Prensa > Patente de corso
Columna que Arturo Pérez-Reverte publica en XL Semanal.
Me llamó la atención el otro día, viendo un telediario, que en
ningún momento de la información referida a un partido internacional de
fútbol se mencionara la palabra España. El reportaje incluía una
entradilla de la presentadora del informativo y otra de un redactor de
deportes. Sumaba el asunto, entre pitos y flautas, unos tres minutos de
información. Y ni una sola vez, en todo ese tiempo, pronunció nadie las
palabras selección nacional o selección española. Todo el tiempo se habló de la Roja.
Un nombre o apodo afectuoso, éste, que por otra parte me parece bien.
Simpático, incluso. En principio. El problema es que, en este país
fértil en cantamañanas -como dijo alguien, una ardilla podría recorrerlo
saltando de tonto en tonto-, hasta lo simpático somos capaces de
convertirlo en empachoso y desagradable, a causa de nuestra singular
capacidad para combinar gregarismo y estupidez. Eso, naturalmente, en el
mejor de los casos. En el otro, que ya entra en el terreno de la
intención deliberada, estaría de por medio nuestra proverbial, probada,
histórica, esquinadísima mala fe. Lo cierto es que sobre el uso y abuso
de la expresión la Roja no tengo opinión formada. Ignoro si se
trata de simple contagio mediático -se pone de moda una idiotez y todos
nos abalanzamos entusiasmados sobre ella, olvidando cualquier
alternativa-, o de instrucciones recibidas por los asalariados
correspondientes -en su momento lo fui, y sé lo que digo- para que, en
materia de fútbol, las palabras nacional y España, tan
equívocas y molestas, se utilicen lo menos posible. No vayamos a irritar
a alguien, por Dios. No contaminemos el sano deporte con conceptos
discutidos y discutibles.
Pensaba en eso también, en conceptos discutidos y discutibles, hace unas semanas,
cuando el rescate por tropas especiales españolas de una rehén francesa
en poder de piratas somalíes. Quizá ésta sea la primera noticia que
tienen algunos de ustedes del asunto; y no me extrañaría, porque en su
momento el acomplejado ministerio de Defensa español hizo cuanto pudo
por ponerle sordina. No por natural modestia castrense -la operación fue
profesional e impecable- sino porque hubo una peligrosa situación de
combate en la que varios somalíes resultaron heridos. Cosa, por otra
parte, lógica cuando hay tiros. Pero claro. Según la doctrina oficial
española, disparar contra africanos subsaharianos de color oscuro, o
como carajo se diga, por muy piratas armados que sean, en lugar de
afearles su conducta y apelar a sus nobles sentimientos humanitarios, es
un acto reprobable de fuerza bruta, propio del más repugnante
militarismo. Así que la instrucción para tratar el incidente con la
prensa fue perfil bajo, información mínima y cuanto menos se sepa,
mejor. No vayamos a liarla. Y de esa forma, una acción que de haber sido
realizada por los gringos o los franceses habría abierto telediarios,
aquí pasó casi inadvertida. O sin casi. No fueran a llamarnos fascistas.
Calculen ustedes mismos: océano Índico, anocheciendo,
mala mar, esquife con piratas, mujer cuyo marido acaba de ser asesinado,
y a la que llevan a tierra para cantarle bonitas coplas africanas
típicas de allí. Y en eso, lancha neumática que llega con fuerzas
especiales españolas. Tatatachán. Los malos se lían a tiros. Bang, bang,
bang. Por parte de los buenos, tiroteo de precisión, impecable. Más
bang. Vuelca el esquife, rehén cae al agua. Chof. Dos piratas con
Kalashnikovs apuntándole a la pobre señora. Fuego de los buenos que
neutraliza a los malos. Señora que se hunde en el mar. Capitán de
fuerzas especiales que se tira al agua con veinte kilos de equipo de
combate encima, casco, pistola, radio y dos cojones, y salva a la
prójima. Éxito absoluto, beso de la rehén al capitán, final de película.
Y entonces, en vez de difundir el episodio, enorgulleciéndose de que en
45 segundos un grupo de infantes de marina españoles haya resuelto tan
difícil situación, con algún pirata herido pero sin dar matarile a
nadie, la ministra de Defensa y quienes le llevan el botijo deciden
perfil bajo y poco ruido. No vayan a criticarnos, dicen, que les
disparemos a negros famélicos y tal. Nosotros que los queremos tanto. Y
una vez más, como de costumbre, se nos llena de cagadas de rata el arroz
de la paella.
Ahora imaginen ustedes, en el telediario y
los periódicos que recogieron la noticia del incidente camuflada entre
otras, de pasada y por encima, cuáles habrían sido los titulares si ese
día hubiera ganado la Roja un partido de fútbol. El delirio, las
banderas, los canutazos alcachofa en mano, la sonrisa feliz de los
presentadores. Los rostros sudorosos y triunfales, en primer plano, de
los héroes de la jornada.