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Noticias sobre Arturo Pérez-Reverte y su obra. Entrevistas.
JACINTO ANTÓN | EL PAÍS - 02/12/2006
Pardiez que hay coraje en Corsarios de Levante, el primer
Alatriste poscinematográfico. Y emoción. Y aventura. Y amistad. Arturo
Pérez-Reverte nos lanza una novela que es como una buena estocada:
rápida, directa y efectiva, con la engañosa sencillez de la esgrima del
maestro. Nos encontramos en el inicio del relato -un mediodía de mayo de
1627- con el Capitán Alatriste e Íñigo de Balboa (17 años recién
cumplidos) navegando ya a toda castaña en una galera española a la caza
de una galeota berberisca. "¡Aferra las dos!"
... ¡Ropa fuera! ¡Pasaboga!". El cómitre con su látigo tejiendo en las
espaldas de los galeotes "un jubón de amapolas". Tensión, besos a los
escapularios, las mechas de los arcabuces a punto, hambre de botín.
Acaso miedo ("miente quien diga que nunca conoció el miedo, pues no hay
cosa que no tenga su día"). Seguirá el pandemónium de un abordaje
sangriento en el que Pérez-Reverte trazará el ancho escenario histórico
en que nos vamos a mover: la peligrosa "turbulenta frontera
mediterránea, encrucijada de razas, lenguas y viejos odios".
La novela no dejará de ir subiendo en intensidad hasta un final
absolutamente espectacular, con cinco galeras turcas mortalmente
enfrentadas a la nuestra en las costas de Anatolia, un pequeño Lepanto
con hechuras de Trafalgar. Un trance malo, sin duda: "No hay otra, esta
noche cenamos con Cristo o en Constantinopla". Ahí llega Uluch Cimarra,
jenízaro grande pegando mandobles feroces y gritando "¡bir mum!" ("hijos
de la gran puta", con perdón, en turco)...
Persecuciones y batallas nava les por todos los rincones del
Mediterráneo, el ataque a un campamento moro en un uadi cerca de Orán
(ecos de Beau Geste -"ah, pero es que eso era nuestro Beau Geste",
señala Pérez-Reverte-), peligrosos galanteos en Nápoles, "pepitoria del
mundo"; el escamoteo de la escultural favorita del bajá de Chipre... El
horror (ahorcamientos, desollamientos, los sesos volantes del caporal
Conesa, el niño que espanta las moscas de la cabeza cortada de su padre,
el culpable recuerdo de Alatriste de la represión de los moriscos) y
también el humor (en el golfo de Escanderlu, situación desesperada, tres
galeras que van a jugársela al amanecer contra la flota turca; dice el
capitán Urdemalas: "Ningún socorro a nadie. Cada cual para sí y puto el
último". A lo que recuerda oportunamente el sargento Quemado: "El último
somos nosotros"). ¡Vaya singladura, Arturo!
"Me he inventado pocas cosas, las situaciones son auténticas; es un
tema que tengo localizado hace muchos años y me lo sé. Manejo mucho
material de la época, de las campañas corsarias de España y Nápoles. Hay
mucho trabajo detrás. He leído libros enteros que me han servido para
una sola línea de la novela. Lo asombroso es que esa gente que muestro
eran realmente así. El coraje, la aventura, la crueldad, eran los mismos
que muestro. Había realmente individuos que saltaban a una galera
enemiga solos. Eran una gente peligrosísima. Éramos muy peligrosos. Esa
singularidad, esa arrogancia, sentirse dueños del mundo, poseedores de
la religión verdadera. Alatriste me permite entrar en la psicología de
aquellos tíos. Cuando lees esas acciones
... eran tíos asombrosos, una combinación de valor, desesperación,
ambición y salvajismo absolutamente español. Un país de miserables era
el nuestro. Ser soldado, ir a América, a Flandes, al Mediterráneo, era
salir de la miseria a por botín. Eso sí, como hidalgos y vendiendo cara
la piel, pues hacen de su reputación, de su dignidad personal -que es lo
único que poseen- una filosofía de vida". Como aquello de que los
"señores soldados", la infantería embarcada, no reman en la galera ni
que les vaya la vida en ello. La tropa no boga ni hartos de alboroque,
que dicen en la novela. "Efectivamente. Eso es cierto. Lo cuenta
Cervantes. No reman. Remar es cosa de los galeotes y para el soldado es
deshonroso. Al leer el libro te pueden parecer unos animales, unos
marcianos. Pero eran así, exactamente así. Alonso de Contreras, Jerónimo
de Pasamontes, Osuna y sus capitanes... Lo de las bocas de Escanderlu,
esa lucha atroz y desproporcionada en el mar, tres a ocho... " Esa
batalla ocurrió. Y el episodio real es aún más increíble: un bajel y dos
galeras contra treinta. Lo dicho, hay mucho material, mucha
documentación, el siglo XVII es muy rico en ella, pero es un tema poco
trabajado, en buena parte desconocido. Se habla mucho del pirata turco,
del corsario berberisco... pero nosotros hicimos lo mismo en esa
frontera mestiza que era el Mediterráneo. Los españoles hicimos mucho el
corso".
