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Críticas sobre los libros de Arturo Pérez-Reverte y su trayectoria literaria.
RAFAEL CONTE | ABC - 03/9/2001
Creo firmemente que la potente personalidad de Arturo Pérez-Reverte nos
está llegando inevitablemente enturbiada por ese gigantesco éxito
editorial que le acompaña y que le ha convertido en el novelista español
más difundido y leído de los últimos años. Es el mayor triunfador de
todos, y esto es precisamente lo que se superpone en su imagen pública a
su verdadera entidad literaria, que no sale todo lo bien librada que
sería necesario para valorarla como se debe. Se han vendido millones de
ejemplares de sus libros mundo adelante, sus obras han sido adaptadas al
cine por algunos de los buenos directores de nuestro tiempo y con los
máximos medios posibles -aunque en este terreno los resultados
artísticos no hayan estado a la altura de los literarios, hay que hablar
de ello-, ha sido durante más de dos décadas un periodista de los de
verdad, al aire libre y sobre el terreno, reportero en grandes
conflictos internacionales de los de chaleco antibalas incluido, tras
abandonar la profesión sigue siendo un articulista tenaz y muy bien
valorado, y para colmo, tras su triunfo como narrador a la vez popular y
culto, ha iniciado otra "subcarrera" como folletinista -no menos serio-
con la serie de episodios de El capitán Alatriste, donde también
ha sido sepultado por un éxito evidente. ¿Hay quien dé más? ¿Cómo
hacerse perdonar tamaña avalancha triunfal en poco más de un decenio y
sin cumplir el medio siglo de edad?
Por añadidura, las reticencias de un sector -decreciente- de la
crítica ante esta avalancha, no ha dejado a su vez de preocuparle, lo
que suele poner de relieve siempre que puede, defendiendo su estilo de
hacer novelas frente a todos los demás, como un caballero andante
defiende el honor y la integridad de su dama, lo que, dando por buena la
integridad de los duelistas, no deja de endurecer las posiciones
enfrentadas. Aunque, como otras veces he dicho, la literatura -la
cultura en general- es un continuum donde cabe todo, aunque no de la
misma manera, no hay géneros buenos o malos, ni altos ni bajos, la obra
maestra puede surgir en los territorios más insospechados y hasta en los
más despreciados "subgéneros", que tampoco por eso mismo lo son
siempre. Una obra es buena o mala no por ser tradicional o experimental,
realista o psicológica, política, intelectual, conservadora o
progresista, erótica, policial, feminista, gay o de aventuras, sino por
el grado artístico que haya limpiamente alcanzado (esto es, sin dar gato
por liebre) dentro de su propio terreno.
Creo también, por tanto, que Pérez-Reverte acierta cuando defiende
"su" concepción de la novela, y se equivoca cuando ataca las que con
ella no coinciden, de la misma manera que también se equivocan quienes
rebajan su calidad literaria por derrocharla en géneros sedicentemente
desprestigiados. Estamos ante un autor que no hace trampas, posee un
mundo propio de atractivo innegable, experto en una serie de materias
muy importantes, empezando por su amor a la historia y a la literatura
clásica de todos los tiempos, y que a través de todo ello se derrama por
otros múltiples saberes tan insólitos como sólidos, desde la esgrima
hasta el arte, sus tráficos y restauraciones, la bibliofilia, el mar y
la cartografía, hasta llegar hasta la informática, la música de jazz o
los boleros, los cómics o el cine, que integran en su obra -por surgir
de su propia concepción del mundo y de la literatura- lo clásico y lo
moderno, lo culto y lo popular, lo más elevado y lo más manoseado a la
vez. Cada una de sus novelas está centrada en una materia concreta,
sobre la que su sabiduría respetuosa y su capacidad de estudio y
documentación le pertrechan de tales armas de convicción narrativa que
le convierten en un verdadero "profesional", sin apenas equivalentes
entre nosotros. Construye sus novelas como si fueran mecanismos bien
engrasados, o artefactos perfectos, como si detrás de cada una de ellas
hubiera -que la hay- una larga preparación documental y literaria que
hasta su misma parsimonia creativa indica.
