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Noticias sobre Arturo Pérez-Reverte y su obra. Entrevistas.
ENRIC GONZÁLEZ | El País - 04/2/2002
El lápiz señala un punto del mediterráneo, reducido a
líneas y cifras de sonda sobre una carta náutica.
"Exactamente aquí".
El lápiz traza un punto en circulito en torno a un guarismo; y las
tres personas inclinadas sobre la carta se miran y sonríen. La
cuadrícula de longitudes y latitudes, el sextante, el mar, el sol tibio
del atardecer: los elementos de la aventura parecen ponerse en orden.
Una pequeña pompa de emoción silenciosa estalla en la cabina del barco.
El hombre que maneja el lápiz tiene un extraordinario sentido del
juego. A veces desconcierta a sus interlocutores cuando defiende algunos
aspectos de la guerra, cuando dice preferir un mercenario antes que un
idealista, cuando habla de matar o de morir, cuando establece la lista
de sus amigos y enemigos, cuando exhibe su seguridad en sí mismo, cuando
hace profesión de cinismo o cuando desdeña ciertos honores
contemporáneos. Resulta un personaje inusual en los tiempos que corren,
tan difusos, tan confusos, tan apegados a la corrección política, porque
se maneja con unas reglas muy estrictas, quizá un tanto extemporáneas.
Son sus reglas, y se atiene estrictamente a ellas. No por amor a las
reglas, sino al juego. "Sin reglas no hay juego", dice. Si uno comprende
eso, puede comprender el mundo de Arturo Pérez-Reverte. El literario y
el personaje. Son lo mismo. Toda su vida está planteada como una
esforzada aventura, desde su adolescencia submarinista, los primeros
viajes en petrolero y las expediciones africanas (Sáhara, Eritrea) hasta
su especialización en reporterismo de guerra y su reconversión como
novelista. Puede intuirse que cuando la persona Arturo no responde de
forma adecuada a tanta exigencia vital, queda relegada por el personaje
Arturo.
Conocí a Pérez-Reverte hace algunos años. Él era entonces un compañero
de trabajo, un veterano del periodismo de guerra al que convenía
escuchar. Acababa de publicar La tabla de Flandes, su tercera
novela, pero no había alcanzado aún la celebridad como narrador. Me
pareció entonces un tipo cordial, correctísimo en el trato, más bien
introvertido, conversador ameno, buen contador de chistes, generoso, con
rasgos de orgullo y muy pocas manchas de vanidad.
Ahora es el autor español más vendido, con cifras que marean, y su
popularidad es planetaria. Bill Clinton figura entre sus lectores. Se ha
hecho rico y famoso. Caminando por el pantalán hacia el barco donde
habíamos de encontrarnos, especulaba sobre el efecto que un éxito tan
abrumador podría haber ejercido sobre él.
Anticipo las conclusiones: no hay efecto perceptible. Sus amigos,
pocos, muy elegidos, homenajeados con frecuencia, son los mismos. El
pudor con que el ámbito privado -su familia, sus probables fragilidades
íntimas-, también. La weltanschauung desencantada, la habilidad para
aplicar tintes aventurescos a casi cualquier situación y el sentido del
juego permanecen inalterables. Igual que la mezcla de modestia y
arrogancia. Esto se escribe con una cierta admiración.
"Esta mañana ha sido un poco complicada. Por el levante".
Acaba de atracar después de una jornada de navegación en solitario. Se
aprecian las marcas de sol y el salitre sobre su tez y sus labios. El
velero, que compró hace siete años, casi se ha convertido en una
residencia habitual, en un santuario sólo accesible al más estrecho
círculo de familiares y amigos. Su mujer, su hija y su mesa de trabajo
siguen en Madrid, pero gran parte de su tiempo transcurre en el mar. En
cierta forma, el mar sustituye sus antiguas expediciones a zonas de
conflicto. La carta esférica, la nueva novela de Pérez-Reverte,
transcurre también en el mar. En la costa levantina. Su protagonista, un
marinero llamado Coy, vuelve a su ciudad natal, Cartagena, para
embarcarse en la búsqueda de u bergantín llamado Dei Gloria, hundido en
combate contra un corsario, con un inconcreto tesoro a bordo. Coy viste
vaqueros, zapatillas de deporte y un viejo blazer, lo mismo que lleva
hoy Pérez-Reverte, nacido en Cartagena en 1951. Ambos desconfían de la
tierra firme. Y ambos fumaron el mismo primer cigarrillo: el que les
ofreció El Piloto, un marino apuesto y valiente que les enseñó a
navegar. Puede sospecharse que La carta esférica es la obra en la
que Pérez-Reverte ha volcado más elementos personales.
