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Críticas sobre los libros de Arturo Pérez-Reverte y su trayectoria literaria.
ÁNGEL BASANTA| El Cultural - 09/1/2004
Los hechos narrados en El caballero del jubón amarillo se localizan en el Madrid de los Austrias menores en torno al año 1626,
con Felipe IV y el gobierno del imperio español en manos del poderoso
valido el conde-duque de Olivares.
El marco histórico-cultural de lo contado en este quinto volumen de Las
aventuras del capitán Alatriste se centra en el mundo del
teatro, tras haberse inspirado los anteriores, respectivamente, en la
estrategia política, la Inquisición, la guerra de Flandes y el oro de
América. Así, El caballero del jubón amarillo comienza con el
estreno de una comedia de Tirso en el Teatro de la Cruz, con asistencia
de Alatriste y su amigo Quevedo, y termina con una escena de impronta
teatral y posibilidades cinematográficas presidida por la gravedad del
rey en su recompensa a Alatriste por haberle salvado la vida, aunque el
desengaño y el pesimismo del barroco en que históricamente nos hallamos
pongan en evidencia la falsedad de tan vistosas apariencias.
Este capitán Alatriste descubre ángulos oscuros y un poso de amargura
que antes no afloraban en el valiente soldado victorioso de Italia y
Flandes. Ahora se parece más a los héroes cansados de las novelas
mayores de Pérez-Reverte, con profunda nostalgia del pasado, aunque
hubiera que vivirlo en "el barro y la mierda de Flandes", como le dice
un viejo colega bien situado ahora en la Corte. Esta percepción más
negativa del soldado y espadachín a sueldo se debe también a que su
joven paje Íñigo Balboa, narrador de la novela, ha crecido, tiene ya
dieciséis años con cicatrices propias y se considera incluso "veterano
de Flandes". Por eso en su relato, escrito desde la vejez pero con la
visión de los hechos apegada al momento en que transcurren, revela que
en sus experiencias compartidas con Alatriste no siempre le gusta lo que
ve, pues "a medida que pasaba el tiempo y mis ojos se hacían más
despiertos, yo veía cosas que habría preferido no ver". Todo ello
conduce a un Alatriste más oscuro, pendenciero y matón, también más
desengañado. Para lo cual el mundo del teatro proporciona el adecuado
telón de fondo con sus apariencias y disfraces dispuestos para la
representación. Aquella España iba camino de su decadencia. Y la serie
de Alatriste pone ya los primeros signos a la vista, con un rey que no
gobierna y se entrega a su afición a las mujeres y a la caza, con la
corrupción política y social dominando el picaresco espectáculo español y
con todo tipo de rencillas, maquinaciones y fechorías alimentadas por
el arribismo.
La novela reúne una buena colección de lances, raptos, tercerías,
emboscadas y conspiraciones que configuran una intriga construida con la
habilidad característica de Pérez-Reverte, maestro en el arte de contar
una historia con la precisa gradación climática, ajustando los momentos
de suspense con nuevas informaciones al final de algunos capítulos para
desarrollarlas en los siguientes, cuidando la plasticidad y la
composición de algunas escenas distribuidas con acierto a lo largo de la
novela por medio de la narración alternante del viaje de Alatriste a El
Escorial para aclarar la falsedad de la acusación vertida contra él y
las maniobras de Íñigo y Quevedo en su afán por salvar al capitán de las
trampas que le han tendido sus enemigos. Así se llega hasta el clímax
final en la reunión de todos en la finca de caza donde está a punto de
consumarse la conspiración política en la que han participado los
malvados Malatesta y Alquézar, con implicación de Angélica y sus
encantos amorosos para enredar a Íñigo Balboa. Al cabo todo venía
preparado porque la terquedad de Alatriste, siempre leal a su rey, no
consentía, en cambio, en tener que ceder al capricho real los favores de
la actriz con la que él se solazaba. Por eso el teatro es marco
propicio para ambientar esta historia de amores y venganzas, represalias
y conspiraciones en la política de la época, odios y amistades en las
letras de nuestro Siglo de Oro. Con mayor intensidad que en otras
entregas anteriores, el estilo recrea la lengua del Siglo de Oro, con su
léxico, modismos y frases hechas, numerosos versos e incluso algunas
voces de germanía, todo ello bien integrado en un texto de suma eficacia
narrativa.