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Críticas sobre los libros de Arturo Pérez-Reverte y su trayectoria literaria.
José María Pozuelo Yvancos / ABC - 09/10/2024
Parece como si Arturo Pérez-Reverte llevara varias novelas persiguiendo escribir la que ahora nos entrega, que es la mejor de las últimas suyas. 'La isla de la mujer dormida' contiene mucho de 'El italiano', pues la peripecia reúne espionaje, batalla naval e historia de amor, transcurre en una isla griega como 'El problema final' y es mediterránea en sus cuatro costados, como lo fueron otras desde 'La carta esférica' y 'Corsarios de Levante' hasta 'El tango de la guardia vieja'.
Y sobresale como en otras la figura de la mujer en la cúspide de una belleza declinante y desengañada, lúcida, que sabiendo lo que quiere no alcanza a conseguirlo nunca, como muchos de los héroes cansados que tienen en cada obra encuentros eróticos más duros que tiernos, apurando la última gota del veneno del amor que se sabe inútil o imposible o que ya da igual, porque la vida jugó sus cartas mucho antes.
En esta novela se llama Lena por Helena Nikolaievna, rusa huida cuando la Revolución de Octubre, refugiada y endurecida como tantos en un París de miserias de exiliada. Que se llame Helena no es casual, como tampoco lo es que la novela transcurra en una isla griega de las Cicladas, próxima a Syros, y que esté casada ya sin amor con su Menelao, en este caso el barón Pantelis Katerios, propietario de la isla de la mujer dormida que ella dice ser en verdad de la mujer muerta.
Desea ser rescatada por su Paris, en la figura del comandante de navío español Miguel Jordán Kiriazis, encargado de una misión de corsario para hundir barcos rusos que surcan las islas del Egeo provenientes del Mar Negro, cargados de ayuda a la República española. Porque esta novela trata de Homero, claro, y de la vida de las guerras mediterráneas, y de exilios y traiciones, y en el fondo de todo ello está la mar, la vida como navegación, sus destrezas y peligros, sus circes y odiseos, en el surco de un destino señalado por azarosos dioses que miran a otra parte o juegan sus dados al margen de los héroes y a pesar de ellos.
Pero en cada obra del género Pérez-Reverte (podría decir que su estilo literario ha creado un género que únicamente él puede escribir) impone sutiles variaciones en que se juega mucho. En esta sobresale la creación de un personaje dúo, no dual, sino formado por dos que ejecutan su fatal partitura de dependencia que termina casi por ser odio. Habitualmente como había ocurrido en 'El tango de la guardia vieja' o como venía ocurriendo desde Jaime de Astarloa y Adela de Otero de 'El maestro de esgrima' hasta Falcó y Eva, Pérez-Reverte ejecutaba el dúo como baile amoroso de deseo y posesión.
Pero no, en este caso lo que principalmente acontece entre Lena y su marido, es un dúo de desamor y muerte, de final de partida, cuando todo lo que habría podido ser ya no será. Esta vez es un personaje masculino, el barón, quien se come toda escena en que aparece. Es capaz de ir como nadie al fondo del alma de Helena y de sí mismo amándola, para escapar a la vez atraído y horrorizado por lo que en el espejo de las dos vidas se refleja de cada uno. Nunca llegó Arturo Pérez-Reverte tan hondo en el dibujo del fin del amor, y nunca alcanzó tan soberbias frases de reflexión como las que le hace decir al barón, lector que es de Montaigne, de las 'Memorias de ultratumba' de Chateaubriand o de la vida de Samuel Johnson de Boswell.
Y griego como Homero y como Plutarco, en el surco de una vida que en el Mediterráneo ha ido dejando señales de pasiones y guerras que únicamente los grandes escritores pueden abordar. El Mediterráneo comienza en Estambul y es la capital otomana el otro escenario privilegiado de la novela puesto que el estrecho de Mármara, ve cruzar los barcos soviéticos, y allí negocian los espías franquistas y republicanos sus traiciones respectivas. Ocurre en Estambul como en Tánger o Nápoles en otras novelas suyas, que Pérez-Reverte hace nacer sus mejores dotes de observador de todo cuanto se mueve o destila el espíritu de una ciudad. En su estilo la precisión del escenario, de los objetos, de los cafés y prostíbulos, es un arma literaria de calado.
«Estambul nunca dejaría de ser lo que ya no era» leemos. ¿Como es posible resumir en una frase el alma de una ciudad? Esta novela homérica pero también estoica está plagada de afirmaciones semejantes. Su aventura de hazaña bélica transcurre en barcos, con distancias medidas en esloras y nudos, con los objetos que son llamados como no pueden llamarse de otro modo y con los códigos innegociables del mar. Ese es el género de Pérez- Reverte, mares y puertos, batallas que Homero o Conrad contaron, frente a las que no tiene miedo de batirse un año tras otro. Hasta lograr su obra maestra, ésta.