Prensa > Textos sobre Pérez-Reverte
Textos sobre el escritor y su obra. Revertianos.
JOSÉ LUIS MARTÍN NOGALES - 30/10/2003
Han transcurrido catorce años desde que Arturo Pérez-Reverte publicó el primer artículo en las páginas de El Semanal con el título «La fiel infantería». En este tiempo, Pérez-Reverte ha publicado quince novelas, obras como El maestro de esgrima, La tabla de Flandes, El club Dumas, La piel del tambor o El capitán Alatriste,
que han sido editadas en numerosos países y convertidas en guiones de
cine. Entretanto, ha escrito cerca de seiscientos artículos, que han
ido apareciendo cada siete días, con una disciplinada puntualidad, en
las páginas de la revista El Semanal. Todos ellos están recogidos en los libros, Obra breve/1, Patente de corso y Con ánimo de ofender,
en los que se reúnen -con el mismo criterio que en éste- los artículos
publicados hasta entonces, salvo aquellos que hacen referencia a temas
muy puntuales y pierden sentido fuera del contexto en que se editaron.
Este libro continúa allí donde finalizó el anterior, en el
año 2001, y recoge los artículos publicados hasta 2005, el primer
lustro del siglo XXI, un tiempo turbulento, contradictorio y confuso,
que nos ha dejado algunas imágenes desoladoras: desde los aviones
secuestrados por terroristas islamistas el 11 de septiembre de 2001
estrellándose contra las Torres Gemelas de Nueva York y contra el
Pentágono, hasta la bancarrota definitiva de Argentina, las guerras de
Afganistán y de Iraq o la masacre terrorista del 11 de marzo de 2004 en
Madrid.
En los artículos de Pérez-Reverte suena el eco de todos
esos acontecimientos. Los textos de este libro transmiten los latidos
de un nuevo siglo, los temblores de los seísmos cotidianos en una época
agitada, el vértigo de un tiempo acelerado y con síntomas de
desorientación.
Porque estos artículos siguen siendo para el autor un
medio para enfrentarse al mundo actual, para reconocerlo y para
encararse con él cuando es preciso. Son una manera de explicar el mundo
y de tratar de entenderlo. Hay en estas páginas un texto revelador en
este sentido. Se titula «La aventura literaria de Ramón J. Sender», y
en él reivindica la obra literaria de este escritor. ¿Y por qué? Porque
«nadie en la literatura del siglo XX -afirma- nos explica España tan
bien como él. (...) Nadie consigue transmitirnos, como Sender en sus
muchísimas páginas a veces irregulares, a veces mediocres, a menudo
extraordinarias, la desoladora certeza de que el del español fue
siempre un largo y doloroso camino hacia ninguna parte, jalonado de
ruindad y de infamia».
Los artículos de Pérez-Reverte quieren ser también una
explicación de la sociedad de nuestro tiempo, del largo y doloroso
camino de la historia reciente, de la ruindad y la infamia que se
manifiesta en muchas partes y de algunos atisbos de grandeza. Por eso
en estos artículos están las sombras de una sociedad desconcertada y
los claroscuros del pasado y toda la furia que reclama un presente
gobernado en ocasiones por la estupidez.
Estos artículos son un escaparate del mundo actual. El
autor comenta en ellos noticias del periódico, entrevistas escuchadas
en la radio, programas de televisión. Glosa palabras del Parlamento,
declaraciones y entrevistas de políticos; cuenta anécdotas personales;
describe escenas y personajes callejeros. Toda la tradición de la
literatura realista y testimonial en la prensa española, desde el
costumbrismo decimonónico a los aldabonazos del 98 y el testimonio
crítico de los escritores del Medio Siglo, se proyecta en estos textos.
No hay temas tabú en ellos, ni realidades intocables.
Pérez-Reverte rehuye lo políticamente correcto. Se enfrenta a temas de
opinión incómodos. No renuncia a expresar su postura favorable o
crítica ante situaciones provocadas por la inmigración, el
nacionalismo, el sexo, lo étnico, racial o eclesiástico. Tal denuncia
inmediata e impulsiva no permite a veces el corte de bisturí. «Aquí no
caben florituras ni sutilezas», escribe en «Víctimas colaterales». El
riesgo que supone la toma decidida de posiciones lo asume el autor sin
aspavientos: «esta página también tiene sus fantasmas, y sus
remordimientos. Alguna vez dije que todos dejamos atrás cadáveres de
gente a la que matamos por ignorancia, por descuido, por estupidez.
