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Críticas

Críticas sobre los libros de Arturo Pérez-Reverte y su trayectoria literaria.

O sea. L'Espagne

JOSÉ BELMONTE SERRANO | La Verdad - 29/10/2004

Al final, siempre sucede lo mismo. Y todas las historias desde que el mundo es mundo se reducen a una sola y única historia: unos se juegan el pellejo, la propia vida, para que otros, arrellanados en el mullido sillón de su despacho, se lucren y prosperen a costa de esos desventurados.

De ahí que Pérez-Reverte, en sus Alatristes, en La sombra del Águila, La piel del tambor y, sobre todo, en sus artículos periodísticos y Territorio comanche, denuncie, una y otra vez, esta circunstancia que a todos parece dejar impasibles, menos a los auténticos perdedores, la fiel infantería. "Al final -escribe Reverte en estas páginas- lo único que nos salva de la vergüenza es la gente". O lo que es lo mismo: "Infelices buenos vasallos, que nunca tuvieron buenos señores". Como en los tiempos del Cid. Los mismos perros con distintos collares. O sea, L'Espagne. Perra y caótica España, "siempre cuidando al personal que te rilas".

Cabo Trafalgar no es, sin embargo, una novela de denuncia. Reverte ha escrito la novela que le apetecía escribir, y se siente a gusto, en su salsa, hablando del mar, aunque, en esta ocasión, como casi siempre, pinten bastos para los españoles. Y escribe con rabia, con una tremenda mala uva, con lágrimas en los ojos, sin que ello evite, en primer lugar, un acendrado lirismo y, sobre todo, un humor gordo y sano que hubiera hecho las delicias de Gutiérrez-Solana y del mismísimo Baroja.

Pero aún hay más. Como en La carta esférica o en La Reina del Sur, Pérez-Reverte logra algo que resulta de una dificultad extrema: hallar el lenguaje adecuado para contar la historia que se propone, sin renunciar a los tecnicismos necesarios, sin dar más explicaciones que las justas. Son sorprendentes y reveladores los anacronismos que emplea, como darle vela en este entierro a la cantaora de Chipiona, la Jurado, siglo y medio antes de que naciera.

Pérez-Reverte no ha escrito una novela más. Ha escrito, como a propósito de esta obra ha manifestado públicamente Juan Marsé -a quien, no por casualidad, dedica el libro-, una novela con músculo en la que destacan personajes que resultarán inolvidables para el lector, como don Carlos de la Rocha o Nicolás Marrajo, quien vive por dentro su propia guerra, personal e intransferible, erigiéndose así, más que en un personaje de novela, en un símbolo, en la voz de la calle, la voz de la razón y la cordura; un hombre, en fin, de carne y hueso que no oculta su miedo, artífice de uno de los finales más espléndidos y emotivos de toda la narrativa de Arturo Pérez-Reverte.