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Columna que Arturo Pérez-Reverte publica en XL Semanal.
ARTURO PÉREZ-REVERTE | El Semanal - 02/9/2007
Acabo de toparme en el correo con una publicidad bancaria que me
ha puesto de una mala leche espantosa. Muchos de ustedes la conocerán,
supongo. Se trata de un folleto destinado a los usuarios de una de esas
tarjetas de crédito jóvenes, o como se llamen, Bluecard, o
Greentarjeta, o Yellowsubmarine, que ahí no me he fijado mucho. Pero la
tarjeta es lo de menos. De lo que se trata es de que el banco en
cuestión, que para la cosa de recaudar viruta tiene tan poca vergüenza
como el resto de los bancos y bancas que en el mundo han sido, plantea
a sus jóvenes clientes una oferta de crédito tan descaradamente abyecta
que, si no fuera porque el tal Solitario de los huevos no es más que un
miserable sin escrúpulos y un payaso, casi aplaudiría uno que siguiera
reventando ventanillas a alguna de tales entidades. No sé si me
explico.
«Domicilia tu nómina y vete de viaje», es el reclamo inicial que encabeza el folleto, junto a la foto de una parejita
jovencísima y feliz. Nada que oponer a eso, naturalmente. Aunque no
exista, desde mi punto de vista, relación directa entre el hecho de
domiciliar la nómina y subirse acto seguido a un tren, barco o un
avión, uno podría seguir el consejo sin grandes objeciones. El mosqueo
viene líneas más abajo, cuando el folleto añade «Londres, Roma, Berlín,
París... Llévate un bono de 300 euros para viajar a esa ciudad que
siempre has soñado conocer». Y aquí, la verdad, el asunto se enturbia
un poco. En estos tiempos de educación para la ciudadanía -permitan que
me tronche- y teniendo en cuenta que los destinatarios del folleto son
gente muy joven, resulta poco edificante que la primera sugerencia a
quien domicilia su primera nómina, lejos de aconsejarle ahorrar para un
futuro más o menos próximo, consista en cepillarse alegremente esta
nómina y las siguientes, en viajes alentados por el cebo del bono de
marras, aunque éste financie parte del periplo.
Pero ésa es sólo la introducción, o proemio. Lo bonito viene luego. «Hasta 30.000 euros -pone con letras gordas- para lo que
tú quieras.» Y suena tentador, me digo al leerlo. Si yo fuera joven
imberbe y domiciliara mi nómina en tan rumbosa entidad bancaria,
tendría asegurado un creditillo que, bien mirado, no deja de ser una
pasta. Tal como está el patio, 30.000 mortadelos dan para que una
parejita tierna, necesitada y con sentido común -30.000 x 2 = 60.000-
pueda organizarse un poco mejor en la línea de salida. Lo malo es que,
algo más abajo, cae mi gozo en un pozo. Porque «lo que tú quieras», o
sea, lo que un joven de hoy necesita con más urgencia, a juicio del
departamento de créditos del banco en cuestión, es «¿Un coche nuevo,
una moto, un ordernador, el viaje de tu vida?». Dicho de otra manera:
lo bueno de domiciliar la nómina para un joven de veintipocos años, o
para una pareja de esa edad que decida plantearse una vida en común, no
reside en que así puede uno amueblar la casa, comprar un coche para el
trabajo -el folleto habla de «coche nuevo», no de uno a secas- o
adquirir lo necesario para encarar la perra vida. Niet. Lo
verdaderamente bonito del invento es que, entregándole la nómina a un
banco, puedes entramparte como un gilipollas para los próximos diez
años de tu existencia, a fin de comprarte una moto o irte a beber piña
colada las próximas navidades al Caribe, como Leonardo di Caprio. Guau.
Pero no todo queda ahí, colega. Faltaría más. Porque encima, si
domicilias tu nómina y te echas encima el pufo -el primero de muchos,
qué ilusión- del crédito a diez años para el imprescindible coche
nuevo, tu banco, que es generoso que te rilas, permite que además
trinques nada menos que una Wii -«Con su revolucionario mando
inalámbrico descubrirás una forma diferente de jugar», puntualiza el
folleto- casi sin enterarte. Sólo al pequeño costo de otro pufillo
adicional: un año pagando una cantidad mensual que ni siquiera llega a
20 euros, tío. Pagando sólo, fíjate, la ridícula cantidad de 19,50
euros al mes. El non plus. Y claro. A ver quién va a ser tan idiota
como para no embarcarse en el chollo: vacaciones, coche nuevo, moto,
ordenador, y encima poder matar zombis con la Wii casi gratis, o sea.
¿Hay quien dé más? Con eso y un bizcocho, la vida resuelta hasta mañana
a las ocho. Por la cara.
Hace mucho tiempo que no llamaba hijo de puta a nadie en esta página. Se lo prometí a mi madre, a mi confesor y a una señora
de Pamplona que me paró por la calle para darme la bronca. Pero hay
días en que el impulso resulta más poderoso que las buenas intenciones.
Hijos de puta. Hijos de la grandísima puta.