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Noticias sobre Arturo Pérez-Reverte y su obra. Entrevistas.
CAPITANALATRISTE.COM - 13/10/2004
¿Quieren vivir la batalla naval más famosa de todos los tiempos? Pues
entonces suban a bordo del Antilla, el navío de setenta y
cuatro cañones que surca las páginas de Cabo Trafalgar, el espectacular relato
naval donde Arturo Pérez-Reverte recrea el combate que
el 21 de octubre de 1805 enfrentó a la armada francoespañola contra la
inglesa.
Para escribir esta intensa y vibrante novela, que Alfaguara publica un
año antes del bicentenario de esta decisiva contienda,
el novelista y académico ha partido de una extensa bibliografía y de
una amplísima colección de documentos directos sobre Trafalgar. Con ese
bagaje y con un escrupuloso rigor histórico, técnico y naval, ha narrado
lo que sucedió cuando treinta y tres navíos en línea, cinco fragatas y
dos bergantines francoespañoles batallaron contra veintisiete navíos de
línea, cuatro fragatas, una goleta y una balandra ingleses. Cuando cinco
mil novecientos cuarenta cañones y cuarenta mil hombres entraron en
combate.
Pero Pérez-Reverte no ha escrito un libro de historia, aunque relate
incidencias reales y revele cómo combatieron y murieron los marinos
españoles, franceses e ingleses, a los que define como «hombres de
hierro en barcos de madera». Cabo Trafalgar es una novela, una
narración que atrapa al lector con un ritmo ágil, con giros inesperados,
con intriga, con corrosivo humor negro y con un lenguaje contemporáneo y
coloquial lleno de sorpresas. Cuatro perspectivas
El protagonismo de esta novela recae en el mar, en los navíos que
combaten, en las gentes que se baten a cañonazos o en despiadados
abordajes. Para conseguirlo, Arturo Pérez-Reverte muestra el combate desde cuatro visiones, distintas y complementarias,
encarnadas en estos personajes:
o El teniente Louis Quelennec, de la Marina Imperial
francesa. Comanda la balandra Incertain, de dieciséis cañones. Es un
testigo privilegiado -y alejado, porque no interviene- de lo que ocurre
durante la batalla. Por ejemplo, describe así al vicealmirante Nelson:
"Es un fantasma y un tocapelotas, vale; pero también, manco, tuerto y
todo, un marino de pata negra, como dicen los aliados hispanos".
o El capitán de navío don Carlos de la Rocha y Oquendo.
Comandante del navío de línea de setenta y cuatro cañones Antilla,
es justo, seco e inflexible. Tiene cincuenta y dos años de vida y
treinta y ocho de mar a las espaldas. A bordo, es Dios. Gracias a su
mirada contemplamos una panorámica global del combate y leemos
comentarios como éste: «Tenemos un rey abúlico e incapaz, una reina más
puta que María Martillo, y su amante, Godoy, príncipe de la Paz, el niño
bonito de Madrid, el héroe de la guerra de las Naranjas, jefe máximo de
las fuerzas navales y de las otras, lamiéndole un día sí y otro también
el ciruelo a Napoleón con los tratados de San Ildefonso».
o El guardiamarina Ginés Falcó. Lleva ocho meses a
bordo. Nacido hace dieciséis años en Cartagena de Levante (casualidades
de la vida: el mismo año y en la misma ciudad en cuyo arsenal fue
construido el Antilla, su barco), conoce el oficio y sabe
batirse. «En mitad del desmadre -concluye-: patria es una palabra
desprovista de sentido».
o El marinero Nicolás Marrajo Sánchez. Patillas de
boca de hacha y marca de navajazo en la cara, reclutado a la fuerza en
Cádiz hace tres días. Ignora qué está ocurriendo durante la batalla,
salvo que va a vender cara su piel. Él más que nadie sabe que, desde que
suena el primer cañonazo, el resultado final del conjunto deja de
importar, y lo que cuenta es el dar y el recibir, el tú a tú que se
establece entre los tripulantes de un navío y aquellos enemigos a los
que disparan y de quienes reciben el daño.
Entre la vergüenza y la dignidad
Con estos personajes, Pérez-Reverte muestra con rigor y
crudeza las muchas sombras y las tenues luces de uno de los episodios
más vergonzosos de la historia española.
Por un lado, nos sumerge en una España vieja y maltratada, donde la
corrupción y la ineptitud ocasionan una decadencia imparable. En el año I
del Imperio napoleónico, España es una potencia naval venida a menos:
cuenta con los mejores navíos del mundo, pero tiene que salir a la mar
con oficiales expertos pero desmotivados y con marineros esclavizados,
reclutados a la fuerza en Cádiz y sus alrededores. Además, la flota
española, que dirige el almirante Gravina -«un tiñalpa cortesano, un
político antes que un marino, que va a llenar España de viudas y de
huérfanos»-, debe obedecer las órdenes del indeciso e incapaz almirante
francés Villeneuve.
Por otro lado, sin embargo, al poblar el libro de «infelices buenos
vasallos que nunca tuvieron buenos señores», demuestra, como confirma en
la entrevista que sucede a estas líneas, que "la dignidad no la tienen
los gobiernos, sino los pueblos". A la vez, ofrece una cruda y realista
visión de la batalla.
Tácticas y honor
Los amantes del mar y de la historia naval están de enhorabuena.
Pérez-Reverte reconstruye con precisión la batalla de Trafalgar. Al hilo
de la narración, expone las sorprendentes tácticas de Nelson y las
erróneas decisiones de Villeneuve. Al mismo tiempo, muestra cómo "un
buque de guerra es una máquina compleja, un taller flotante hecho para
luchar, sujeto a reglamentos y a ordenanzas, donde los hombres trabajan y
mueren como autómatas sin otra responsabilidad que la lealtad y la
competencia".
Además, vemos a los barcos elegir entre la disciplina y la conciencia,
entre la indecisión y la cobardía. Vemos a los mandos españoles salvar
la honorabilidad, a falta de otra cosa. Porque se nos presenta un mundo
en el que el honor se calcula en arrobas de sangre. Porque, sobre todo,
vemos cómo luchan y cómo mueren los marinos españoles. Vemos que la
patria se circunscribe a la propia piel, a la vida que alienta en el
corazón y la cabeza, a los camaradas que caen al lado gritando su
estupor, su locura y su rabia. Vemos que, cuando uno muere cumpliendo
con su obligación, no se equivoca nunca. Y que hay días que redimen toda
una vida.