Cuando te mueves a través del confuso paisaje de la vida, eso es
inevitable».
Esa contundencia puede suscitar -y de hecho así ocurre-
polémicas y posturas encontradas con lectores de las páginas en las que
se publican estos artículos, la revista El Semanal, que distribuyen
cerca de treinta periódicos y que es la revista de fin de semana que
más lectores acumula en España, según el último Estudio General de
Medios, que los cuantifica en 4.581.000.
¿Qué ha cambiado en estos artículos -podemos preguntarnos-
en el largo período de catorce años que ha transcurrido desde la
publicación del primero en 1991? Su diagnóstico del mundo actual sigue
siendo poco optimista. «¿Cuánto hace que no oímos pronunciar palabras
como honradez, honor o decencia? -se pregunta el 3 de julio de 2005-
(...), en una sociedad dislocada donde los auténticos valores, los únicos
reales, son ganar dinero, fanfarronear, exhibirse».
La voluntad que predomina en los artículos sigue siendo la
denuncia de esa sociedad dislocada por la ordinariez, la manipulación
del poder, la estupidez política, la desmemoria histórica, el cainismo
y la barbarie. Pérez-Reverte arremete en ellos contra las corruptelas,
el dinero negro, el compadreo pícaro y la estafa canalla («Con o sin
factura»); censura el tráfico de drogas y la injusticia («Maestros y
narcos mejicanos», «La sonrisa del moro»); denuncia la falsedad de un
mundo hipócrita y oportunista («Artistas (o artistos) con mensaje», «El
subidón del esternón»). Desvela la vulgaridad de una sociedad infame,
los comportamientos cazurros, la mala educación («Baja estofa»).
Zarandea actitudes chulescas, gestos barriobajeros y costumbres de
porqueriza, o desvela la mediocridad, el ambiente cutre y el territorio
de la estupidez en que se han convertido no pocas parcelas de la vida
contemporánea («La foto de la zorrimodel», «¿Cómo pude vivir sin
Beckham?»).
En otros critica la chapuza, el desinterés, el poco amor
al trabajo bien hecho. Lanza sus diatribas contra la imprevisión, la
medianía, la desgana, la improvisación y la falta de profesionalidad
(«Mejorando a Shakespeare», «La sorpresa de cada año», «Un país de
currantes», «Dos llaves de oro», «Se busca Ronaldo para Fomento»,
«Vienen tiempos duros»). O espolea ciudades dormidas, ensimismadas y en
cierto modo incultas («El ombligo de Sevilla»).
Todos estos temas y estas ideas están expresados desde los
primeros artículos que escribió Arturo Pérez-Reverte. Hay una línea de
pensamiento coherente y contumaz que se reitera en ellos. ¿Qué ha
cambiado, entonces, en estos textos desde aquel lejano «La fiel
infantería» de hace catorce años?
Ante un panorama descrito a veces con tintes desoladores,
los artículos basculan entre el enfado y la burla; conjugan la
denuncia, el sarcasmo, el improperio, la nostalgia ocasional, la
resignación a veces. Pero el tono se ha vuelto más radical, más agrio,
más desesperanzado. Parece derivar hacia un arraigado escepticismo.
«Les juro que a estas alturas ya me da igual -escribe en "Sushis y
sashimis"-. O casi me lo da, porque hace tiempo comprendí que es
inútil. Que los malos siempre ganan la batalla, y que el único sistema
para no despreciarte a ti mismo como cómplice consiste en escupirles
exactamente entre ceja y ceja, y de ese modo estropearles, al menos, la
plácida digestión de lo que se están jalando».
