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Noticias sobre Arturo Pérez-Reverte y su obra. Entrevistas.
Jesús García Calero / ABC - 03/10/2018
Llega a las librerías «Sabotaje», la nueva novela protagonizada por Lorenzo Falcó, el espía franquista cuya misión es impedir a Picasso pintar el «Guernica»
Una misión imposible: impedir que Pablo Picasso pinte el «Guernica» en mayo de 1937. La ficción permite intentarlo. Y Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) ha tenido la ocasión perfecta. Su personaje Lorenzo Falcó, el espía franquista que ya ha protagonizado las novelas «Falcó» y «Eva», viaja a París en la tercera entrega: «Sabotaje» (Alfaguara). El genio malagueño está a punto de entregar el cuadro estrella del pabellón de la República en la Exposición Internacional. El «héroe» recibe órdenes, debe intentar ese sabotaje que hoy parece políticamente tan incorrecto.
El desafío al que Pérez-Reverte se enfrentó desde el comienzo de la serie Falcó fue «conseguir que el lector se tragase a un protagonista que es un torturador, un asesino, un tipo violento e inmoral, un mercenario sin ideología definida». Para lograrlo, tiró de oficio: «Conseguí que fuera simpático, encantador, guapo, seductor y elegante. Era una apuesta y funcionó», dice a los periodistas durante una visita a los escenarios de la novela en París.
La idea de un espía en plena Guerra Civil española ya era un campo de minas en estos tiempos de memoria histórica y desenterradores vocacionales. Pero que el «héroe» sea un agente del Movimiento Nacional «es más que un riesgo asumido, es una provocación -explica sonriendo Pérez-Reverte-. Todos los héroes son hoy en día republicanos, demócratas, feministas avant la letre; todos son animalistas y además buenos -añade con sorna-. Yo quería hacer un perfecto hijo de puta y para eso lo doté de los elementos necesarios, y también lo introduje en el bando fascista. Para que fuese completa la negatividad».
«Falcó es un mercenario y una herramienta de los fascistas»
La única cuestión amable, si es que puede usarse ese adjetivo, radica en que «no es un fascista ideológicamente. Trabaja para ellos pero no es de ellos, hace su propia guerra. Es un mercenario y una herramienta de los fascistas». Y la herramienta está afilada, sacude y hiere con desparpajo en una modulación incesante de tensión, sigilo y fuerza desatada, a veces letal. Todos los rasgos de Falcó, tanto en la elegancia y los gestos mundanos de la época como en la violencia, son fidedignos.
Pérez-Reverte domina ya ese escenario, describe un París sin clichés, muy creíble. Cuenta cómo ha leído todo, libros, clásicos del género, revistas de moda, almanaques, guías de viajes para preparar su inmersión en el mundo de Falcó, años treinta. Modelos y maneras en el saludo, los resortes y hasta los precios de los menús son exactos, surgen de una documentación precisa y enciclopédica. Y la mirada al mundo en guerra, salvando las distancias, y a la violenta y peligrosa naturaleza de los hombres puestos al límite está basada en hechos reales. El autor ha sido testigo, reportero en muchas batallas, para saber cómo licuar la sangre con la prosa.
La zona gris, nadie se salva
En «Sabotaje», la más trepidante de las tres novelas de Falcó, nada es sagrado o intocable. El afan desmitificador es continuo y divertido. Ni el «Guernica», que nos parece hoy un altar del antibelicismo, queda a salvo. Gracias a la trama recupera su naturaleza de objeto propagandístico y carísimo. Ni tampoco Picasso, genio del arte, tacaño épico y gracioso antes que patriota idealista, aparte de ser un mujeriego irrestricto.
Esto es adrede: «He intentado devolver todo a un contexto real -explica el escritor-, he querido llevarlos a la zona gris: a Picasso, al «Guernica», a la República misma. En esa zona las cosas nunca están tan claras como en la historia que nos han contado. Cuestionar al propio Picasso, sus motivos, es importante. Picasso no pintó el cuadro por patriotismo, ni por demócrata, sino por dinero, porque además le pagaron muchísimo dinero».