-Eso es muy relativo. Coy tiene algunas cosas mías, como también las
tenía Lucas Corso, el protagonista de El club Dumas. Pero yo no
soy Coy. Y el hecho de que parte de la acción suceda en Cartagena y en
este mar sólo me ha ahorrado trabajo. Éste es mi territorio. Lo conozco
bien.
El trabajo es algo que Pérez-Reverte no suele ahorrar. Más bien al
contrario.
-La novela me ha costado tres años: la mitad, para documentarme; la
otra mitad para escribir. He tenido que aprender a navegar con cartas
náuticas antiguas, he tenido que meterme en la piel de un marino del
siglo XVIII, he tenido que pensar como un marino mercante contemporáneo,
he estudiado a fondo la historia de los jesuitas... He disfrutado
muchísimo.
Los lectores encontrarán de nuevo en La carta esférica el
tejido inextricable de hechos históricos y ficticios, el rigor y la
exactitud en cada detalle, y la claridad narrativa que caracterizan la
obra de Pérez-Reverte. Como de costumbre, bajo un relato lineal se
esconde una complicada ingeniería. Y establece un juego de referencias
literarias. En esta ocasión, las referencias incluyen algunas de las
piezas más queridas de la biblioteca del autor: desde Moby Dick hasta
los álbumes de Tintín (El secreto del unicornio y El tesoro de
Rackham el Rojo), pasando por El halcón maltés y un surtido
de literatura náutica.
-He tardado mucho en escribir una novela sobre el mar. Pero había
llegado el momento. Las novelas te eligen, y ésta no hubiera podido
escribirla a los 30 años.
Como en Territorio comanche, en la que un amigo de
Pérez-Reverte -el cámara de televisión José Luis Márquez- asumía un
papel protagonista, un personaje perfectamente real se transforma en
personaje literario. Se trata de El Piloto, hijo de El Piloto y nieto de
La Pilota, vástago de una popularísima familia de mar cartagenera.
Precisamente por ahí llega El Piloto. El escritor y su amigo-personaje
se funden en un abrazo sobre el muelle. El Piloto es más anciano en la
realidad que en la novela. Por lo demás, es exactamente el mismo tipo
que se une a Coy en la búsqueda del sueño de la bella y misteriosa
Tánger Soto.
-Oye, Piloto, si yo te propusiera embarcarnos en algo complicado, algo
en lo que nos jugáramos la piel, ¿ te vendrías conmigo? -pregunta
Pérez-Reverte.
-Pues sí, claro.
La audiencia (la fotógrafa y el reportero) quedan convencidos.
Conversar con Pérez-Reverte es (cuando se deja: si el interlocutor no le
interesa, se limita a ser correcto) un placer. Fotografiarle lo es
menos. Fue reportero con cámara en sus inicios como periodista y luego
trotó durante muchos años con una cámara de televisión al lado. Sabe lo
que capta el objetivo.
-Oye, con un 28 ni hablar -advierte a la fotógrafa-. ¿Sale el puerto
al fondo o se ve sólo el faro?
Coopera, pero sabe demasiado del negocio como para resultar cómodo.
Una vez instalados en el Gran Bar de Cartagena, un de los muchos
establecimientos locales que aparecen en la novela, con unas cervezas
delante que un parroquiano ha pagado inmediatamente, prosigue la
conversación.
