Prensa > Patente de corso
Columna que Arturo Pérez-Reverte publica en XL Semanal.
Hace unas semanas, en relación con el 90º aniversario del desastre de Annual, comentaba aquí la falta de iniciativa oficial en la
conmemoración de acontecimientos históricos, lamentando la ignorancia y
el sectarismo miope de nuestros sucesivos responsables de Educación y de
Cultura. Tampoco las autoridades locales de antes o de ahora, sin
distinción de ideología, se quedan a la zaga en negligencia o torpeza.
Sin embargo, frente a iniciativas ingeniosas y con frecuencia heroicas,
llevadas a cabo por particulares sin apenas medios y con enormes dosis
de entusiasmo, la estupidez y la demagogia, cuando no la manifiesta mala
fe, suelen imponerse con frecuencia, torpedeando muchas iniciativas.
Nada extraño, por otra parte, en un país donde la gestión del patrimonio
artístico local o los bienes de interés cultural se ponen a menudo,
como ya escribí alguna vez, en manos de concejales de Cultura que no
hicieron ni el bachillerato. Y no tomen esto por hipérbole desaforada.
Conozco al menos a dos.
Hay casos recientes que indican cómo son esas cosas en España. Y cómo
van a seguir siendo, me temo, hasta la consumación de los tiempos. Uno
de mis favoritos es el asunto del fuerte de la Concepción en Cedeira, La
Coruña. Hace años, con fondos de la Comunidad Europea, mucho esfuerzo y
buen criterio, se restauró el edificio con objeto de devolverlo a su
estado a finales del siglo XVIII: un clásico fuerte defensivo gallego de
los que protegían la costa, especialmente de las incursiones de los
navíos ingleses, que allí fueron el enemigo de toda la vida. El lugar
llevaba mucho tiempo abandonado, entre ruinas y matojos, y se hizo un
buen trabajo de recuperación al recrear en forma de edificio-museo las
antiguas dependencias, cocinas, dormitorios, polvorín y armero;
colocándose, también, cañones en las quince troneras de que disponía el
fuerte, así como la estructura en madera de una cureña de artillería de
la época. El entusiasmo de los aficionados gallegos a la Historia y sus
modestas aportaciones hicieron el resto, dotando varias salas con armas
históricas, dioramas, uniformes de la época y maquetas de barcos,
procedentes de colecciones particulares, y acompañando todo con cartelas
escritas en castellano, gallego e inglés.
Sin embargo, a los tres meses cambió el gobierno municipal. Y una de
las primeras iniciativas del nuevo concejal de Cultura fue insinuar que
aquel fuerte era una apología del militarismo y la carcundia bélica
fascista -«La violencia no educa», argumentó el muy cantamañanas-, que
la pacífica Cedeira y sus buenas gentes no necesitaban aquello para
nada, y que estaba dispuesto a cerrar el museo de La Concepción, a
vaciarlo de su contenido e instalar allí algo más a tono con las
tradiciones culturales y la auténtica Historia de Galicia: un Museo de
las Meigas, Ocultismo y Brujería. Como si no hubiera otro sitio para tan
instructivo proyecto. Al cabo, tras muchos dimes y diretes, varios
artículos de La voz de Galicia y reacciones indignadas de los coruñeses
sensatos y los grupos de recreación histórica de toda España, pudo
salvarse el fuerte. Creo. De la suerte corrida por las meigas no sé
nada. Según mis noticias, las instalaciones de La Concepción siguen
abiertas, y el modesto museo recibe numerosos visitantes.
Pero oído al parche. No hay que perder nunca la fe en el ingenio español
cuando resuelve aliarse con la cultura. En casi la otra punta de
España, en Jaén, la diputación provincial y el ayuntamiento de Belmez
han conseguido, con mucho esfuerzo, juntar medio millón de euros del
Fondo Europeo de Desarrollo Rural para construir un centro que dejará
chato al de las meigas: el museo de las Caras de Belmez. El plan,
presentado con toda la seriedad del mundo y aprobado con más seriedad si
cabe, incluye exponer fotografías de las supuestas caras y adobarlas
con las psicofonías y el camelo oportunos, convirtiendo aquel casposo
fraude de hace décadas, del que Belmez debería avergonzarse con sólo la
mención o el recuerdo, en un foco de atracción turística que le dé
vidilla al sitio. Y conociendo el paño, no les quepa duda: se la dará.
Así que ya lo saben. O lo sabemos. Para qué complicarnos la vida con iniciativas fascistas, recreaciones históricas y fuertes
construidos por el franquismo en el siglo XVIII, e incluso antes.
Psicofonías es lo que pide la peña. Historia y cultura a tope. Calculen
ahí nuestro amplio abanico de posibilidades nacionales: museo del
Turista de Benidorm, centro de interpretación del Bocata de Calamares,
museo del Salmorejo Cordobés, casa museo de Marianico el Corto, museo de
Género de Moros y Moras y Cristianos y Cristianas, museo del Traje de
la Generalidad Valenciana, museo de La Madre Que Nos Parió... Material
nos sobra de aquí a Lima. Quien no monte uno en su pueblo, será porque
no quiere.