Prensa > Críticas
Críticas sobre los libros de Arturo Pérez-Reverte y su trayectoria literaria.
JOSÉ LUIS CHARCAN| La Razón - 16/11/2003
Con el capitán Alatriste está ocurriendo algo parecido a lo que les
ocurrió a Arthur Conan Doyle con Sherlock Holmes o a James Mathew Barrie
con Peter Pan, que el personaje prevalece por encima del autor. Pues
aunque Arturo Pérez-Reverte sabe guardar las distancias, pocos lectores
hay que no asocien inmediatamente su nombre al de Diego Alatriste y
Tenorio. A mí me parece bien que un personaje o un libro trascienda al
propio creador. Sobre todo si ese libro que difumina al escritor ha
operado positivamente en los lectores. Todo producto cultural, y el
libro es la unidad funcional y estructural de la cultura, debe mover lo
que se encuentra entre las sienes. Eso, y no otra cosa más compleja, es
la cultura: mover el pensamiento, ofrecer nuevos puntos de vista, romper
los esquemas preestablecidos y ayudar a construir otros que nos hagan
crecer, salir del terruño para intentar pasearnos por las estrellas,
mirar al otro y no ver a un enemigo si antes no hablamos con él. En fin,
esas cosas que parecen tan evidentes pero apenas se practican. Dicha
función la cumplen los libros de Pérez-Reverte con estricta honestidad.
Otra cosa es la difusión extraliteraria que suelen alcanzar ciertos
personajes. El capitán Alatriste ya está en cómic, en juegos de rol y ya
hay proyecto cinematográfico, que posiblemente se prolongue en serie
televisiva. Esta difusión mediática que sólo beneficia al autor puede
llegar a ser nociva para la creación por el riesgo que se corre de
desvirtuarla. Yo nunca hubiera aprobado una adaptación al cómic que
incide en un dibujo cercano a la caricatura. Las aventuras de Alatriste
son oscuras, violentas y cargadas con una intención crítica que
dignifica un género denostado tradicionalmente por quienes tienen la
potestad en España de sentar cátedra sobre qué es la buena y la mala
literatura. En un reciente congreso sobre literatura contemporánea de
Castilla y León (de infausto recuerdo porque salieron a relucir todos
los prejuicios que un estudioso, por mediocre que sea, no se debería
permitir) se habló ocasionalmente de Pérez-Reverte. Su nombre se citó a
propósito de la oposición, inventada y falaz, entre una literatura
comercial y otra literaria (término redundante) o excelsa (término
evidentemente excesivo). Se compararon los libros de John Grisham y los
de Pérez-Reverte como ejemplos de libros que se venden bien porque se
leen bien, aunque, eso sí, a los de Pérz Reverte hay que considerarlos
un punto superiores a los de Grisham, decía el ponente, por no sé qué
razones, subjetivas tenían que ser puesto que no había leído, seguro,
ninguna de las novelas del americano. Yo siempre digo que las
comparaciones, y más entre escritores, son odiosas además de ociosas.
Las novelas de Pérez-Reverte pueden figurar, sean comerciales o no,
sin ningún complejo entre las más destacadas de las que la literatura
española produce actualmente. Que lleguen al gran público con facilidad
no es demérito, sino habilidad de escritor curtido en muchas guerras y
las dedicadas a glosar las andanzas de ese soldado de fortuna de nombre
sonoro e inolvidable, sin acudir a excusas más o menos justificativas
del estilo "trascienden al género", significan la recuperación del
placer de leer aventura en estado puro.
La quinta entrega, "El caballero del jubón amarillo", nos
presenta al capitán Diego Alatriste (por el escritor mexicano Sealtiel
Alatriste, gran amigo de Pérez-Reverte) y Tenorio (porque no podía un
personaje como éste sustraerse a la esencia de lo transgresoramente
hispánico encarnado en ese mito universal que es Don Juan Tenorio)
envuelto en una oscura trama para atentar contra el rey Felipe IV.
Alatriste vuelve al Madrid de las dos primeras novelas -después estuvo
en el sitio de Breda y luego en Sevilla tras la pista de un cargamento
de oro de las Indias- a ese Madrid, no tan distinto del actual, de las
calles peligrosas que conducen a bocas de lobo donde la pericia con la
espada y el valor de un soldado que se ha codeado con la muerte
demasiadas veces son las únicas garantías de vida, ese Madrid mítico
donde los enamorados raptan a sus damas, los genios no son inmunes a los
odios (Quevedo contra Góngora ya vencido, Lope contra Cervantes ya
muerto) y donde una mujer puede ser la línea que marca el abismo sin
fondo del olvido o del recuerdo enfangado que los poderosos maquinan
para los hombres como Alatriste.
Entre los lances de capa y espada, de verso y comedia o de caricia y
alcoba, Pérez-Reverte expone una visión de España cargada de pesimismo
que, al igual que la Villa y Corte, se puede trasladar a estos días del
siglo XXI. Cortesanos del XVII que hoy se han convertido en políticos
que se aplican con el mismo ahínco que sus antepasados a saquear, nunca a
administrar, el dinero público, eslabones inevitables en una cadena que
incluye a los que cambian de chaqueta cuarenta veces a lo largo de su
arrastrada vida por conseguir un poco más de dinero e influencia. Ésos
eran los peticionarios de privilegios que hoy están representados en una
nauseabunda estirpe caracterizada por su presunción de haber corrido
delante de los grises, primero, y, con el paso del tiempo, llegar a
ponerse detrás de un político imbécil para lustrarle el trasero con la
lengua y de paso convertirse en un delincuente cultural con patente de
corso.
Con esa imagen de España y de ciertos españoles que, para desgracia de
los demás, suelen ser los que detentan el poder, no es de extrañar que
los lectores, todos, nos identifiquemos con un soldado de oscuro pasado,
negro presente y futuro sin sol. En la recta moralidad de su entorno
poco ejemplar encontramos eso que tan poco abunda ahora y que, sólo como
palabra, se encuentra en los planes de estudio de nuestro deficiente
sistema de enseñanza: ética.