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Anotaciones de Arturo Pérez-Reverte. Desde abril de 2012 a marzo de 2014 fueron publicadas en novelaenconstruccion.com
Arturo Pérez-Reverte - 25/11/2012
Crítica de J.M. Pozuelo Yvancos. Suplemento cultural de ABC. 24-11-12
El tango de la Guardia Vieja contiene el mundo de Arturo
Pérez- Reverte y, a la vez, es distinta al resto de sus novelas. Para un
escritor con tan dilatada obra y en la cima de su éxito, no tiene
sentido repetir lo conocido. Si decide ser artista, y esa decisión
parece tenerla tomada Pérez-Reverte desde hace tiempo, es porque cada
novela debe abrir una puerta nueva en la casa de su ficción e invitar al
lector a recorrer dominios entrevistos antes, ahora ampliados. La
distancia y proximidad entre el corsario y la armadora de su último
título, El asedio (2010), quedó en ciernes, en un episodio
amoroso que aquella trama no podía desarrollar en extenso. Ha venido a
desarrollarse ahora con otros rostros y otras biografías. O incluso los
movimientos y quiebros con que Max Costa y Mecha Inzunza se estudian
mientras bailan un tango, en un cálculo de seducción e interés,
recuerdan a los que en El maestro de esgrima (1988) hicieron Jaime Astarloa y Adela de Otero.
Cálculo, movimientos, inteligencia, seducción, reto, poder y sumisión están presentes en El tango de la Guardia Vieja llevados directamente al amor, en una pasión continuada en tres tiempos
y escenarios. Primero en 1928, en un transatlántico que viaja rumbo a
Buenos Aires y en los tugurios porteños donde nació el tango verdadero
del título. Mecha Inzunza y su marido, Armando de Troeye, seducen a Max,
o se dejan seducir por él. Nunca en las batallas del amor los campos
son únicamente de pluma. También hay interés, secretos escondidos,
deseos inconfesables. El segundo escenario, treinta y cinco años
después, es un hotel de lujo en Sorrento donde vuelven a coincidir Mecha
y Max. El tercero nos retrotrae a Niza en 1937, cuando Max había
reencontrado casualmente a Mecha y resucitado la antigua pasión
bonaerense.
La de Pérez- Reverte no es una historia amorosa al uso. Para poderla
contar con toda su honda significación, ha creado a Max Costa, que nació
en los suburbios porteños y cuyo contacto con la alta burguesía es el
que puede tener el sirviente, aunque sea en la forma de bailarín mundano
en un transatlántico o de botones del Ritz, cuando una clienta le
muestra el abismo entre ambos después de haberle seducido y pagado una
espléndida propina.
Max sabe que está hecho de esa distancia, pero es muy importante que
la novela lo sitúe a los sesenta y cuatro años, edad clave, cuando las
frases de una vida han sido ya pronunciadas o no merece la pena
improvisarlas. Esta obra recorre, por tanto, la historia de un amor que
Max ha hecho imposible porque creía no merecerlo. Lo mejor, por encima
de las trepidantes acciones que se desarrollan en una lectura que te
atrapa, son los diálogos. Los más emocionantes los mantienen Mecha y
Max, casi viejos, cuando miran lo que podrían haber sido y no fueron. En
El tango de la Guardia Vieja convergen dos líneas: la edad ya
ida y la época, el glamour de los años 20, y luego el de los millonarios
que se han exiliado a la Riviera francesa en la guerra; y finalmente,
el de los que se hospedan en los años 70 en el Gran Albergo Vittoria de
Sorrento. Épocas que Pérez-Reverte ambienta a la perfección.
La música de Pérez-Reverte no es la del intuitivo que improvisa; su
inspiración está hecha de trabajo con el estilo. El lector maduro e
inteligente sabe que la verdad de lo que se le cuenta y su interés
dependen de la precisión y sabiduría de quien lo haga. Sabía Graham
Greene y lo saben John Le Carré y Pérez-Reverte que el genio se
encuentra en los detalles.
Hay otro elemento que no puede dejar de mencionarse: la trama
interior de esa época y edad ya idas se va acomodando como música
necesaria para que un trepidante baile de intriga se desarrolle y lleve
la novela a una eficaz convergencia de dos robos, el de Niza y el de
Sorrento, narrados casi en simultaneidad. Y está luego la mujer, esa
Mecha Inzunza, excelente personaje que esconde cuanto muestra, que tiene
tantos pliegues como deseos.
Una novela magnífica.