Al turco, al moro, al berberisco, se le mata y destaza si hace falta,
pero es una rivalidad sana; en cambio a los ingleses... "Ése viene de
fuera a robar, es un intruso, al moro lo conoces bien, incluso
frecuentemente, si tiene reaños, se le admira; es de aquí, vecino del
mismo patio. Se le odia, se le degüella, pero con un respeto".
¿No se ha teñido un punto este Alatriste de la negra perspectiva de El
pintor de batallas (Alfaguara), la anterior novela de
Pérez-Reverte? "No, lo que pasa es que Íñigo ha crecido y eso hace que
surjan unas lucideces y amarguras en la relación que no se daban cuando
era más joven. Hay enfrentamientos. Cosas que cualquier padre que haya
tenido hijos adolescentes entiende".
A Pérez-Reverte le gusta especialmente el episodio del soldado varado
en Orán, el viejo veterano Malacalza. "Se entiende en él lo que era el
abandono de España a sus gentes, cómo todo se fue perdiendo por
desidia". Le place también el lance del "rufián de entremés", cuando
Íñigo se ve metido en una clásica situación de enredo en Nápoles, rico
vergel...
Para él ha sido, por supuesto, "un gustazo", hacer una novela con
tanta trama marina. "He manejado cartografía de la época, he analizado
cada barco, cada derrotero, cada maniobra, cada viento". Como con
Patrick O'Brian, el lector siente que navega en las páginas, aunque los
capitanes de mar y de guerra del escritor inglés nunca soltarían una
retahíla tan elocuente como los de Pérez-Reverte: "Bogad, cuarta a
babor, me cago en Satán, bogad malditos, bogad, amolla ese cabo, tensa
aquella driza, bogad que ya son nuestros, bogad u os arranco la piel,
bellacos, voto a Dios y a la hostia que vi alzar".
El mundo de la galera que describe Corsarios de Levante es muy bestia. "Era así. Un infierno hediondo e insalubre. Piensa que a
lo máximo que te condenaban era a remar diez años, porque nadie
aguantaba más vivo. Era durísimo. Y ellos, las gentes de entonces,
también, para aguantarlo. Si ahora navegar ya es jodido, en aquella
época, con guerra, esclavitud... Ya lo decían: 'La galera, dela Dios a
quien la quiera".
Eran tiempos crueles, esa crueldad aparece en la novela. "Esta novela
no se puede escribir desde el siglo XXI, es un error aplicar nuestros
criterios éticos -como hacen muchos autores de novela histórica,
especialmente mujeres- a otras épocas. No se puede juzgar. La crueldad
era algo natural, impuesto por la supervivencia limitada, por las
circunstancias; ¿cómo ibas a tomar prisioneros heridos en una galera
abarrotada ya?: al agua con ellos. Así era el mundo. Mataban, pero
también sabían morir cuando venían mal dadas. Con dignidad, con
fatalismo profesional".
Corsarios de Levante es la primera novela de Alatriste tras
encarnarse en la gran pantalla. "La película estaba bien, pero Alatriste
existe antes y después de ella. Alatriste no ha de luchar con la
película, que es un complemento. Tenía curiosidad para reencontrar a
Alatriste después de la película. No hay ningún problema, Alatriste está
intacto. No está contaminado. La película se adaptaba mucho a los
libros, era muy fiel, no los violentaba. Al no hacer Viggo (Mortensen)
ni Agustín (Díaz Yanes) su capitán, sino basarlo en las novelas, no ha
habido otro Alatriste diferente".
Hace diez años que nació Alatriste, con esa frase -"no era el hombre
más honrado", etcétera- que ya ha saltado a los colegios y al cine.
Pérez-Reverte recuerda: "Hice desde el principio un plan que he ido
siguiendo, que he ido ampliando pero sin cambiarlo. El cuadro inicial se
mantiene".
En Corsarios de Levante, descubrimos que Malatesta está vivo,
que Luis de Alquézar conspira desde América y que Angélica -"he crecido
por dentro y por fuera", escribe a Íñigo- lanza el cebo desde allí.
Pero nuestros héroes no cruzarán el charco en el futuro. "Sería falso
llevar a Alatriste a América, la gente de su clase no iba tan lejos, a
no ser para quedarse. Seguirán por el Mediterráneo, irán a París... Y
Rocroi espera".
Hablar de los diez años de Alatriste -tantos años como heridas- da pie
a recalcar algunas cosas. "No es justo poner a Alatriste en la estela
de la novela popular de aventuras. Alatriste es mucho más complejo. La
serie maneja mecanismos humanos, documentación y desarrollos
lingüísticos que son ajenos a Salgari o a Dumas. Alatriste, y no se
entienda esto como una herejía, va más allá que Dumas. En relación con
Alatriste se puede usar la asociación con la novela de aventuras y sus
mecanismos -yo mismo hago uso de ello-, pero al tiempo hay en Alatriste
una cantidad de información, reflexión y trama complejísima que
trasciende el género. El lector lúcido constata que hay un trabajo
ímprobo de creación de un lenguaje. Alatriste no es un pastiche, es una
obra viva y fresca, nueva".