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Columna que Arturo Pérez-Reverte publica en XL Semanal.
ARTURO PÉREZ-REVERTE | El Semanal - 15/10/2006
En mi familia perdieron la guerra. Mi padre hizo poco para
ganarla, pues la pasó en artillería antiaérea, jugando al ajedrez entre
bombardeo y bombardeo. Pero mi tío Lorenzo, que se alistó con dieciséis
años y volvió de sargento y con agujero de bala a los diecinueve, se
comió el Ebro y Belchite. Quiero decir con eso que, por nacer doce años
después de la guerra, tuve información oral fresca: combates,
represión, cárceles, paseos a manos de milicianos o falangistas, y
cosas así. Soy de Cartagena, donde la cosa estuvo cruda. Tuve además,
como casi todos los españoles, a parientes en ambos bandos; y allí
lucharon y también fueron fusilados por unos y otros, en aquella
macabra lotería que fue España.
Poseo, por tanto, elementos casi de primera mano sobre esa parte de la memoria que ahora tanto agitan. Y nunca me tragué
lo de buenos y malos: ni cuando niño las hordas rojas, ni de mayor los
fascistas de fijador, brillantina y correaje. Tuvimos de unos y otros,
naturalmente. Y a la guerra siguió una dictadura infame, ajena a la
caridad. Pero hay un par de puntualizaciones necesarias. Una es que,
españoles todos, llenos de los rencores, las envidias y la mala baba de
la estirpe, canallas y asesinos lo fuimos en los dos bandos. Otra, que
casi todos se vieron envueltos en aquello muy a su pesar; y que,
entusiastas y héroes aparte -a ambos lados los hubo con igual coraje y
motivos-, la mayor parte estuvo en las trincheras de modo aleatorio,
según donde tocó. La prueba es que hubo más deserciones -pasarse,
decían- por volver al pueblo con la familia, que por ideología nacional
o republicana.
Por eso estoy hasta los cojones de que me vendan burros teñidos de azabache. Si de pequeño no creí lo de la Cruzada y la
espada más limpia de Occidente, no pretenderán que me trague ahora lo
del pueblo en armas en plan Bambi: aquí la buena gente proletaria, y
allí espadones y señoritos. Mi padre y mi tío, verbigracia, eran chicos
de buena familia, pero defendían a la República. Entre otras cosas,
porque el pueblo eran muchos pueblos y muchos hijos de vecino, y cada
cual, según le iba o donde caía, era de su padre y de su madre. Por
mucho que, a falta de argumentos actuales, de inteligencia política, de
cultura, de ideas claras y de otra cosa que no sea el hoy trinco votos
y mañana veremos, ciertos habituales de los telediarios estén empeñados
en ganar por la cara, setenta años después, las guerras que perdieron
sus abuelos, o los míos. Y no sé hasta qué punto la demagogia y el
fraude calarán en jóvenes a quienes eso queda muy lejos; pero ya
empiezo a estar harto de tanto bocazas y tanto cuento chino. Una cosa
es que aquellos a cuyos parientes fusilaron por rojos puedan, al fin,
hacer lo que hicieron otros en los años cuarenta: honrar los huesos de
sus muertos. Otra, que se falsee la Historia para reventar al
adversario político de ahora mismo, suplantando la realidad con camelos
como aquel grotesco Libertarias que rodó hace años Vicente Aranda,
poblado de angelicales milicianos. Por ejemplo.
Así que ya está bien de mezclar churras con merinas. Tengo verdaderas ganas de oír, en boca de estos cantamañanas
aficionados no a desenterrar muertos, sino rencores, que el franquismo
sometió a España a una represión brutal, cierto; pero que, de haber
ganado la República, sus fosas comunes también habrían sido numerosas.
Que ya lo fueron, por cierto, aunque ahora se cargue todo en la ambigua
cuenta de los incontrolados. Y no digamos si hubieran vencido los tipos
duros del partido comunista, entonces férreamente sujeto al padrecito
Stalin; pregúntenselo a don Santiago Carrillo, que de ajustes de
cuentas con derechas e izquierdas sabe un rato. Y en cuanto a los
nacionalismos radicales -esos miserables paletos que tanta manteca han
sacado de la guerra civil, y la siguen sacado-, sería útil recordarles
que al presidente Companys, por ejemplo, cualquier gobierno
izquierdista fuerte y consecuente lo habría fusilado también, acabada
la guerra, por traidor a la República, a la Constitución y al Estatuto.
Y del pueblo vasco que acudió a defender la libertad, curas incluidos,
como un solo gudari y como una sola gudara, podemos hablar despacio
otro día, porque hoy se me acaba la página. Incluidos los tercios de
requetés donde se alistaron de abuelos a nietos apellidados Iturriaga,
Onaindía, Beascoechea, Elejabeitia, Orueta o Zubiría; a quienes ni
siquiera Javier Arzalluz -la jubilación más aplaudida de la historia
reciente de España- podría llamar españoles maketos de mierda.