«Nunca fue blanco o negro, nunca fue rojo o azul como nos lo han pintado»
¿A qué se debe el empeño? «El mundo real nunca es blanco o negro -asevera-. Nunca fue azul o rojo como nos lo han pintado siempre. Los dos bandos tenían ambigüedades, contradicciones, crueldades, cometían barbaridades. Visto desde fuera está clarísimo: República buena, franquismo malo. Nadie lo duda. Pero cuando te acercas a los seres humanos, a los intereses y las ambiciones, las lujurias y los rencores, los ajustes de cuentas, los asesinatos, todo eso deja de estar tan claro. Ahí es donde se mueven mis novelas. Es un desafío interesante, incluso estimulante, no solo para mí, también para el lector», concluye.
¿Pero el «Guernica» le gusta? «No está mal -dice con convicción-. Hay cuadros de Picasso que me gustan más. Pero hay una cosa clara, Picasso nunca vio una guerra. Lo dice Falcó y lo dije en "El Pintor de batallas". El Guernica no es un cuadro de guerra, es una alegoría que Picasso hace. Hay más guerra en el cuadro de Paul Nash "Estamos construyendo un mundo nuevo" de 1918, un paisaje desolado de árboles desmochados entre trincheras. Lo que pasa es que el "Guernica" tiene una carga simbólica alegórica espectacular que lo ha hecho inmortal». Y señala detalles, como que Picasso no dejó el París ocupado por los nazis. Siguió trabajando en su estudio de la Rue des Grands Augustins, sin interrupción. Resulta inquietante recordarlo.
Intelectuales, fama y foto
En «Sabotaje» los lectores hallarán a viejos amigos con los nombres cambiados. Además de Picasso hay un fanfarrón que nos recuerda tanto a Hemingway, y otro intelectual digamos intachable, trasunto de Malraux al que Falcó hará la vida imposible por muchas razones. Les cambia los nombres para cambiar su peripecia libremente. A Hemingway le pega Falcó una sucia paliza en los servicios. ¿Por qué? «Se la debía, tengo cuentas pendientes con él -alardea un tanto-. Es un novelista formidable. Para mí su mejor libro es "París era una fiesta". Pero era un fanfarrón. Yo he hecho más guerra que Hemingway, sé lo que es la guerra. Ese presumir de cómo se comía las balas sin pelar, de cómo enseñaba a los milicianos a manejar el fusil no me gusta. Eso y besar a Marlene Dietrich en un cabaret son los momentos que más placer me han dado», se deleita Pérez-Reverte.
«Yo he hecho más guerra que Hemingway»
Tantas anécdotas esconden una crítica al papel de los intelectuales «que no pisaban el frente, que iban de visita para hacerse fotos. En los dos bandos», denuncia. «Toda guerra tiene un problema, y las civiles más, y es que se apropian de ella los intelectuales. La guerra la hicieron los desgraciados, en ambos bandos, y el intelectual se adueña de ella, pasa a la memoria histórica. No tenemos los rostros de los combatientes en el Ebro o en Belchite, tenemos los de Alberti, Miguel Hernández, de Sanchez Mazas o Dioniso Ridruejo. Al final es una injusticia histórica. Ocurre en todos los países del mundo. Cuando estaba en Sarajevo allí iba a hacerse la foto Henri-Levy, Susan Sontag o incluso Juan Goytisolo».
La falsa seguridad
Otro aspecto queda claro en «Sabotaje»: vivimos sin ser conscientes de que nuestro mundo nunca ha dejado de estar en guerra. En el café Les Deux Magots, Pérez-Reverte advierte a los periodistas: «Los que estaban refugiados en París creían que estaban a salvo, aunque lo que acechaba en Alemania era muy gordo. La gente vivía una ficción parecida a la que vivimos ahora. Mucho cuidado porque en el café en el que estamos nosotros, en 2018, el día menos pensado te vienen los nazis y te hacen una noche de los cristales rotos, o dos. Auschwitz siempre está ahí».
«Vivimos sin ser conscientes de que nuestro mundo nunca ha dejado de estar en guerra»
No queremos ver las luces de alarma. «Nos comportamos como si fuersemos invulnerables, eternos, inatacables, hasta que llega Mohamed Atta. Europa ha tenido 50 años de un oasis extraordinariamente peculiar. Pero se ha terminado. Las luces se están apagando. La clase media desaparece, los ricos son más ricos, los pobres están cabreados, viene una crisis más gorda que la anterior y no la queremos ver».
Puede parecer fácil, pero no lo es: una novela de espías que nos inquieta y nos abre los ojos mientras nos entretiene. Tal vez vivimos en esa falsa seguridad de la Unión Europea, que sería un nombre magnífico para una compañía de seguros.