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Críticas sobre los libros de Arturo Pérez-Reverte y su trayectoria literaria.
J. Ernesto Ayala-Dip | El País - 24/10/2011
En un reciente texto del periodista y escritor Jesús
Marchamalo sobre la biblioteca de novelistas y poetas españoles, se nos
informa sobre los libros que guarda Arturo Pérez-Reverte, entre otros
autores, en la suya como tesoros irrenunciables. No faltan Dumas, Scott,
Stevenson, Balzac, Dickens, Eugène Sue y Galdós, etcétera. Nombres
ilustres en sus diversas tendencias (desde la novela romántica, pasando
por el folletín y llegando al realismo). Referencias sustanciales con
las que Pérez-Reverte ha forjado las líneas maestras de su literatura.
Hay autores españoles del siglo XVII, algunos de los cuales salen con
programática puntualidad en su serie del capitán Alatriste, como
Quevedo, Lope de Vega o Cervantes. Comparten territorio Conrad, Ortega,
Chandler, Vidas paralelas de Plutarco, Patricia Highsmith y
Thomas Mann, una lista ecléctica, como si constituyeran el paradigma de
nuestro tiempo. Pero luego hay otros autores que, leídos o no, están
condenados a su más severa indiferencia u olvido, como él mismo
reconoce: se trata de nombres como Perec, Auster y Bolaño. No registro
esta circunstancia para reconvenir al autor de El maestro de esgrima, sino para indicar que las filosofías compositivas de algunos autores se
hacen con los que se admira y también con los que se condena al desván
de los repudiados. Así ha armado Pérez-Reverte su literatura.
Hospitalario con los que considera de su raza narrativa y hostil con los
que no consigue congeniar. De hecho, el autor de Cartagena comienza a
construir un discurso literario muy pegado a la tendencia predominante
de la novela española de los años ochenta y noventa: la narración pura,
la construcción de tramas muy decimonónicas, y muchas de ellas en el
sentido más posmoderno del término. No es casual que por esos mismos
años, un teórico de los discursos literarios como Umberto Eco publicase El nombre de la rosa, un texto de ficción a todas luces posmoderno. El club Dumas (1993) es una novela en esa estela, irónicamente intertextual (que
diría el mismo Eco), incluso con líneas acusadamente metaliterarias que
se cruzan para producir un texto abierto a público diverso (entre ellos
la critica), cuando no incluso antagónico.
Volviendo al libro de Marchamalo, cada autor debe,
después de desgranar su biblioteca, elegir, de su propia obra, su libro
preferido. Pérez-Reverte elige la serie de 'Aventuras del capitán
Alatriste'. Argumenta su elección con estas palabras: "Los libros de
Alatriste son, quizás, los que me hagan sentir más orgulloso como
escritor. Están en los colegios, los leen los jóvenes y muchas personas
han entrado en el siglo XVII a través de ellos. Sé que si estoy en la
Academia es por Alatriste". Nada que objetar al respecto. Pero también
no es menos cierto que si la serie de Alatriste constituye para su autor
lo más valioso de su obra es porque en ella expresa su visión
quevediana del siglo XVII español, la amargura, la desilusión, la crisis
del barroco, para decirlo con palabras del añorado maestro José Antonio
Maravall.
Se publica ahora un nuevo título de la serie de Alatriste, El puente de los Asesinos. Como en anteriores, el relato recae en Íñigo Balboa, el joven
espadachín que en el momento de las peripecias junto a su "viejo amo" y
otros personajes que vuelven a aparecer tiene dieciocho años. Ya sabemos
que Balboa escribe desde un presente muy distante de los hechos que nos
cuenta. Las coordenadas históricas son las del reinado de Felipe IV,
durante una España en franca decadencia. En esta nueva entrega, que se
desarrolla en Venecia, sobresale uno de los aspectos que yo más valoro
en ella, además de su tono lúcidamente crepuscular: el punto de vista de
la narración, su desdoblamiento en autobiografía desesperanzada (de
Balboa) y en su relato admirativo del capitán Alatriste, la descripción
pormenorizada del atrezzo, la fiesta y el humor del lenguaje
canalla de la época, el diagnóstico sociológico. Y ese aire de novela de
iniciación que esconde la novela. En medio, el fragor de las
escaramuzas, la traición avizorada. En el capítulo de los recursos
narratológicos, la recurrente mención a la muerte de Alatriste en una
batalla por venir parece más la firma retórica del autor que un asunto
de la trama, como esos cuadros barrocos donde siempre encontramos en una
de sus esquinas una hoja en blanco u otro rasgo enigmático. En El puente de los asesinos reaparece el peligroso Gualterio Malatesta. Con él se enfrenta
Alatriste para saldar una vieja deuda. Se cruzan las espadas y los
cuchillos hieren la carne de los dos espadachines. Y ahí acaba todo. Una
mutua piedad se impone. Como si perdonando al otro, se perdonaran a sí
mismos. No me gustó en su momento el comienzo de El capitán Alatriste ("No era el hombre más honesto ni el más piadoso, pero era un hombre
valiente"). Me gustó ahora el nuevo libro de Pérez-Reverte. Y me gustó
sobre todo su final.