Prensa > Patente de corso
Columna que Arturo Pérez-Reverte publica en XL Semanal.
Tiene guasa, Tomasa. El Gobierno británico de Su Graciosa Majestad «aunque, gracia de verdad, la que tiene su vástago el Orejas»
anunció que no desplegará más efectivos de su Armada en Gibraltar, pese a
la petición del ministro de la colonia, Peter Caruana. La Royal Navy ya
está presente de sobra en el pedrusco, declaró un portavoz del Foreign
Office; así que mandar más barcos está de plus. Punto. Así quedó la
cosa. Pero medios del ministerio español de Exteriores manifestaron acto
seguido su satisfacción, alabando la prudencia británica. Su buen
rollito de compis. Al amigo Caruana, vinieron a decir, le hemos dado en
el cielo de la boca. Otro éxito. Eso ocurrió días antes de que al
ministro Moratinos se lo fumigara la última remodelación ministerial;
que, por cierto, confirmó otra vez que los políticos españoles se van
siempre de rositas, sin que nadie les pida cuentas por el desparrame que
dejan atrás. Moratinos, cruce de osito Mimosín y abeja Maya, es un
ejemplo perfecto, pues ha sido el responsable de Exteriores más
claudicatorio y nefasto desde Gómez Labrador, aquel torpe con quien nos
la endiñaron hasta las amígdalas en el congreso de Viena. Pero el otro
día, cuando lo cesaron, oí decir a Moratinos que se iba «muy satisfecho»
de su gestión. Y encima se puso a llorar. Con lagrimones. Se fue tal
cual ejerció de ministro: claudicante y blandito.
Por lo demás, y volviendo a Gibraltar, sobre la sucesora de Moratinos, doña Trinidad Jiménez, todavía no tengo juicio formado.
Igual resulta una fiera implacable que, por ejemplo, le introduce al
cantamañanas del embajador venezolano en España el código de urbanidad
diplomática por el ojete. Pero no creo. Lo que sí me pregunto «y le
pregunto a ella, de paso, ahora que se estrena como canciller» es para
qué diablos quiere Peter Caruana más barcos de la Navy en Gibraltar.
Como se viene demostrando desde hace tiempo, a la policía gibraltareña
le bastan un par de modestas lanchas para defender sus aguas
territoriales con extrema eficacia. Digo sus aguas territoriales, no
porque crea que deban serlo, sino porque en la práctica lo son. Y es así
porque los gibraltareños se las han ganado a pulso, aprovechándose con
inteligencia y oportuna chulería de los trenes baratos y de las cagadas
de rata en la paella. Es simple verdad histórica que las cosas, las
tierras, las aguas, las fronteras, son de quienes se las apropian y
luego las defienden como gato panza arriba. Por eso sugería hace unos
meses en esta misma página «Gibraltar inglés, tal vez recuerden el
artículo» dejarnos de adornos y reconocer que España, con o sin
Moratinos, que era un mandado, es ahora más que nunca el payaso de
Europa; y que el Estado, sometido a demolición sistemática, con sus
ciudadanos en perpetua indefensión, no está capacitado para reivindicar
ni defender un carajo de nada, léase Gibraltar, Ceuta, Melilla, Córdoba o
Matalascañas.
Y que por eso, entre otras muchas cosas, el Peñón pertenece a quienes desde hace tres siglos lo defienden con tesón y eficacia: los
llanitos y sus cínicos compadres, los ingleses. Lo demás son milongas.
Por supuesto que Gibraltar tiene aguas territoriales: las que se ha ido
atribuyendo con la complicidad infame de las autoridades españolas y la
cobarde inhibición de los ministerios de Exteriores y de Interior, que
llevan toda la puta vida «también en tiempos del Pepé y el amigo Ánsar,
cuando no todo el monte fue perejil» permitiendo sin mover un dedo que
la Guardia Civil y el Servicio de Vigilancia Aduanera sean acosados,
vejados y expulsados de aquellas aguas. Tragando día tras día, poniendo
buena cara y sonrisa estúpida a un rosario de humillaciones y desplantes
que llegan ya a la violencia física y los golpes entre embarcaciones. Y
cada vez, cuando los desamparados agentes españoles solicitan
instrucciones para actuar, la respuesta «cuando llega, porque muchas
veces hay silencio» es siempre la misma: retirarse, evitar incidentes,
dejar el campo libre. Y de la marina de guerra española «dicho sea lo de
guerra sin connotación bélica, naturalmente, sino afectuosa y
humanitaria en plan Heidi», ni hablamos. Ocupadísima en el Índico, o en
el quinto carajo, con ese portaaviones que acabamos de botar, el Juan
Carlos Primero o como se llame. ¿Se la imaginan en la bahía de Algeciras
o frente a Punta Europa, afirmando el pabellón? A ésa, ni está ni se la
espera. Así que díganme para qué necesita Gibraltar más Armada Real. A
los llanitos les basta una zódiac de goma con parches como las que usan
los contrabandistas, un walkie-talkie y una bandera inglesa para dar por
saco de Sotogrande a Tarifa. Porque pueden. Porque saben. Porque, con
Moratinos o sin él, hace trescientos años que le tienen tomado el pulso a
esta España acomplejada y llorona.