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Columna que Arturo Pérez-Reverte publica en XL Semanal.
ARTURO PÉREZ-REVERTE | El Semanal - 30/4/2006
De vez en cuando me doy una vuelta por los viejos avisos y
relaciones del siglo XVII, aquellas cartas u hojas impresas que, en la
época, hacían las veces de periódicos, contando sucesos, hechos
bélicos, noticias de la corte y cosas así. Con el tiempo he tenido la
suerte de reunir una buena provisión en diversos formatos, y algunas
tardes, sobre todo cuando tengo un episodio de Alatriste en
perspectiva, suelo darles un repaso para coger tono y ambiente. Su
lectura es sugestiva, a veces también desoladora -comprendes que
ciertas cosas no han cambiado en cuatro siglos-, y en ocasiones muy
divertida. Ése es el caso de una relación con la que di ayer. Está
fechada en 1634, y se refiere a la peripecia de tres frailes
mercedarios españoles que viajaban frente a la costa de Cerdeña. Me van
a permitir que lo cuente, porque no tiene desperdicio.
El barco era pequeño y franchute, llevaba rumbo a Villafranca de Nizo, y a bordo, además de los tres frailes españoles
-Miguel de Ramasa, Andrés Coria y Eufemio Melis-, iban el patrón,
cuatro marineros y cinco pasajeros. A pocas millas de la costa se les
echó encima un bergantín turco -en aquel tiempo se llamaba así a todo
corsario musulmán, berberiscos incluidos- haciendo señales de que
amainasen vela. El patrón se dispuso a obedecer, argumentando que,
siendo francés el barco, podrían negociar con los corsarios y seguir
viaje a salvo. Pero los tres frailes, súbditos del rey de España, no
veían las cosas con tanto optimismo. Ustedes se escapan de rositas,
protestaron, pero nosotros vamos a pagar el pato. Por religiosos y por
españoles, pasaremos el resto de nuestras vidas apaleando sardinas al
remo de una galera, o cautivos en Argel o Turquía. Así que, de perdidos
al río, resolvieron cenar con Cristo antes que en Constantinopla. Que
el diálogo de civilizaciones, apuntaron, lo dialogue la madre que los
parió. De manera que se remangaron las sotanas, se armaron como
pudieron con cuatro chuzos, tres escopetas y tres espadas sin
guarnición que había a bordo, y amotinándose contra los tripulantes del
barco, los metieron con los cinco pasajeros encerrados bajo cubierta.
Después pusieron trapos en torno a las espigas de las espadas para que
sirvieran de empuñaduras, y se hicieron una especie de rodelas
amarradas al brazo izquierdo con almohadas y cuerdas. Luego se
arrodillaron en cubierta y rezaron cuanto sabían. Salve, regina, mater
misericordiae. Etcétera.
Ahora, háganme el favor y consideren despacio la escena, que tiene su puntito. Imaginen ese bergantín corsario de doce bancos
que se acerca por barlovento. Imaginen a esos feroces turcos, o
berberiscos, o lo que fueran -veintisiete, según detalla la relación-,
amontonados en la proa y en la regala, blandiendo alfanjes y
relamiéndose con la perspectiva, en plan tripulación del capitán
Garfio. Imaginen la sonora rechifla del personal cuando se percata de
que en la cubierta de la presa no hay más que tres frailes arrodillados
y dándose golpes de pecho. Y en ésas, cuando los dos barcos están
abarloados y los turcos se disponen a saltar al abordaje, los tres
frailes -los supongo jóvenes, o cuajados y correosos, duros, muy de su
tiempo- se levantan, largan una escopetada a quemarropa que pone a tres
malos mirando a Triana, y luego, gritando como locos Santiago y cierra
España, Jesucristo y María Santísima, o sea, llamando en su auxilio al
santoral completo y al copón de Bullas, tras embrazar las almohadas
como rodelas, se meten en la nave corsaria a mandoble limpio,
acuchillando como fieras, dejando a los turcos con la boca abierta,
perdón, oiga, vamos a ver, aquí hay un error, los que teníamos que
abordar éramos nosotros. Con la cara del Coyote tras caerle encima la
caja de caudales que tenía preparada para aplastar al Correcaminos. Y
así, en ese plan, dejando la mansedumbre cristiana para días más
adecuados, los frailes escabechan en tres minutos a doce malos, que se
dice pronto, y otros cinco se tiran al agua, chof, chof, chof, chof,
chof, y el resto, con varios heridos, pide cuartel y se rinde después
de que fray Miguel Ramasa le atraviese el pecho con un chuzo al arráez
corsario, «juntándose los dos tanto, que le alcançó el turco a morder en una mano, y acudiendo fray Andrés Coria le acabó de matar». Con dos cojones.
Ocurrió el 21 de octubre de 1634, día de santa Úrsula y de las Once Mil -una más, una menos- Vírgenes. Y qué quieren que les diga. Me encantan esos tres frailes.