La visión de España se hace más desgarrada en estos
artículos publicados en los primeros años del siglo XXI. El que da
título general a este libro es paradigmático en este sentido. Fue
escrito el 20 de abril de 2003, y es un análisis certero de lo que
estaba pasando en el país entonces. Tiene, además, un carácter
premonitorio de algunas de las situaciones que iban a ocurrir un año
más tarde, tras los atentados del 11-M en Madrid y tras las elecciones
del 14 de marzo. «Lo que nos espera -escribirá meses después- es el
desmantelamiento ruin de la convivencia».
En estos artículos se diagnostica con reiteración el asomo
del fanatismo, el rencor y la revancha en la vida nacional. «Esta
tierra violenta, analfabeta y de tan mala leche, abonada para el
linchamiento», escribe. Y en varios artículos se posiciona frente al
nacionalismo insolidario («Istolacio, Indortes, Lutero», «La carta de
Iker», «Hay diez justos en Sodoma»). Escribe: «España no es
comprensible sino como plaza pública, escenario geográfico, encrucijada
con la natural acumulación mestiza de lenguas, razas y culturas
diferentes, donde se relacionan, de forma documentada hace tres mil
años, pueblos que a veces se mataron y a veces se ayudaron entre sí.
Pueblos a los que, si negáramos ese ámbito geográfico-histórico de
hazañas y sufrimientos compartidos, sólo quedaría la memoria peligrosa
de los agravios».
Pérez-Reverte desenmascara el cainismo de una sociedad
encrespada. «Cómo nos odiamos -escribe en "No me cogeréis vivo"-. He
vuelto a comprobarlo estos días con lo de Iraq. Observando a unos y a
otros. Porque aquí, al final, todo acaba planteándose en términos de
unos y otros. Pero es mentira eso de las dos Españas, la derecha y la
izquierda. No hay dos, sino infinitas Españas; cada una de su padre y
de su madre, egoístas, envidiosas, violentas, destilando bilis y cuyo
programa político es el exterminio del adversario. Que me salten un
ojo, es la única ideología cierta, si le saltan los dos a mi vecino».
A quienes considera responsables de alentar estas
situaciones no les ofrece tregua en la crítica de la falsa diplomacia,
el compadreo político y tanto pasteleo egoísta. «La primera pregunta
-comenta- que cualquiera con sentido común se hace ante el panorama es:
¿de verdad no se dan cuenta? Luego, al rato de meditarlo, llega la
atroz respuesta: se dan cuenta, pero les importa un carajo».
Por eso hay en estos artículos una constatación dolorida
de la repetición histórica. «Tanta lucha y tanto sufrimiento para nada
-escribe-: de aquellos sueños de redención del hombre sólo queda eso:
la desesperanza».
Ciertamente, la visión del hombre que transmiten estos
textos es poco esperanzadora. En ellos habla de la «infame condición
humana» y de su infinita «capacidad de maldad y estupidez». «Ninguna
guerra es la última -escribe en "Una ventana a la guerra", artículo que
fue galardonado con el premio de Periodismo César González-Ruano-.
Ninguna guerra es la última, porque el ser humano es un perfecto
canalla».
Hay un progresivo asentamiento del escepticismo en estos
textos, si los comparamos con los primitivos de hace catorce años. Es
cierto. Pero sin embargo, su mensaje no está desprovisto de agarraderas
y de boyas en las que sujetarse en medio del oleaje. En un momento en
el que se confunden las fronteras entre el ingenio y la banalidad, en
un tiempo de un blando relativismo en el que se equiparan la duda y la
falta de ideas, Pérez-Reverte expresa con rotundidad sus convicciones.
Y eso es lo que le convierte en un punto de referencia. Rehuye la
moralina y el consejo paternal, pero sus artículos no están exentos de
una exigencia moral. El 2 de marzo de 2003 publica el artículo titulado
«Vieja Europa, joven América», y en él escribe, refiriéndose a Europa:
«Este decrépito y caduco continente orillado al Mediterráneo, donde
durante treinta siglos se hicieron con inteligencia y con sangre los
derechos y libertades del hombre, sigue en la obligación de ser
referente moral del mundo».
