, enloquecida, huye a refugiarse en los
bosques. Largas columnas de refugiados avanzan por la carretera. La
sección de Kibreab recibe orden de entrar en la ciudad para reforzar a
sus camaradas que asedian la Banca. El maltrecho grupo se pone en
marcha siguiendo el cauce seco de un "uad" (río seco) que discurre
junto al campo atrincherado etíope. Los etíopes esperan, pero los
proyectiles pasan demasiado alto. Zumban como abejas.
"Si escuchas el zumbido de las balas no debes
preocuparte. La que se oye es que ya ha pasado. El peligro está en
aquellas que no oyes. Pero no te preocupes, porque da igual. Cuando
toca, toca. Cuestión de suerte y de no levantar demasiado la cabeza".
Ese mortero ha caído muy cerca. Demasiado. Cuando te
levantas tienes los tímpanos convertidos en un tambor y compruebas que
sigues entero. Te entra una alegría feroz. Cuando toca, toca. Pero a ti
no te ha tocado, que es lo importante. El guerrillero que te agarraba
del hombro no ha tenido tanta suerte. La metralla, o las piedras que
saltaron con la explosión. le han rajado a tiras la mejilla derecha.
Eres el único que lleva un pequeño botiquín de campaña, pero su
contenido es ridículo, Así que cuanto puedes hacer por el muchacho es
darle un par de aspirinas y pintarle la cara con mercromina. Tienes la
lengua pegada al paladar y una sed de mil diablos, cuando haces un alto
en el camino para fotografiar ese cadáver que tiene el rostro hundido
en la arena.
La sección de Kibreab entra en Tessenei a las tres
de la tarde, pegándose a las paredes como lapas. Hay francotiradores
etíopes por todas partes, y al guerrillero que marcha en cabeza le
meten una bala en la pierna. En el cine, alguien habría ido a recogerlo
desafiando el fuego enemigo, pero aquí los tiros son de verdad. Hasta
que los eritreos liquidan al tirador emboscado, el herido se queda en
medio de la calle, haciéndose el muerto para evitar que el próximo
disparo le dé en la cabeza.
A las dos de la madrugada me matan a Nagash, el
muchacho que durante dos semanas a sido mi intérprete y mi cocinero.
Los etíopes lanzan un contraataque, se apoderan de una manzana de
casas, y los guerrilleros deben desalojarlos con granadas y cuchillo. A
esa distancia, luchando casa por casa, las armas de fuego tienen la
misma utilidad que una escoba. Los hombres se buscan a tientas en la
oscuridad acuclillándose en silencio. Nagash sale de una casa
apretándose la brecha del abdomen y, sin un gemido, apoya la espalda en
la pared y se desliza hasta el suelo. Tiene dieciséis años, y muere
iluminado por el resplandor de los incendios, con los ojos cerrados,
sin pronunciar palabra. En memoria de Nagash, sus camaradas no hacen
prisioneros esta noche.
El asalto a la Banca se da a las cinco y media de la
tarde del martes "santo". El blindado etíope salta tras el impacto de
un proyectil anticarro, los guerrilleros cruzan la plaza y penetran en
el Banco a la bayoneta. Dos etíopes se rinden y nueve están muertos.
Tessenei se encuentra en manos eritreas.
De pie en el centro de la plaza, con los ojos
enrojecidos por el humo de los incendios, rebobino la película mientras
contemplo el cadáver de Kibreab. Las moscas, eternas compañeras de los
muertos, aún no han invadido su cráneo destrozado por un balazo. Murió
en el último minuto, cruzando la plaza a la cabeza de sus guerrilleros,
gritando "Eritrea" a pleno pulmón. Kibreab era mi amigo ¿saben? Quizá
por eso siento una extraña vergüenza cuando coloco nueva película en la
máquina fotográfica, enfoco su imagen y oigo el "clic" del disparador.
Ha muerto mirando al cielo.