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Anotaciones de Arturo Pérez-Reverte. Desde abril de 2012 a marzo de 2014 fueron publicadas en novelaenconstruccion.com
Arturo Pérez-Reverte - 04/12/2013
Jose Carlos Llop. Diario de Mallorca. 1-12-13
A principios de verano, Arturo Pérez-Reverte estuvo de visita en
Mallorca. Como en otras ocasiones, paseamos por la ciudad y charlamos.
Creo que fue delante de La Lonja „él tenía el barco atracado en el Club
Náutico„ cuando me habló de Verona y de cómo allí, ante una torre
medieval (inciso y broma shakespeariana entre ambos), se le ocurrió su
siguiente novela. Ya había anochecido. "De repente la vi", me dijo. "Vi
toda la novela como en una serie de secuencias cinematográficas y se la
conté a quien iba conmigo. Ahora ya la estoy terminando". Protesté. Aún
no había leído El tango de la Guardia Vieja „me disponía a hacerlo
durante las vacaciones„ y me anunciaba otra novela para el otoño. Se
rió: "Tú sabrás, hermano, cada uno lee y escribe a su ritmo". Hace diez
días me llegó El francotirador paciente y lo abrí por la página 167. En
ella la narradora desembarca en Nápoles y toma un taxi que le deja
frente al hotel en página y media absolutamente impecables. Entre Eric
Ambler y Hergé con el inconfundible sello Pérez-Reverte.
Uno puede ver un relato, pensé aquella noche. Uno puede ver un poema
en el momento en que el poema cristaliza en la mente. Pero ver una
novela entera encierra algo que se escapa a la misma mecánica narrativa,
una mecánica que suele consistir, también, en adentrarse en territorio
desconocido. Pero uno no ha estado en la guerra, que es la ventaja con
la que juega Arturo siempre. Ha leído a Conrad „otros lo hemos hecho
también„, pero él lo ha vivido. Lo ha respirado. Lo ha visto. Y
entonces, sobre un muro de Verona, ve la novela entera, su novela, y
sabe que la ha atrapado y que es cuestión de escribirla para que ya no
pueda escapar jamás. Para poder adentrarse después en otra novela „o
verla sobre otro muro, en la superficie del mar, o allá en el
horizonte„, como si cada una de ellas fuera el rayo verde o la ballena
blanca y al final estuviera la salvación del que cree que poco o nada es
lo que se salva.
Pero he citado a Conrad, que está siendo muy citado por la crítica al
referirse a El francotirador paciente. Conrad estuvo en El húsar, la
primera novela de Pérez-Reverte, cuando a todos les parecía el juego de
un periodista que quiere algo más. Estaba, también, en la segunda, El
maestro de esgrima, cuando empezaron a pensar „antes del estallido de La
tabla de Flandes y su aplastante acogida„ que la cosa iba en serio. Y
tan en serio, que iba. Pero eso ya lo sabía el autor al escribir El
húsar. Ahora los sables y floretes han sido sustituidos por los sprays
de pintura urbana. Como el ajedrez de La tabla de Flandes volvía a
aparecer en El tango de la Guardia Vieja con el hijo de Mecha Inzúa, su
gran protagonista. Era un ajedrez moderno, heredero de Fischer y Spassky
y Kasparov y alejado de la pintura flamenca, pero al mismo tiempo era
el ajedrez de siempre, como la vida y la muerte, como Conrad y la guerra
y Kurtz y Sniper, el pintor oculto y guerrillero „a lo Bansky„ de El
francotirador paciente. (La pintura „ese otro asunto revertiano„ que
reaparecía en El pintor de batallas, también oculto y retirado del
mundo).
Pero además del ajedrez, en El tango de la Guardia Vieja, estaba el
tango y su combate amoroso y estaba „vertebrando toda la novela„ algo
que es muy difícil de hacer: el reencuentro entre dos antiguos
enamorados que son, a su vez, viejos enamorados (en la creencia de que
el deseo pueda ser una forma de amor) y cuando digo viejos, digo
mayores. Eso es, repito, muy difícil de hacer y en El tango? está muy
bien hecho. Hay allí un cansancio vital que se vuelve moralista,
salpicado de sentencias aquí y allá y poblado por un humor seco que
también es marca de la casa. Un humor tan desengañado como
misericordioso, si es necesario: no hay por qué devolverle al mundo la
misma hostilidad que regala; no siempre, al menos. Y donde hubo amor es
obligado el agradecimiento.
El joven reportero „el de las páginas de Territorio comanche, el que
nos contó Los Balcanes y Eritrea y El Golfo„ se ha ido diluyendo en las
páginas del escritor maduro: ese que tiene algo de viejo mosquetero de
Dumas, pero también de Alatriste y de marino de Trafalgar y de capitán
de artillería en el Madrid del 2 de mayo y de artillero francés en el
asedio de Cádiz. El mismo que bebe tequila entre narcocorridos; o viaja
disfrazado de bailarín en los transatlánticos de los años 30, cuando
viajar era un lujo; o se encierra en una torre junto al mar y pinta y
recuerda que todas las guerras están en El triunfo de la muerte, de
Brueghel y en ese libro „El pintor de batallas, repito„ encontramos una
de las dos o tres mejores novelas españolas de lo que va de siglo.
A principios de verano, ya dije, Arturo Pérez-Reverte y yo charlamos
como solemos hacer siempre. El mundo queda entonces al margen y sólo
regresa cuando brindamos con las palabras de Joseph Roth: "¡Quiero ver a
mi emperador!". La bahía, al revés que el país, no tenía nada de
austrohúngaro: más bien parecía un paisaje de Suave es la noche. Al cabo
de unas semanas leí El tango de la Guardia Vieja y ahora, con la
llegada del frío, acudo a El francotirador paciente, fiel a la cita
prometida en Verona, fiel a las palabras de su autor en una noche
palmesana de principios de este verano, que tanto ha tardado en
marcharse.