-He intentado demostrar que aún se puede escribir una novela sobre la
búsqueda de un tesoro. Y escribiéndola -afirma Pérez-Reverte- me he
convencido de que aún es posible buscar tesoros.
En La carta esférica son omnipresentes las reglas del juego.
Cada personaje juega según sus reglas. Inevitablemente, unos ganan y
otros pierden.
-Yo he llegado a decir que la guerra es limpia, para explicar que allí
todo está claro. El que te dispara es un cabrón, y el que está a tu
lado es un amigo. El mar también es limpio. Es muy malo, el peor cabrón
que existe (El Piloto asiente en silencio), pero te tolera si eres buen
marino y juegas según las reglas. El mar selecciona. Todo depende de ti.
Estás solo, no hay nadie que te admire cuando lo haces bien. Y tienes
que hacerlo bien, porque te va la vida en ello. Si lo haces todo bien y
pierdes, no tienes nada que reprocharte. Uno puede estar hundiéndose y
decir: sí, naufrago, pero he sido capaz de calcular con toda precisión
el lugar exacto en que se me traga el mar. He cumplido.
-El mar quiere valientes para ahogarles, el mar siempre gana -apunta
el Piloto.
-Incluso el lenguaje del mar es limpio. No hay sinónimos: una
batallola es una batallola, y una estacha es una estacha. Te enfrentas a
algo superior, y solo puedes aspirara a hacerlo lo mejor posible. El
mar te enseña humildad, resignación, te enseña a perder. Los buenos
marinos no presumen nunca.
-Se aprende a rezar y a blasfemar. Yo he visto a marinos que escupían
contra el cielo - añade El Piloto.
La conversación discurre durante un rato entre olas gigantescas que
forman grutas sobre el buque, cielos oscuros, vientos traidores y
situaciones de angustia. Luego amaina la tormenta. El Piloto se despide,
y Arturo Pérez-Reverte sale a dar un paseo por la Cartagena de su
infancia.
"Estaban parados", se lee en un pasaje de La carta esférica,
"en una calle oscura, ante el solar de una casa derribada entre otras
dos que aún se mantenían en pie. Los lienzos de la pared desnuda
conservaban los jirones de papel, clavos oxidados de los que no colgaba
cuadro alguno, huellas de muebles, deshilachados cables eléctricos. Las
recorrió con la mirada, intentando reconstruir lo que en otro tiempo
encerraron: estantes con libros, muebles de nogal y caoba, pasillos con
azulejos, habitaciones con tragaluces ovales en lo alto, amarillentos
retratos rodeados de un aura blanquecina que intensificaba su aire
fantasmal, al recordar. Ya no estaba la relojería de la planta baja, ni
las tiendas de carbón y ultramarinos al extremo de la calle (...). Y al
niño de pantalón corto que caminaba por aquella misma calle con una
botella de sifón en cada mano, o pegaba la nariz, maravillado, ante los
escaparates llenos de juguetes iluminados para la Navidad, hacía mucho
tiempo que se lo había llevado el mar".
En La carta esférica hay mucho del autor; más de lo que él está
dispuesto a reconocer. Nos hemos detenido en esa misma calle oscura del
fragmento entrecomillado, ante el solar de una casa derribada. En esa
casa que ya no existe vivieron los abuelos de Pérez-Reverte.
"Tengo bastantes amigos entre la delincuencia. A su modo, son gente
que se atiene a sus reglas, a sus códigos.
Los "amarillentos retratos" eran los de sus antepasados, bisabuelos y
tatarabuelos muy vinculados al mar. Su memoria privada está ahí, y un
poco más allá, donde vivieron los otros abuelos. Y en esta tienda de
gorras e insignias militares. Y en los bares canallas del puerto, que
tampoco existen ya. Resulta curioso que un tipo tan formal y, por
decirlo de algún modo, caballeroso como Pérez-Reverte sienta tal
querencia por el mundo más marginal.
-Es que, a su modo, son gente que se atiene a sus reglas, a sus
códigos. Tengo bastantes amigos entre la delincuencia.
