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Críticas

Críticas sobre los libros de Arturo Pérez-Reverte y su trayectoria literaria.

Aquella mítica batalla

RAFAEL CONTE | El País - 23/10/2004

Con motivo del bicentenario de la derrota de la armada hispano-francesa por las naves de Nelson en Trafalgar, Arturo Pérez-Reverte edifica en esta historia-ficción un nuevo episodio.

A estas alturas de su triunfal carrera y ya miembro de pleno derecho de la Real Academia Española -en la que ingresó con un espléndido discurso sobre el lenguaje "de germanía" en nuestros Siglos de Oro-, Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) no ha cambiado ni de modelos ni de manera de hacer, pues sigue siendo el mejor novelista "profesional" -con permiso de Eduardo Mendoza- con quien cuentan las letras españolas de nuestros días, lo que asimismo brilla en este nuevo capítulo que hoy nos entrega, este Cabo Trafalgar, que repite y profundiza en sus temas -el mar, la historia, la literatura, la aventura y la búsqueda de la moral a través de la derrota- que siempre le acompañan.

Y aunque Cabo Trafalgar esté prometido a una amplia difusión, ello no debe engañarnos pues se trata de un libro de encargo, como revela la contraportada de la edición, donde se dice que fue la propia editorial la que propuso al autor el reto de escribirla, en previsión del bicentenario de la batalla de Trafalgar, que se celebrará el 21 de octubre de 2005. Aceptando el desafío y como tascando el freno, el autor se ha adelantado lo que ha podido, terminando el libro a finales del pasado verano, según consta al final, las cosas claras, la profesionalidad va por delante de todo y los "libros de encargo" son tan legítimos como los demás y ya quisiéramos que la verdad de las relaciones en el mundo editorial, entre el autor y sus editoriales -y de ambos con los lectores- estuviera siempre tan clara en todos los casos. También vemos aquí cómo el encargo se ha resumido al final en un admirable "ejercicio de estilo" de primera magnitud como resulta ser este libro después de una lectura que presumo fascinada y ejemplar.

Pues creo profundamente que Cabo Trafalgar es sobre todo un gran "ejercicio de estilo", y no tan sólo un ejercicio textual o de "escritura", pues el "estilo" no es tan sólo el texto, ni la escritura, ni la simple prosa -que también- pues siempre va más allá, hasta llegar a la voz, la voz narrativa en este y en todos los casos, mejores o peores, pues aquí no se trata de distinguir entre "buenos" y "malos", mejores o peores, "superiores" o "inferiores", no de calificar sino de describir qué es lo que la voz revela del hombre -un autor a través de su estilo-. Y es el estilo de Pérez-Reverte lo que les presta además su unidad, desde lo más real (su periodismo) hasta lo más ficticio (sus novelas), pasando por sus etapas intermedias (como Territorio comanche, uno de los mejores) y que al final desemboca en su verdad: la de un hombre enamorado de la aventura, de la historia y de la literatura por encima de todo, que gobiernan su vida puesta así a nuestro servicio, al de todos, lo que justifica su éxito, que como he dicho otras veces va "de abajo arriba" y no al revés.

Al final, todo ello desemboca en una verdad total y transparente a través de sus imaginaciones más o menos desenfrenadas, basadas siempre en los antiguos folletines populares (de Alejandro Dumas hasta Salgari o Sabatini) o de la lectura de las grandes novelas clásicas de siempre (Stendhal, Balzac o Thomas Mann) donde abundan por motivos personales (le gusta navegar) las marineras (Stevenson, Melville, Conrad, que han marcado sus grandes etapas como lector, según ha confesado). La literatura es un mundo en verdad global porque lo engloba todo, es un mundo que encierra a todos los demás, un mundo total.

Así las cosas, Cabo Trafalgar nos recuerda a la primera de todas, El húsar, que era su primer ejercicio de estilo (pues así ensayó la escritura de una novela por vez primera) con la que esta última coincide si no en el escenario sí en el tiempo, la era napoleónica, y en el tema, que es el de la guerra y la lección de la derrota, más universal en la primera, de raíces pacifistas, y más patriótica en la segunda. Mientras tanto ha aparecido el humor en su obra (La sombra del Águila, también napoleónica), que ahora brilla con voz propia, a través de sus divertidos diálogos, de sus onomatopeyas (de historietas), de su mezcla de español y francés, lo que motiva explosivos -o caricaturescos- análisis nacionales y retratos comparativos merecidos, ya que no reales. Las dos Armadas, la francesa y la española, una de ellas la de un "nuevo rico" ridículo con la lamentable herencia de un antiguo régimen destinado al fracaso, y la otra miserable y heredera de un pasado glorioso enfrentado a su propia autodestrucción, se aliaron para cavar su propia tumba ante la británica del almirante Horacio Nelson, que al obtener la victoria sobre su propia tumba (pues allí murió, en el mismo combate que ganó) proporcionó a Inglaterra el dominio futuro de los mares casi para siempre.

En el fondo se trata de una novela histórica, pues todo se conoce de antemano, el argumento y la trama desde su principio hasta el final. Pero aquí, y basándose en una documentación aplastante -como siempre-, el autor da otra vuelta de tuerca más y se inventa un fragmento que parece de verdad pero que no lo es, pues resulta ser un producto irreal, inventado "en todas sus piezas" (así se dice en francés, permítaseme el homenaje) y que añadido a la verdad resulta tan verdadero como si también lo fuera de verdad. Y este buque, el 34º de la escuadra hispanofrancesa -el Antilla, el mismo autor lo reconoce en el epílogo-, combate en su Trafalgar con el mismo heroísmo que los de Alcalá-Galiano, Churruca y Gravina, y con mejor talante y heroicidad que el del lamentable almirante Villeneuve, que con su ineptitud frustró los planes de Napoleón para invadir Inglaterra y así lo pagó pronto por su propia mano.

Así pues, este ejercicio de estilo no viene de Galdós (que empezó con su Trafalgar, sus geniales Episodios Nacionales) pues no es una novela histórica, como tampoco lo son las de la serie del Capitán Alatriste, aunque se trate de una reconstrucción histórica, pero con otras intenciones que van más allá. Y aquí ha vuelto al mar, como en La carta esférica, donde se rescatan tesoros, o se cumplen venganzas a ritmo de corridos mexicanos como en La Reina del Sur, por encima de las autodestruidas mafias de traficantes. Todo se une al final, aquí, en el casco desarbolado del Antilla, donde a través de tres o cuatro siluetas bien esbozadas se nos cuenta otra vez una gran historia de perdedores, que nos desgranan la lección sempiterna de los buenos vasallos si hubiera buenos señores, y a ver cuándo aprende este país a no entregarse después a manos llenas en brazos de los dictadores, como sucedió entonces (me refiero a Fernando VII, no a Napoleón, que al final era el que tenía la razón de su lado y por eso marcó al mundo) y nos viene sucediendo casi siempre, a ver cuándo aprendemos la lección moral de las derrotas.