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Columna que Arturo Pérez-Reverte publica en XL Semanal.
ARTURO PÉREZ-REVERTE | El Semanal - 28/5/2006
Resulta que el Bloque Nacionalista gallego presentó una proposición, de las llamadas no de ley, para que el Gobierno inste
a la Real Academia Española a eliminar del diccionario dos significados
percibidos como insultantes. En la quinta y sexta acepciones de la
palabra gallego, una con marca de Costa Rica y otra de El Salvador, se precisa que ese gentilicio es utilizado allí con el significado de tonto (falto de entendimiento o de razón) y de tartamudo.
Y como el partido político gallego estima que eso es un oprobio para
Galicia, quiere que se obligue a la RAE a retirarlo. Esto demuestra que
nadie en el Benegá reflexiona sobre la misión de los diccionarios.
Descuido, diríamos. O quizá no es que no reflexionen, sino que no
saben. Ignorancia, sería entonces la palabra. Aunque tal vez sepan,
pero no les importe, o no entiendan. Se trataría, en tal caso, de
demagogia y torpeza. Y cuando descuido, ignorancia, demagogia y torpeza
se combinan en política, sucede que en ésta, como en la cárcel del
pobre don Miguel de Cervantes, toda imbecilidad tiene su asiento.
Al hacerse a sí misma y evolucionar durante siglos, cualquier lengua maneja valoraciones -a menudo simples prejuicios-
compartidas por amplios grupos sociales. Eso incluye, por acumulación
histórica, el sentido despectivo de ciertas palabras, habitual en todas
las lenguas y presente en diccionarios que recogen el significado que
esas palabras tienen en el mundo real. Por ello es tan importante el
DRAE: porque se trata del instrumento de consulta -imperfecto como toda
obra en evolución y revisión constantes- que mantiene común,
comprensible, el español para quinientos millones de hispanohablantes.
Quienes acuden a él buscan una guía viva de la lengua española en
cualquier lugar donde ésta se hable. Refiriéndonos a gallego,
si el DRAE escamoteara uno de sus usos habituales -por muy perverso que
éste sea-, el diccionario no cumpliría la función para la que fue
creado. Sería menos universal y más imperfecto. El prestigio de que
goza el DRAE en el mundo hispánico no es capricho de un grupo de
académicos que se reúnen los jueves. Veintidós academias hermanas lo
mejoran y enriquecen con propuestas y debates -a veces enconados y
apasionantes- a lo que se añaden millones de consultas y sugerencias
recibidas por internet. En el caso de gallego, esas dos
acepciones vinieron de las academias costarricense y salvadoreña. Y no
podía ser de otro modo, pues el diccionario, al ser panhispánico, está
obligado a dejar constancia de los usos generales, tanto españoles como
americanos. Ni crea la lengua, ni puede ocultar la realidad que la
lengua representa. Y desde luego, no está concebido para manipularla
según los intereses políticos o socialmente correctos del momento,
aunque ciertos partidos o colectivos se empeñen en ello. El DRAE
realiza un esfuerzo constante por detectar y corregir las definiciones
que, por razones históricas o de prejuicios sociales, resultan
inútilmente ofensivas. Pero no puede borrar de un plumazo la memoria y
la vida de las palabras. Retorcerlas fuera de sentido o de lógica,
eliminar merienda de negros, gitanear, hacer el indio, judiada, punto filipino, mal francés, andaluzada, moro, charnego,
etcétera, satisfaría a mucha gente de buena fe y a varios notorios
cantamañanas; pero privaría de sentido a usos que, desde Cervantes
hasta hoy, forman parte de nuestras herramientas léxicas habituales,
por desafortunadas que sean. Por supuesto, el día que dejen de
utilizarse, la RAE tendrá sumo placer, no en borrarlas del diccionario
-los textos que las incluyen seguirán existiendo-, sino en añadirles la
feliz abreviatura Desus.: Desusado.
Una última precisión. Con leyes o sin ellas, el Gobierno español no tiene autoridad para cambiar ni una letra del
DRAE. La Academia es una institución independiente, no sometida a la
demagogia barata y la desvergüenza de los políticos de turno. Eso quedó
demostrado -creo que ya lo mencioné alguna vez- cuando se negó a acatar
el decreto franquista de privar de sus plazas a los académicos
republicanos en el exilio, manteniéndolas hasta que sus titulares
fallecieron o regresaron, muchos años después. Y aunque el dictador,
como venganza, dejó a la institución en la miseria, retirándole toda
ayuda económica, la RAE -incluso con académicos franquistas dentro- no
se doblegó nunca. Así que ya puede calcular el Bloque Nacionalista
gallego lo que afecta a la Real Academia Española su proposición al
Gobierno.