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Anotaciones de Arturo Pérez-Reverte. Desde abril de 2012 a marzo de 2014 fueron publicadas en novelaenconstruccion.com
Arturo Pérez-Reverte - 06/1/2013
Revista digital Solo para viajeros . Sección La columna del Director (2-1-2013)
Max Costa acaba de cumplir 64 años y lleva a cuestas una vida de
truhán, repleta de fantásticas imposturas. En Sorrento, frente a la
bahía de Nápoles, el sempiterno embustero, el elegante amante de ocasión
asiste a su ocaso con resignación y cierta dosis de nostalgia. Ha
perdido su sombra, no le queda ninguna duda, pero aún así sigue
esperando un cambio de timón, un golpe de la fortuna. Mientras ésta
llega ha logrado emplearse como chofer en la mansión de estío del Dr.
Hugentobler, un eminente sicoanalista suizo que debe su patrimonio al
buen funcionamiento de una clínica que no ha dejado de atender a judíos
ricos que siguen huyendo del holocausto y todas sus pesadillas. Max,
eterno bon vivanty bailarín mundano, conduce un Jaguar Mark X y se ocupa de los demás vehículos de su patrón.
Mecha Inzunza, Mercedes Inzunza Torrens, tiene unos cuantos años
menos y mucho mundo recorrido. También unos cautivadores ojos color
miel. La suya es una historia que ha transcurrido entre dos épocas,
entre la Europa -España para ser más precisos- antes de Franco y el
mundo que parió la post guerra, pérdida de todas la inocencias
incluidas. Ha llegado a Sorrento y se aloja en el hotel Vittoria para
asistir al duelo entre Jorge Keller, su hijo y el maestro ruso Mijail
Sokolov. Los dos ajedrecistas, 1966, Guerra Fría en pleno desarrollo, se
enfrentan por el Premio Campanella y la expectativa mundial parece
haber detenido las manecillas de todos los relojes.
No es así, el ajado chofer y la mujer de porte aristocrático y restos
evidentes de una belleza que ha demorado en esfumarse tienen deudas
pendientes y van a tratar de saldarlas a pesar de lo imposible de sus
afanes. Han sido amantes en dos momentos claves de sus vidas, primero en
el lujoso Cap Polonio, trasatlántico que en 1928 acoderó en Buenos
Aires y donde Max se ganaba las pesetas (mientras planeaba desvalijar a
algún incauto) entreteniendo a las aburridas señoras de primera clase
que viajaban sin pareja o cuyos esposos carecían del talento del buen
bailarín; luego en Niza, Riviera francesa, 1937, en medio de una
trifulca de espías y conspiraciones entre republicanos y nacionales.
Encuentros ambos que solo sirvieron para dejar cabos sueltos, heridas y
reproches, dos biografías en paralelo y una pasión carnal desbordada.
Esos son los insumos básicos que Arturo Pérez-Reverte (El tango de la Guardia Vieja,
Afaguara, 2012) utiliza para tejer una maravillosa historia de amor, de
amor temprano, de amor maduro, de amor de viejos, entre dos almas al
garete en un siglo que también había perdido el rumbo. Y como
contrapunto de tanto amor desbocado, traidor, repleto de zancadillas,
una historia lo organiza todo y le pone a la última novela del
insuperable Pérez-Reverte la música de fondo que necesitaba: la del
tango, la del tango lunfardo que Armando de Troeye, el primer esposo de
Mecha Inzunza, fue a buscar al Buenos Aires de La Ferroviaria y el
Barrio de La Boca, con el deliberado propósito de afrontar con éxito una
insulsa apuesta con Maurice Ravel, el famoso músico de origen
vascongado y padre del famoso bolero.
Confieso que la contrariada historia de Max y Mecha -y Armando de Troeye, el compositor flemático y voyeur-
me dejó sin aliento; primero, por la magnífica puesta en escena -Arturo
Pérez-Reverte es un artista del cinematógrafo, escenografía y tramoya
incluidas-; segundo, por la perfecta armonía del relato de un amor
inconcluso, material, corporal, exento de reglas y convenciones; un ménage a trois que
va a contracorriente de los amores convencionales. Tercero, por la
adolorida descripción de una vida, la de Max Costa, embaucador de
mujeres, tahúr en cruceros y hoteles de lujo, que llega al epílogo sin
mucho que mostrar a pesar de tantas aventuras y ambiciones vividas.
Cuarto, por el silente actuar de una Madame Bovary de nuestro tiempo,
una mujer, Mecha Inzunza, decidida a recorrer todos los intersticios de
su piel y armazón interno con tal de satisfacer sus deseos más mundanos y
auténticos.
¿Parentescos y similitudes? Lo acabo de decir, Pérez-Reverte alcanza
la estatura de Flaubert y su Mecha a veces supera, en digresión y
osadía, a la Emma de Madame Bovary. Max Costa, a lo lejos, vive su
Casablanca personal, es Rick Blaine / Bogart distanciado de los ideales
que mueven el mundo real, preocupado por seguir cumpliendo una agenda
personal que tiene una hoja marcada con el nombre de una mujer que jamás
va a poseer completamente, finalmente solo es un mozalbete pobre de
Riachuelo, en Buenos Aires, un pasajero de segunda clase. Como lo
comenta en un pasaje de la novela, los tipos como él solo saben perder
guerras.
Y el "As time goes by", la canción que siguen escuchando los Humphrey
Bogart e Ingrid Bergman que en el mundo han sido y seguirán siendo, es
el invisible "Tango de la Guardia Vieja", una entrañable canción que
cada uno de los lectores del fascinante Pérez-Reverte nos imaginamos
cómo suena, cuánta nostalgia nos trae... y cómo se baila. Dio en el clavo,
el maestro de la composición de cuadros y closes up, su Tango de la
Guardia Vieja supera a casi todas sus novelas anteriores y Mecha
Inzulza, a su manera, resulta tan notable como los mejores héroes y
heroínas de su universo personal.