Pues La carta esférica no es sino la cuarta de sus novelas
"serias" -y largas- que constituyen la parte más ambiciosa de su obra,
lo que no es mucho en tres lustros de carrera, aunque su autor haya
derrochado su espléndida y eficaz prosa por doquier, desde el intento
breve de El húsar o el gran reportaje novelado de Territorio
Comanche hasta esa divertida serie del "Capitán Alatriste", cuyos
tres episodios hasta hoy aparecidos constituyen una espléndida muestra
de folletín juvenil, ligero y ágil, que le ha salido como un
divertimento espontáneo, como un desahogo que mezcla verdades y
mentiras, aunque repleto siempre de evidentes lecciones históricas y
aventureras, como el resultado de una apuesta consigo mismo, para
satisfacer las posibles necesidades de ese narrador total en el que
quiere -y en buena manera ha conseguido ya- convertirse. Pero en los
tres episodios hasta ahora aparecidos de esta entretenida serie se ha
visto un adelgazamiento de la intriga y un reforzamiento de la
documentación que la integra y que a la vez la sostiene, hasta el punto
de que en el tercero -El sol de Breda- apenas hay más aventura
que la de una historia cada vez más apuntalada en la Historia, y por eso
mismo es para mí el mejor de los tres al aumentar su grado de realidad y
verosimilitud artísticas, aunque su "rentabilidad" haya sido menor.
Por eso mismo el valor cinematográfico de "sus" películas no llega al
literario de las novelas en que se han inspirado, porque se basan sólo
en la intriga, que es quizá lo que menos importa, pues les ha faltado un
texto cinematográfico comparable al literario propiamente dicho. Y
siguiendo este camino, donde el aumento de la calidad textual adelgaza
todo lo demás, nos ofrece ahora esta espléndida La carta esférica,
en la que la intriga se simplifica y adelgaza más todavía, mientras
crece de manera incontenible la verdad del mundo que se nos comunica.
Pues, en esta ocasión, Pérez-Reverte ha vuelto a su propia casa, a la
tierra y el mar de su Cartagena natal, a partir de los cuales levanta y
nos entrega un mundo fascinante de poderío, verosimilitud artística y
realidad textual sin demasiado parangón en el contexto actual de
nuestras letras, cada vez más delgaditas ellas. El tema del mar no es
uno de los favoritos de las letras españolas, desde las más clásicas
-para Manrique el mar "es el morir", el colmo- hasta las más actuales,
desde los poemas de Alberti hasta las aventuras de Baroja o Torrente
Ballester. No, las letras españolas no han mirado nunca del todo al mar
que sin embargo las rodea, el Cid, Don Quijote, el Lazarillo, don Juan y
la Celestina son de secano. Pérez-Reverte se enfrenta a esta falta de
tradición con tal poderío que parece fundarla, con una ambición casi
mítica, con un bagaje que va de Homero a Stevenson, de Melville a Conrad
-su protagonista es una especie de "Lord Jim" rebajado- sin olvidar la
gran tradición de marinos y cartógrafos españoles, de los Ulloa y Jorge
Juan, que, aunque pequeñita sí que existe. La investigación sobre mapas y
cartas marinas y los descubrimientos que en su torno se encadenan
forman así la verdadera intriga de esta novela, que avanza sin necesidad
de la otra, que no es más que una historieta bastante simple y plagada
de tópicos casi "cartográficos".
Pero La carta esférica es una obra espléndida, que no necesita
nada más que su propia "cartoescenografía" siempre impecable, organizada
hasta la exasperación, donde ese marino cartagenero que es su autor se
lanza sin paracaídas en busca de la ambición literaria pura hasta casi
rozar lo mítico, merced sobre todo a su estilo eficaz, rítmico, a veces
irónico y hasta lírico en todos sus excesos y generosidades. Para quien
quiera literatura en estado puro, este libro no le defraudará, pero
quien quiera aventurillas al uso se quedará hambriento por sus
desequilibrios en personajes y aventuras, que para nada hacen falta a
esta historia, mucho más épica de lo que parece. Toda navegación
encierra sus naufragios, y esta nos conduce pese a todo a buen puerto,
depende de lo que se quiera, o consumo o literatura, elijan ustedes:
lean y acertarán.