En este sentido, no pocos de estos escritos surgen de una
voluntad ética. Los cimientos sobre los que se asienta esa ética son
personales y en algunos aspectos discrepan de los valores en boga o del
pensamiento cristiano que ha forjado la cultura europea. «Alguna vez he
dicho -escribió el 6 de octubre de 2002- que cuando la vida te despoja
de la inocencia y de las palabras que se escriben con mayúscula, te
deja muy poquitas cosas entre los restos del naufragio. Cuatro o cinco
ideas, como mucho. Con minúscula. Y un par de lealtades». Esas cuatro o
cinco ideas se asientan en estos artículos sobre unas pocas
convicciones: la dignidad personal, el respeto mutuo, la
responsabilidad ante las propias tareas, la honradez, la lealtad, la
corrección de las formas.
Hay artículos que son necrológicas de algunas personas o
un homenaje o un recuerdo. Y esos artículos suponen una enumeración de
las cualidades que Arturo Pérez-Reverte aprecia, el retrato robot de
los valores que defiende: la nobleza y el sentido del honor («Por tres
cochinos minutos»), la lealtad («El asesino que salvó una vida»), la
profesionalidad («Judío, alérgico, vegetariano»), el cumplimiento del
deber («Párrocos, escobas y batallas»). También el valor de quienes se
juegan la vida por un ideal. O a cambio de nada: sólo por medir su
dignidad en la aceptación esforzada de la derrota. El valor de los
vencidos. El valor de aquellos que no esperan nada en la pelea. Como se
cuenta en aquel pasaje de la Eneida que Pérez-Reverte glosa en «Retorno
a Troya», cuando «Eneas y sus compañeros, sabiendo que Troya está
perdida, deciden morir peleando; y como lobos desesperados caminan
hacia el centro de la ciudad en llamas, no sin que antes Eneas
pronuncie ese Una salus victus nulam sperar salutem que tanto marcaría mi vida, mi trabajo, las novelas que aún no sabía que iba a escribir: La única salvación para los vencidos es no esperar salvación alguna».
Bastantes de estos artículos están escritos desde el sarcasmo, que es
una mezcla de sentido del humor y de cabreo: «La España ininteligible»,
«El timo de las prácticas», «El afgano, el ranger y la cabra», «En
Londres están temblando», «Somos el pasmo de Europa», «Santiago
Matamagrebíes». En este último comenta con ironía la revisión de hechos
históricos, personajes y obras artísticas que no responden a lo
políticamente correcto en la actualidad: «Esa Rendición de Breda, por
ejemplo, donde Velázquez humilló a los holandeses. Ese belicista Miguel
de Cervantes, orgulloso de haberse quedado manco matando musulmanes en
Lepanto. Esa provocación antisemita de la Semana Santa, donde San Pedro
le trincha una oreja al judío Malco en claro antecedente del
Holocausto. Y ahora que Chirac nos quiere tanto, también convendría
retirar del Prado esos Goya donde salen españoles matando franceses, o
los insultan mientras son fusilados. Lo chachi sería crear una comisión
de parlamentarios cultos -que nos sobran-, a fin de borrar cualquier
detalle de nuestra arquitectura, iconografía, literatura o memoria que
pueda herir alguna sensibilidad norteafricana, francesa, británica,
italiana, turca, filipina, azteca, inca, flamenca, bizantina, sueva,
vándala, alana, goda, romana, cartaginesa, griega o fenicia. A fin de
cuentas sólo se trata de revisar treinta siglos de historia. Todo sea
por no crispar y no herir. Por Dios. Después podemos besarnos todos en
la boca, encender los mecheritos e irnos, juntos y solidarios, a tomar
por saco».
El humor se convierte en tabla de supervivencia en un
mundo gobernado por la estupidez. La aspereza de la crítica se suaviza
con el comentario divertido y con una visión humorística de las
situaciones descritas. De manera que en estos artículos se ponen en
juego un compendio amplio de recursos de humor, de imaginación,
ingenio, sarcasmo y esperpento. Es un humor de situación que recrea
escenas estrafalarias o inusitadas, con reducciones al absurdo que
ponen de manifiesto el disparate. Pero es sobre todo un humor basado en
el lenguaje. El lenguaje es la herramienta para transmitir las visiones
humorística, coloquial, irónica o esperpéntica. Y éste es uno de los
aspectos en los que se aprecia una mayor evolución en estos artículos.
