Prensa > Patente de corso
Columna que Arturo Pérez-Reverte publica en XL Semanal.
Hoy vamos a jugar, si les parece, al bonito juego de imaginar
absurdos. Imaginemos, por ejemplo, que usted lleva a sus niños a las
fiestas del cole, o al recinto infantil de las de su pueblo; y allí,
presidiendo el despliegue de globos, chuches, cuentacuentos, columpios y
colchonetas de gomaespuma, ve un cartelón enorme en el que, junto a la
imagen de un muchacho con rostro oculto por pasamontañas, que tensa en
las manos un tirachinas con tornillo gordo o bola de acero dentro,
figuran las palabras «Prepárate para luchar». Sé que suena a barbaridad,
en efecto. La estúpida posibilidad. En el sentido, además, literal de
la palabra bárbaro. Pero, en fin. Una vez imaginado eso, imagine también
cuál sería su reacción. O permítamelo a mí, si le da pereza. Como
cualquier padre normal, se llevaría -nos llevaríamos- de allí a las
criaturas con una rapidez que pulverizaría varios récords olímpicos. Y
acto seguido, tras poner a los niños a buen recaudo, y en unión de otros
padres a los que supongo tan indignados como usted o yo, montaría un
pifostio de aquí te espero. Exigiendo, como mínimo, la cabeza del
director del colegio o del alcalde responsables de tolerar semejante
atrocidad.
Parece lógico, ¿verdad? Pues se equivoca usted y me
equivoco yo. Valga como prueba una foto que, hecho curioso, apenas ha
merecido comentarios en este país delirante donde cualquier disparate se
considera lo más natural del mundo. Se tomó durante las fiestas del
pueblo navarro de Leiza, y sobre ella podrían escribirse varias tesis
doctorales. Muestra una carpa municipal, la del recinto infantil,
presidida por un cartelón enorme cuyo centro está ocupado por la imagen
amenazadora -estéticamente muy lograda, estilo Banksy- de un joven con
gorro de lana y rostro cubierto por un pañuelo, que tensa su tirachinas
junto a una estrella roja y solitaria que también decora el pañuelo. Y
la imagen, situada dentro de un círculo negro, está flanqueada por dos
frases en letra mayúscula y con signos de exclamación: «Independetzia
eta sozialismoa», que no necesita traducción, y «Borrokatu Antolatu»;
que, si mi limitadísimo euskera no me engaña -aunque todo puede
ocurrir-, significa prepárate para luchar, asume la lucha o algo
parecido.
Pero oigan. Lo estremecedor no es el cartel, que a fin de
cuentas puede verse pintado en cualquier pared del País Vasco o la
Navarra irredenta, sino las mamás. Porque la escena, tirachinas y
borrokatu aparte, está llena de niños y mamás. Los enanos, de ambos
sexos y sexas, tienen entre tres y siete años, y andan por allí con
globos y chupando caramelos pringosos. Las madres atienden a sus retoños
en compañía de monitoras
-deliciosa estética Nekane- con absoluta naturalidad, inflándole el
globito a uno, limpiándole los mocos a otra y cosas así. Incluso hay una
mamá, a la izquierda, que sostiene lo que a primera vista parece una
pistolita amarilla monísima, perteneciente a su criatura de tres años,
pero que tras una observación detenida resulta ser una bolsa de patatas
fritas apretada en la mano. Y todas esas mamás, como digo, están ahí con
sus tiernos infantes, dejándolos impregnarse bien del espíritu festivo
del pueblo leizatarra, o como se diga. Esperanzadas
y orgullosas, supongo -ante ese cartelón descomunal, indiferentes o
distraídas sería imposible-, de que sus vástagos tomen buena nota de
cuáles son las urgencias del pueblo y de la patria. Y así, el día de
mañana, cada vez que esos niños, para entonces hombres y mujeres hechos y
derechos y hechas y derechas, vean un tirachinas y un pasamontañas, les
pasará lo que a los trianeros les ocurre en Semana Santa cuando pasa el
Cachorro; que lloran como magdalenas, y a quienes los miran asombrados
les comentan: «Es que para entender esto, que por la gloria de mi madre
es lo más grande del mundo, hay que haber nacido en Sevilla».
Y es que ciertas cosas hay que verlas en su contexto. En
Leiza -tres asesinados por ETA en su limpio historial-, las madres, los
niños y el resto de la sociedad, privados por la cara de independencia y
socialismo, gimen bajo la bota de España, cuyos txakurras y cipayos
encarcelan a heroicos gudaris mientras el Estado fascista construye
carreteras y trenes de alta velocidad que destruirán el paisaje de una
Euskadi utópica y feliz, parecida a la Irlanda postiza de El hombre
tranquilo: vacas pastando, humo de caseríos entre la foresta y fornidos
aizkolaris socios del Atlético de Bilbao. De ahí la necesidad de formar,
desde la cuna, a pequeños gudaritos que el día de mañana, cada vez que
vean un pasamontañas y un tirachinas, lloren emocionados recordando los
festejos entrañables
de su tierna infancia. Diciendo, como en Sevilla, que para entender eso
-por la gloria de sus madres- hay que tener el orgullo de haber nacido
en Leiza.