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Críticas sobre los libros de Arturo Pérez-Reverte y su trayectoria literaria.
Justo Navarro / El País - 05/11/2018
Primavera de 1937, París. Lorenzo Falcó, el agente secreto de Arturo Pérez-Reverte, tiene por delante dos encargos: quitarle la vida y el honor a Leo Bayard, escritor de éxito convertido en héroe de la República española, para la que ha financiado y dirigido una escuadrilla de aviones de combate, y destruir el cuadro que Picasso está pintando para el pabellón de la República en la Exposición Internacional parisiense: el Guernica. Al aviador Bayard (un duplicado de André Malraux en clave de novela de espías) deberá construirle una falsa personalidad de agente fascista: que lo maten sus propios camaradas. La amante de Bayard, copia británica y casi perfecta de la modelo y fotógrafa americana Lee Miller, adivina a Falcó, que se hace pasar en ese momento por un encantador millonario hispano-cubano, "atractivo, burlón y cruel". Más invitados famosos asisten a este Sabotaje: Marlene Dietrich le regalará un beso a Falcó, que acaba de partirle la cara a una caricatura de Hemingway, si confundimos a Hemingway con el personaje llamado Gatewood.
¿Es cruel Falcó? Siguió en Berlín un curso de técnicas policiales con la Gestapo. Practica un oficio en el que los afectos pueden ser una enfermedad mortal, o eso dice. Tiene humor. Se divierte siendo un experto en acciones clandestinas: le parece formidable seguir jugando al escondite, como cuando era niño. Mata. No tiene otro bando que su propio interés, pero es fiel a quien le paga como un perro de pelea a su amo, y le paga el bando de Franco. Si al condottiero Gattamelata lo esculpió en bronce Donatello, a Falcó lo retratará a lápiz Picasso. En la novela de aventuras tradicional triunfaba el bien. Aquí triunfan otros valores: la astucia, la valentía, la osadía inteligente, el instinto de ganar, la eficacia, la buena estampa y el bello descaro equipado con ropa y complementos de las mejores marcas, el egocentrismo. Un videojugador puede manipular a un héroe del crimen o a un paladín de la ley, da igual: los dos personajes hacen las mismas cosas, lo que importa es ganar en el juego. Y el público-lector tiene el gusto de identificarse con el héroe Falcó: lo reconoce su semejante, su contemporáneo.