En su última época como periodista, el escritor hizo un programa de
radio sobre sucesos, y un exitoso programa de televisión, Código uno,
sobre la misma materia. En Código uno se vio al Pérez-Reverte más
desengañado, cínico y, probablemente, más auténtico. Podía decir cosas
parecidas a ésta: "Hoy van a ver un programa realmente sangriento, con
todo el horror que puedan imaginar y más. Es tan asqueroso que me niego a
verlo. Adiós". Y se iba del plató. Y la audiencia subía semana a
semana.
Poco después escribió su famosa carta de despedida a la dirección de
TVE.
-Estaba en la cama y tomé la decisión de dejar aquello. Me levanté, me
duché y me fui a la redacción. Escribí la carta, imprimí dos copias y
mandé una al director general. La otra la clavé en el tablón de
anuncios. Serían las cuatro de la madrugada.
Territorio comanche, una "novela ejemplar" sobre su última
guerra, la de ex Yugoslavia, y sobre las grandezas y miserias de la
profesión periodística, selló para él el final de una época.
-Podía haberme ido mal. Yo no ganaba mucho dinero entonces como
escritor, y mi carrera literaria podía haberse torcido. Como puede
acabarse cualquier día. Pero ya no hay problema. Tengo la vida más o
menos resuelta y no soy persona de grandes gastos.
Arturo Pérez-Reverte es uno de los pocos periodistas que han pasado
por años de reporterismo bélico sin matarse a cigarrillos, copas u otros
tóxicos. Algunos días fuma (como hoy), otros no. Se embriaga a veces
con algún amigo, pero no es bebedor. Es de costumbres austeras, aunque
puede permitirse caprichos: comprarse un hermoso velero, amplio pero
adaptado a la navegación en solitario; ir de vez en cuando a París a
comprar libros antiguos, o pujar en las subastas de antigüedades
náuticas. En una de esas subasta arranca, precisamente La carta
esférica.
En la conversación surgen amigos comunes (Hermann Tertsch, Gervasio
Sánchez) y se evocan inevitablemente peripecias y anécdotas, viejas
hazañas bélicas. Pérez-Reverte está un poco cansado de que los
entrevistadores siempre echen mano de esas batallitas. Pero a él aún le
sirven.
-La vida del escritor consiste en echar cosas a la mochila: cosas que
uno ve, personajes que uno conoce... Luego sacas todo eso de la mochila y
lo utilizas.
"No me interesa nada esa gente que cree que es mejor dedicar cinco
páginas a lo que puede contarse en cinco líneas"
El personaje argentino de la nueva novela, por ejemplo. Pérez-Reverte
viajó en los años setenta a la Patagonia, ayudado por algunos jóvenes
oficiales de la Marina argentina. Esos mismos oficiales fueron, años
después, sus mejores fuentes de información durante la guerra de las
Malvinas. Y un día, pasado aquello, encontró sus fotografías en los
periódicos, como torturadores de la dictadura en la Escuela de Mecánica
de la Armada. Uno de esos oficiales es Horacio Kiskoros.
- No es un personaje enteramente malo. Ninguno lo es en la carta
esférica. Trata de la búsqueda de un sueño y de un hombre que se enamora
perdidamente, y cada personaje cumple su destino. Al final, la vida
sigue.
Tras la fachada de la novela de aventuras (mar, tesoro, riesgo,
persecuciones, intriga) se esconden, como vigas amargas, algunas
cuestiones inquietantes. El precio de los sueños, por ejemplo. La
protagonista femenina de La carta esférica, Tánger Soto, encarna
muchas preguntas sin respuesta clara.
-Tánger pelea por un sueño. Pelea hasta el final y está sola. La mujer
es superior al hombre cuando decide combatir, porque carece de
retaguardia. Las mujeres han sido durante muchos siglos los rehenes de
los hombres, y tienen que demostrar que valen más para ser consideradas
como iguales. Yo no soy misógino, y eso se demuestra con lo que digo y
con lo que escribo.
