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Críticas sobre los libros de Arturo Pérez-Reverte y su trayectoria literaria.
JAVIER GOÑI| El País - 17/12/2005
El escritor y académico Arturo Pérez-Reverte recopila en este libro sus
artículos periodísticos, donde repasa de frente y con energía la
actualidad política y social.
Lleva catorce años Pérez-Reverte luchando, cada domingo, desde El
Semanal, contra molinos, gigantes, vizcaínos -sí, vizcaínos, véase
su ponderada puntada contra una ilustre señoría del PNV a cuenta de...-,
galeotes y demás malandrines. Su espada, bien enseñada por Alatriste,
no da golpe al aire, sino que hace, siempre, sangre. A la primera, que
nada más sentir el contacto, satisfecho, eleva el acero. Son unos
seiscientos los mandobles ya dados y con ellos han salido varios libros,
cuatro con éste. Reverte se beneficia del auxilio de José Luis Martín
Nogales, que se responsabiliza del expurgo y bien meditado escrutinio y
ahora en esta nueva entrega caben unos buenos puñados, acaso los de más
sustancia, escritos entre 2001 y 2005. Y Reverte deja hacer al compinche
Martín Nogales mientras pellizca suavemente su espada. "Rediós. Hay
días", escribe, "en los que me gustaría ser lansquenete de Carlos V".
Casi nada, lansquenete de Carlos V. Rediós o Bi got, que
era el grito, Por Dios, que enardecía a los lansquenetes. Los del
Emperador, y usted perdone -parece decir- que por la radio me está
sonando, oiga usted, paisano de esta vieja piel de toro tan cuarteada
por las diversas acometidas entre los de las mismas tribus; que eso, que
está sonando Suspiros de España.
A Pérez-Reverte, víctima de ese mal tan español, le duele España, y se
pregunta a qué llaman los otros España. Se encoleriza mucho
Pérez-Reverte en sus artículos: fluyen mejor si son aguas de espuma, sus
palabras se las lleva la corriente. Reverte, lo saben sus lectores,
acomete siempre de frente e igual carga contra cualquier mameluco
políticamente correcto, contra cualquier nacionalista al que le hierve
la olla como si fuera pócima de druida, o le toca al humilde empresario
que ha dejado de fabricar los calzoncillos que se ha enfundado siempre,
sin marcas conocidas ni mariconerías -la cursiva para
resguardarme del Libro de Estilo y porque es palabro sanamente
legionario que suele utilizar a menudo- que no van a ninguna parte.
Sorprende lo broncas que es arremetiendo con tantas memeces a las
que tiene que echarles el quién va, y de rodillas, no, que
pudiera parecer debilidad, sino tieso delante del toril, viéndolas
venir.
Pero hay también un Pérez-Reverte más tierno, que simula un buen
adjetivo, o dos, una metáfora conseguida y la siguiente también, pero
bien simulada, eso sí, no vaya a ser, lo dicho, debilidad. Es el que
escribe artículos que parecen hermosos relatos, historias con los bajos
bien asentados en tierra, son artículos como el de la foto del abuelo,
el del crío del salobre -si me hubieran preguntado, le hubiera dado el
González Ruano, y no por el que le premiaron, pero a lo mejor estaba
fuera de plazo- o el de las cuatro calles de Madrid, ese espléndido
vuelo a ras de historia con, al final, remontada reverteriana: al
Ministerio de Cultura que le den. En el saco que ha preparado
Nogales hay donde escoger, donde ir codo con codo con él: dónde hay que
firmar, y también por qué no, a riesgo de suicidarse con tal espadachín,
dónde plantarse.