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Columna que Arturo Pérez-Reverte publica en XL Semanal.
ARTURO PÉREZ-REVERTE | El Semanal - 18/6/2006
Si algo me fascina de los políticos españoles es su capacidad de rizar el rizo con tal de no bajarse de los carteles.
Y la verdad es que algunos domingos me dan esta página hecha. Hoy se la
debo al senador del PNV Javier Maqueda, quien opina, literalmente, que «el que no se sienta nacionalista ni quiera de lo suyo no tiene derecho a vivir». Sí. Eso fue lo que el senador -que viene del latín senatus,
senado, consejo de ancianos sabios y venerables- largó hace unos días,
durante un acto al que estaba invitado en Mallorca; donde, por cierto,
se le jaleó la ocurrencia con aplausos. Faltaría más. En España los
aplausos van de oficio. Es, salvando las distancias mínimas, como en
los programas bazofia de la tele, donde eructa cualquier pedorra, y el
cuerpo de marujas de guardia rompe aguas en aplausos entusiastas, que
para eso están allí. Para aplaudir lo que le echen y decir te queremos,
bonita.
Con lo del senador, sin embargo, albergo un par de dudas. Lo de nacionalista es un concepto complejo, pues abarca demasiadas
cosas. Todos somos nacionalistas de algo: la lengua, la memoria, la
cultura, la infancia. El fútbol. Pero creo que el senador Maqueda
hablaba de otro nacionalismo: el que se envuelve en la bandera local,
el exclusivo y excluyente, el de nosotros y ellos. El patológico. El
que manipula instintos y sentimientos para conseguir perversa
rentabilidad política. Y por ahí, no. En ese sentido, algunos no nos
sentimos nacionalistas en absoluto. A mí, sin ir más lejos, no se me
saltan las lágrimas cuando oigo una minera en La Unión, ni cuando veo
saltar un salmonete en la punta de Cabo Palos, ni cuando le cantan -lo
siento paisanos, pero ya no- la salve a la Virgen el Lunes Santo por la
noche. He visto demasiadas veces cómo lo noble, lo legítimo, termina en
manos de gente como el senador Maqueda. Si alguna vez aflojo, será por
otras cosas. Por mi infancia perdida, tal vez, y por las sombras
entrañables que la acompañan. No porque me emocione el cantón nacional
de Cartagena o su independencia de la mardita y opresora Mursia. Por
ejemplo.
Aclarado, pues, que me incluyo en las palabras del senador Maqueda, quisiera que un experto en nacionalismos y en
derecho a la vida, como él, aclare un par de cosas. Imaginemos que
decido establecerme en Bilbao para pasear por el Guggenheim cada
mañana; o en Barcelona, por ir de noche a la calle Tallers y calzarme
un martini seco en Boadas; o en Cádiz, puntal indiscutible de la nación
andaluza, para ponerme de urta a la sal en El Faro, un día sí y otro
no, hasta las trancas. Supongamos, como digo, que opto por alguna de
esas alternativas, sin sentir, respecto a Bilbao, Barcelona o Cádiz,
más cosquilleo nacionalista que el que proviene de la atenta lectura de
los libros de Historia, el aprecio por su gente, y la certeza de
compartir una memoria colectiva en la compleja y mestiza plaza pública
-llamada Hispania por los mismos que inventaron la institución de la
que trinca el senador Maqueda- donde, unas veces por suerte y otras por
desgracia, el azar puso a mis antepasados. Entre los que lamento, por
cierto, no figuren unos cuantos jacobinos, guillotinadores, con un «todos los ciudadanos son iguales ante la ley» bajo el brazo y con las cabezas de Carlos IV y Fernando VII metidas en
un cesto. A lo mejor no estaríamos hablando de estas gilipolleces.
Y ahora, las preguntas. ¿Cómo se articularía, a juicio del senador Maqueda, mi falta de derecho
a vivir? ¿Mediante la prohibición, tal vez, de establecerme donde vivan
nacionalistas? ¿Quemándome la ferretería si decidiera hacerme
ferretero? ¿Pegándome un tiro en la nuca?... Como ven, las posibilidades
que abre la afirmación senatorial son curiosas. Y pueden aderezarse,
además, con matices interesantes. ¿Echar la pota -por ejemplo- cada vez
que oigo a un cateto cantamañanas manipular la Historia y mi
inteligencia haciendo comparaciones con Irlanda o con Montenegro, es un
tic franquista? ¿Saber como sé, porque viajo y leo libros, que no hay
nada más conservador, inculto y reaccionario que un nacionalista
radical, me hace acreedor al epíteto de fascista?... Y ya puestos a
preguntar, ¿se ocuparía, llegado el caso, el senador Maqueda de
explicarme personalmente mi derecho a vivir? ¿Él y cuántos más?
¿Vendrían de día, o vendrían de noche? ¿Vendrían juntos a explicármelo,
o vendrían de uno en uno?... Porque me parece que el senador Maqueda está
mal informado. No todos somos Ana Frank.