Pasear por Cartagena con Arturo Pérez-Reverte es un no para de
abrazos, saludos, vítores y peticiones de autógrafos. Hay de todo, desde
antiguas novias hasta perfectos desconocidos que aseguran conocerle
desde siempre. El lleva esas cosas con su habitual cortesía: sonríe,
firma autógrafos, estrecha manos, se deja fotografiar junto a sus
admiradores.
-Es que esto no es como cuando te saludaban porque te habían visto en
al tele. La gente se toma la molestia de leer mis libros. Hay que ser
considerado.
El respeto para con el lector de a pie se convierte en distancia
respecto a otros admiradores de mayor calado.
-Durante la campaña electoral, todos quisieron hacerse fotos conmigo.
El PP, el PSOE e IU. Todos me invitaron a actos o me pidieron que
firmara algo. A eso me negué, por supuesto.
Una punta de arrogancia asoma de vez en cuando entre sus palabras.
-Yo no soy nada chulo -aclara-. Pero si hay que ponerse chulo, me
pongo. Le sublevan, es decir, desatan su acreditada capacidad para el
sarcasmo, algunos críticos que etiquetan su obra como "de consumo",
pretendidamente inferior a algún tipo de literatura.
-Respeto muchísimo a cualquier persona que escriba, porque sé el
trabajo que cuesta. Lo que no acepto son intelectualismos baratos. No me
interesa nada esa gente que cree que es mejor dedicar cinco páginas a
lo que puede contarse en cinco líneas.
Su aceptación en Europa y en Estados Unidos parece vindicarle. En
Francia se le compara con Alejandro Dumas o con los grandes novelistas
decimonónicos, sus queridos escritores de folletín. Los panegíricos
internacionales, la fruición con que el cine adapta sus obras y las
ventas multimillonarias (la primera edición española de La carta
esférica es de 230.000 ejemplares, una barbaridad) no excitan su
vanidad perceptible.
Lo que más valora de su éxito es la libertad que le proporciona. Una
libertad entendida como ausencia de jefes, de órdenes, de horarios y de
instrucciones. En su época de empleado se defendía de todo ello a golpes
de cinismo. Es relativamente célebre una anécdota -existen muchísimas
en torno a Pérez-Reverte, al mayor parte inventadas- de hace años,
cuando TVE le envió a cubrir la información de un petrolero embarrancado
que causaba una marea negra. "Vale", preguntó ya desde la puerta, "pero
dame la consigna: ¿estamos a favor o en contra?".
-Escribo por puro placer. Es demasiado trabajo como para hacerlo por
obligación. El día que no sienta placer, lo dejo. Y listos.
Por el momento, el placer se mantiene intacto.
-Ahora me pongo con una nueva entrega del capitán Alatriste. Y luego
comenzaré otra novela que ya tengo más o menos en la cabeza.
¿Sin interrupción?
-Nunca escribo dos cosas a la vez. Pero pongo la palabra fin en una
novela y al día siguiente ya empiezo otra. No me hacen falta periodos de
descanso ni adaptaciones mentales. Supongo que eso lo gané haciendo de
reportero, igual que la capacidad para trabajar 12 horas diarias.
Todo ese frenesí productivo, insiste, es puramente voluntario.
-Ningún editor puede fijarme plazos. Estaba previsto sacar un
Alatriste en las pasadas Navidades, pero andaba en los últimos capítulos
de la carta y no pudo ser. Si para escribir la próxima novela tardo
tres años, bien. Si tardo cinco años también. Tengo la ventaja de que el
mercado me acepta como soy y me lee gente de todas las edades y
condiciones. Soy libre para hacer lo que quiera.
El orden y la autodisciplina que se impone a sí mismo no sería capaz
de imponérselo ningún jefe. Es perfeccionista hasta límites increíbles
("puedo leer tres o cuatro libros para que un solo párrafo sobre un
hecho determinado sea irreprochable"), e incapaz de entregarse a la
pereza. Mañana, después de cenar, dormirá un par de horas en el camarote
del velero y a eso de las doce o la una se hará a la mar. En solitario.