Prensa > Patente de corso
Columna que Arturo Pérez-Reverte publica en XL Semanal.
Lo han conseguido de nuevo, como era de
esperar. El sushi de los cojones. Al atún rojo le echaron encima
hace unas semanas, en la última reunión internacional del organismo
correspondiente, celebrada en Qatar, otra sentencia de muerte. Como si
no anduviera ya listo de papeles. España, presidente temporal de la UE,
tenía que haber defendido la propuesta de restringir drásticamente el
comercio de ese bicho. Lo hizo porque no había más remedio; pero con la
boca pequeña y con nuestros representantes suspirando, aliviados, cuando
la mafia pescatera, encabezada por los japoneses, tumbó la propuesta de
incluir el atún rojo en el convenio internacional donde están leones,
elefantes y otras especies en extinción.
Era de esperar. A los túnidos no los ven los niños en los
delfinarios ni en el zoo, a la gente le importan un carajo, y además
España tiene la mayor cuota de pesca de atunes existente en la comunidad
europea. No la engullimos nosotros ni hartos de sake, pero da igual. El
negocio lo mueven cuatro listos, y la gente que trabaja en eso no llega
a dos mil quinientas personas, aunque eso sí: nueve de cada diez
ejemplares terminan en Japón, donde se pagan de seis a doce mil
mortadelos por ejemplar. Cómo no lo van a exterminar, mis primos. Y todo
eso, después de una matanza larga y sistemática realizada con absoluta
impunidad y con la complicidad activa o pasiva -por amor al arte,
naturalmente- de conspicuas autoridades hispanas: Pesca, Medio Ambiente,
Marina Mercante y otros organismos oficiales, que llevan dos décadas
mirando hacia otro lado, dejando arrasar el mar sin mover un puto dedo.
Por no hablar de los ecologistas: ahora muy flamencos con el atún, pero
todavía hace poco tiempo, cuando algunos lo denunciábamos alto y claro,
sólo tenían ojitos para las ballenas, que son más fotogénicas. No es
raro, por tanto, que el director general de recursos pesqueros español
dijese en Qatar aquello de «la prohibición habría sido un duro
golpe». Supongo que por eso, para atenuar el duro golpe -sobre todo
para algunos bolsillos concretos-, en los meses previos a la votación
todas las embajadas japonesas del mundo, incluida la de Madrid,
invitaron a comer sushi a funcionarios del ministerio correspondiente.
Gente amable, los japos. ¿Verdad? Con sus kimonos y tal. Simpáticos
muchachos.
Llevo casi quince años contando en esta página cómo se lo
montan esos tíos y sus compadres. Cómo han tapado la boca a todo el
mundo con argumentos industriales, ocultando que el beneficio es para
unos pocos y el daño general, enorme. Irreparable. Nuestros fondeaderos
mediterráneos están llenos de jaulas para la concentración y exterminio
del atún, del que España es orgullosa, indiscutible, descarada líder
mundial. No todo va a ser fútbol. Nuestros artistas atuneros
-emprendedores, listos y con buena visión de futuro- empezaron, para
guardar las formas y ante la sospechosa pasividad de las autoridades de
pesca y marina, llamando al asunto criaderos y viveros. Choteándose de
quienes sabían, y seguimos sabiendo, que el atún es un atleta del mar
que no se cría en cautividad. Lo que se hace con él es cercar los
grandes bancos migratorios que nadan próximos a la costa, sin importar
peso ni edad, meterlos en jaulas de engrase donde son imposibles la
reproducción y el desove, atiborrarlos de pienso y matarlos en masa
cuando están gordos.
Que en España sólo se concedieran, para mantener el paripé, cuatro licencias para esta clase de pesca, nunca fue problema: durante
años me crucé en el mar -fondeaba junto a ellos en Formentera- con
barcos franceses o italianos traídos para la faena. Y así, haciendo
encaje de bolillos con la legislación europea, localizando el atún con
avionetas, cercándolo con tecnología ultramoderna, buscando cada vez más
lejos, en Sicilia y las costas de Libia, y llevándolo en jaulas
remolcadas a los lugares de concentración y matanza, cuatro linces se
han hecho de oro, mientras el atún cimarrón que durante siglos estuvo
cruzando el estrecho de Gibraltar, riqueza plateada y roja que salpicó
la jerga ancestral de nuestras almadrabas con palabras griegas, latinas y
árabes, se extingue sin remedio. Pesca de vivero, ha estado llamándolo
la pandilla del sushi, los golfos depredadores y sus compadres: esos
funcionarios de mariscada y cómo te lo agradezco, que ahora, ya con el
asunto sin vuelta atrás, admiten, cuando se les da con el paisaje en los
morros, que bueno, que tal vez. Que podría ser. Que tal vez la
aplicación de las medidas de control en años anteriores fue poco
estricta. Menuda tropa. A seis mil y pico euros el atún, habrían sido
capaces de exterminar a su padre, si nadara.