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Críticas sobre los libros de Arturo Pérez-Reverte y su trayectoria literaria.
SANTIAGO DELGADO| El Faro de Murcia - 05/1/2007
Ya he leído Corsarios de Levante, la última entrega de Arturo Pérez Reverte sobre el soldado español del Siglo de Oro. Ahora le toca el Mediterráneo. El buen marinero que es Pérez Reverte nos lleva desde la Isla de Alborán hasta el cabo Negro, en la costa egea de Anatolia. Es la mejor de todas las novelas alatristinas. Quizá también, si incluimos las otras.
El autor se ha dado cuenta de que había idealizado demasiado a su héroe, y en esta novela, además de hacerlo cansado, héroe cansado, lo hace ordinario y casi despreciable. A ratos. En otros nos devuelve al Alatriste de siempre. Vemos a un capitán Alatriste, borracho en Nápoles, saqueador en Orán y peleado con su ahijado Lope de Balboa, narrador de la serie.
Comienza la novela haciendo un alegato brutal de la expulsión de los moriscos de Valencia y otras partes del reino, por el albor del XVII. Hay páginas que se unirían de grado a los más acerados textos de la leyenda negra sobre la España Imperial. La cabalgada de soldadesca española sobre los pobres beduinos de Orán es espeluznante. Hay, ciertamente, intención del novelista de ajustar cuentas con cierto sentido interpretativo de su serie como halagadora del sentimiento de lo español, acaso en peligrosa cercanía con fundamentalismos ideológicos de lo cavernario. La crueldad de la guerra descrita no obvia a los españoles, antes al contrario, se ceba en ellos como protagonistas, a todo lo largo de la novela.
Excelente y ajustado, realista con donaire, es el retrato del Nápoles del Virreinato, con la tropa española pululando por las calles, junto a toda la mezcolanza de razas de la ciudad partenopea. Lances, juegos, pendencias, lindas tapadas... ocasiones todas propiciadas por el aburrimiento en tanto no llega orden de embarque para utilizar la patente de corso, en pro de la Religión, el Rey y la propia honra.
En sus páginas vemos cómo se ahorca a un inglés, pirata que no corsario; cómo turcos despellejan cristianos; cómo muere un capitán vizcaíno defendiendo a España; cómo se asalta codiciada presa turca; cómo se libera a un galeote tras veintidós años cautivo al remo; cómo un adolescente, Iñigo de Balboa inicia los pasos para afrontar su decisivo y freudiano matar al padre, que no es otro que Alatriste; cómo el carisma alatristino alcanza a un bereber descendiente de cristianos, el noble Moro Gurriato. Y cómo se maniobra a la vela, con el instrumental de las galeras del tiempo. Todo incardinado en las dos biografías que se cruzan incesantes en la serie: la ascendente de Balboa, y la descendiente de Alatriste.
Y con un lenguaje que trasciende a Quevedo, que sobrepasa a Mateo Alfarache, y que alcanza en piedad y realismo a Miguel de Cervantes. Un idioma español que supera en concisión conceptista y léxica al mismo Valle Inclán. Estamos, creo, ante una obra maestra. Celebremos que este escritor español es cartagenero. Vale.