El lenguaje se hace en ellos más libre, más creativo, más contundente y
más expresivo. Y esa voluntad de estilo es lo que convierte estos
textos periodísticos en literatura.
Como he tratado de señalar, en los textos que se recogen
en este libro aparecen temas similares a los tratados desde los
primeros artículos publicados en El Semanal hace catorce años. Las convicciones del autor permanecen bastante
inmutables, y él mismo ha afirmado en varias ocasiones que sus
opiniones respecto a ciertos temas «no han variado un ápice». La visión
del mundo sigue siendo la misma. Hay una coherente línea de pensamiento
en los artículos de Arturo Pérez-Reverte, que se ha mantenido
invariable a lo largo de estos años. Como la tozudez del cierzo. Como
la coherencia devastadora del huracán.
La voluntad que predomina en ellos es de denuncia. El
tono, de enfado y de cabreo. A veces ese tono se suaviza con el humor,
la visión divertida, el comentario que suscita la sonrisa o la más
hilarante carcajada. En ocasiones se abre una rendija para la simpatía:
ante los amigos, ante la mirada comprensiva de un animal, ante el
caminar torpe de un anciano, ante el recuerdo de su propia infancia.
Artículos como «Paco el Piloto», «Pepe el Muelas» o «Cerillero y
anarquista» dibujan la lealtad de los amigos; «Sobre chusma y sobre
cobardes» describe la mirada conmovedora de un perro; «La pescadera de
La Boquería» levanta acta de un gesto de compasión desinteresado y
solidario. En artículos como éstos se destapa a veces la válvula de la
comprensión. Porque sorprenden el lado amable pero frágil de la vida, y
ponen de manifiesto que «la gente es cada vez más vulnerable, por menos
culta»; más vulnerable frente a la tecnología («Pendientes de un
hilo»); más indefensa frente a la manipulación («Matando periodistas»);
más débil ante el dolor y la desgracia («Nos encantan los Titanics»).
En «El crío del salabre» puede leerse uno de los pocos
rellanos que el autor concede a la nostalgia, al evocar su propia
infancia de niño pescando entre las rocas del mar. En esas páginas
recuerda tiempos no tan lejanos en los que «un niño podía vagar
tranquilo por los campos y las playas: el mundo no estaba desquiciado
como ahora» y aún «era fácil soñar con los ojos abiertos (...). Todo eso
recordé -concluye- mientras observaba al chiquillo con su salabre en el
contraluz rojizo de poniente. Y sonreí conmovido y triste, supongo que
por él, o por mí. Por los dos. Después de un largo camino de cuarenta
años, de nuevo creía verme allí, en las mismas rocas frente al mar.
Pero las manos que sostenían los prismáticos tenían ahora sangre de
ballena en las uñas. Nadie navega impunemente por las bibliotecas ni
por la vida».
Hay en muchos de los textos de Pérez-Reverte ese dolorido
sentir de los versos machadianos: el dolor de saber. «A veces uno sabe
más cosas de las que quisiera saber en esta puta vida», comenta tras
contar la historia de Cinthia, una joven y hermosa mexicana, a quien le
espera un cruel final, de drogadicta, mientras baila desnuda en un
tugurio. El conocimiento de tanta desgracia produce ese sentir amargo y
dolorido que transmiten algunas de estas páginas.
¿Qué va a encontrar el lector en este nuevo libro de
artículos de Arturo Pérez-Reverte? La persistencia en la denuncia,
desde luego, y bastante cabreo, ya lo he dicho, pero también unas dosis
de humor y algo de afecto. Porque, a pesar de todo, en estos textos no
está ausente la esperanza. Se manifiesta, por ejemplo, en uno de sus
últimos artículos, «La niña del pelo corto», donde describe a una niña
que lee un libro durante el recreo escolar, aislada del bullicio que la
rodea. Esa imagen es la expresión de una fuerza más persistente que el
impulso racheado del huracán. Ante ella, comenta el autor: «Tal vez esa
niña solitaria y tenaz nos haga mejores de lo que somos».