Prensa > Patente de corso
Columna que Arturo Pérez-Reverte publica en XL Semanal.
Unos cazan conejos o venados, y otros cazamos libros. Transcurre
una de esas mañanas frías y soleadas de Madrid, cuando las casetas de la
cuesta Moyano se alinean en una luz cegadora con sus mostradores y
tenderetes llenos de libros de lance. Entre esos naufragios de
librerías, pecios de bibliotecas, restos flotantes de vidas y mundos
desaparecidos, me muevo atento y sigiloso como un francotirador
adiestrado por viejos hábitos. Dispuesto, como estipulan las reglas, a
actuar sin piedad frente a otros eventuales cazadores, madrugándoles la
pieza codiciada. Llevo así hora y media, mirando, tocando, husmeando
como un depredador pertinaz, del mismo modo que mi teckel Sherlock lo
haría, si su amo le permitiera hacerlo, tras el rastro de un codiciado
jabalí. Con el pálpito en el corazón y el hormigueo en los dedos sucios
de buscar y rebuscar que siente todo psicópata de los libros en lugares
como éste. Ávido por cazar hasta sin hambre. De colmar el zurrón aunque
vaya bien repleto.
Saciado al fin, o casi, cargo con un botín que justifica
el paseo: una biografía de Nelson, el Napoleón de Ludwig -lo habré
regalado cinco o seis veces-, el Viaje del Parnaso en edición crítica de
Rodríguez Marín, la biografía de Engels de Tristam Hunt, tres novelas
de Ágatha Christie y una de Eric Ambler. Entre los ocho libros, el
desembolso total no llega a los setenta euros. Sabiendo mirar con
paciencia y atento a las ediciones de bolsillo, puede comprarse aquí una
docena de libros por quince o veinte mortadelos. Eso incluye policíacos
o de aventuras y grandes obras de la literatura universal. De Beau
Geste o Adiós muñeca a La línea de sombra o Crimen y castigo.
Absolutamente todo.
Sin embargo, en este paraíso de libros y felicidad
lectora que es la cuesta Moyano, hay cuatro gatos. Menos de treinta
personas se mueven por las casetas y los tenderetes. Y eso, en día casi
festivo como hoy; en que, con crisis como sin ella, bares y terrazas
están llenos. Como de costumbre, la charla con algunos amigos libreros
ha sido un rosario de lágrimas y pesares. No se vende un carajo, es
frase que lo resume todo. Cada vez viene menos gente, y esto se muere. Y
fíjate, añaden, que no hay lugar donde se concentre una oferta cultural
tan extraordinaria y barata como ésta. Escuchándolos, recuerdo con
amargura una discusión que mantuve hace días en Twitter con algún
cantamañanas que argumentaba, en defensa de la piratería salvaje y del
todo gratis para todos -confundiendo cultura de fácil acceso con cultura
impunemente saqueada-, que los libros son caros y eso justifica
trincarlos de Internet por la patilla. Lugares como la cuesta Moyano,
las librerías de viejo o las ferias que los libreros de lance organizan
con gran esfuerzo en diversos lugares de España, desmienten esa
simpleza. Y si es cierto que la novedad editorial alcanza en ocasiones
precios indecentes, a quien desea tener un buen libro en las manos le
basta darse una vuelta por lugares como éste con diez euros en el
bolsillo. O con menos. El precio de una caña y una tapa. Raro sería que
no se fuese con tres o cuatro libros. O más. Quien no compra un libro es
porque no quiere, o porque no lee. No porque todos los libros sean
caros. Así que déjenme de milongas y cuentos chinos.
Aunque, para cuento chino, el de las autoridades
municipales con la cuesta Moyano. Durante años, el ex alcalde Ruiz
Gallardón desoyó el ruego de los libreros de que, para darle vida a
aquello, instalase en el paseo algún chiringuito con terraza, que es lo
único que atrae a la peña. Si vienen a tomar copas, argumentaban, algún
libro verán, porque estaremos enfrente. El alcalde, naturalmente, se
pasó la sugerencia por el forro del bastón municipal, argumentando
competencias, permisos y ordenanzas que, por otra parte, nadie opone a
la proliferación de bares y terrazas que llenan el centro de la ciudad. Y
mucho temo que la nueva alcaldesa haga lo mismo, pues los libros no
importan ni a los alcaldes. De todas formas, previne a los amigos de
Moyano, cuidado con las ideas, que tienen doble filo. Un concejal
avispado puede echar cuentas, concluyendo que el negocio sería mandar a
los libreros a tomar por saco y montar en cada caseta un chiringuito de
tapas, dándole la concesión a la empresa de algún compadre. De libros,
ni rastro; pero la verja del Retiro se pondría de bote en bote, con todo
Madrid, turistas incluidos, dándose codazos con una copa en la mano:
terrazas llenas, ambientazo, promoción en los telediarios, y muchos
puestos de trabajo para camareros, que es la única profesión nacional en
auge. Ni crisis, ni leches. La cuesta Moyano, ahora sí, de plena moda. Y
viva España.